Una muestra de objetos rescatados del agua y una charla de Adriana Falchini llegaron al Museo Histórico Provincial para significar que la memoria no es solo un ejercicio de cada 29 de abril.
No era 29 de abril de alguno de los últimos 19 años. Era 19 de octubre de 2022. Y sin embargo, ese día una muestra y una charla sobre la inundación se filtraron, sin pedir permiso, en el Museo Histórico Provincial. La primera permanecerá por meses en ese espacio sito en San Martín 1490. La segunda fue efímera, como todas las charlas, y como pocas merece ser escrita y convertirse en una de tantas memorias de la tragedia evitable de 2003.
Colección profana de un olor inolvidable forma parte de Memorias de ríos y de inundaciones, propuesta del grupo Arte Tosco. Celeste Medrano y Leandro Calamante hicieron la presentación en el museo, posicionando en un lugar privilegiado en la construcción de memoria ciertos objetos, y entre ellos los que constituyen la muestra, recuperados de esa parte del Salado que se instaló en las casas del oeste de la ciudad en 2003.
Por su delicadeza, la colección es brutal. Consta de unas pocas piezas, cada una con una cartela elaborada a base de relatos de inundados. Hay cámaras de fotos que no funcionan, fotografías derruidas, un cuchillo que no corta, una muñequita despeinada. Esa muñequita, por favor. Desgarra el pecho en dos.
Batallas vivas
Analía Molinari es la encargada de articular con organizaciones e instituciones para llevar al Museo Histórico propuestas como “Colecciones profanas…” En este caso, dijo a Pausa, la iniciativa surgió mientras se pensaba la agenda mediata: en 2023 coinciden el 80° aniversario del museo con el 20° de la inundación.
La intención es “ir generando cadenas de memoria y resignificar el vínculo que la ciudad tiene, de manera traumática, con el recurso natural que es el río, que al día de hoy no ha podido resolver”. Pero también “poner en tensión las otras colecciones del museo” a través, por ejemplo, de interrogantes: ¿qué es lo que se considera valioso y merece estar, o no, en un espacio de este tipo?
“Eso tiene que ver con las posiciones respecto de cuáles son las funciones que deben cumplir los museos. Acá conviven, a veces más armoniosamente, a veces más en tensión, distintas miradas sobre qué objetos preservar, qué muestra hacer. En el museo están todas las batallas vivas, todas las batallas por darse. Muchos visitantes quieren venir a ver, o a que se les cuente, una historia agradable. Yo entiendo que los museos tienen que incomodar, generar estas preguntas que no nos queremos hacer, abordar temas que no se quieren abordar para invitarnos a reflexionar, ser espacios de crítica, de autocrítica y de reflexión. Y esta muestra irrumpe en este relato”, sostiene.
Porque la inundación —si alguien lo sabe es ella, vecina de barrio Chalet y dueña de la muñequita desgarradora— es un “hecho histórico, social y político que no hemos llorado lo suficiente, y que está ahí, latente”.
Memoria y pueblo
La charla realizada luego de la presentación de la muestra comenzó con una introducción de la diputada provincial Dámaris Pacchiotti (Ciudad Futura), que fue quien ingresó en la Legislatura el proyecto para declarar el 29 de abril de cada año como Día de la Memoria del Pueblo Inundado. Dicho proyecto, recordó, recién se convirtió en ley el 27 de mayo de 2021, tras 18 años de lucha motorizada por organizaciones como La Poderosa y la Carpa Negra.
Claro que hubo que negociar ciertas cuestiones, según contó Pacchiotti con indisimulable desagrado. Por ejemplo, la norma se aprobó con el título “Día de la Memoria y la Solidaridad de la Inundación de Santa Fe”, porque a los sectores más reaccionarios y/o reutemannistas de la Legislatura les encanta romantizar la inundación mediante la figura de la solidaridad, que permite poner el foco en el loable accionar de los vecinos y diluir en él la inacción y el absoluto abandono de los afectados por parte del gobierno de Carlos Alberto Reutemann.
Como sea, para los gestores y gestoras de la ley, el 29 de abril será siempre el Día de la Memoria del Pueblo Inundado. Y el 27 de mayo de 2021 se recordará como la fecha en que se ganó una difícil batalla. Aunque aún queden otras tanto o más importantes por ganar.
Memoria colectiva
En verdad, la excusa de la charla fue la presentación del cuadernillo Memorias de la inundación, un material didáctico elaborado colectivamente para impulsar el cumplimiento del artículo 3 de la mencionada ley, que ordena al Ministerio de Educación “incluir el 29 de abril dentro del calendario escolar con el objetivo de promover la difusión y toma de conciencia” con respecto a la tragedia evitable de 2003.
En ese contexto, y valiéndose de conceptos acuñados por autores como John Berger, Jacques Rancière, Hannah Arendt y Walter Benjamin, la profesora Adriana Falchini hizo una impecable exposición sobre la(s) memoria(s) y su (re)construcción. “Acá podíamos estar nosotras dos u otras compañeras y compañeros”, aclaró desde un principio. “Porque es imposible que la memoria la elabore una sola persona”. La memoria es, lo aseveró una y otra vez, colectiva.
A su vez, enseñó, las tragedias sociales y políticas tienen un antes, un durante y un después. Esa es su duración, más allá de que se fije una fecha para recordarlas, como el 29 de abril. “Su temporalidad es compleja: pasados que no pasan, futuros perdidos, presentes que son pasado. ¿Cuánto dura un acontecimiento? Sigue hablando siempre. Sigue hablando esa muñeca, esa foto…”.
Además, “lo cierto es que la memoria no es tan espontánea”. Hay, sí, una dimensión de la misma, que es “la memoria suelta”, que puede “quedar encerrada en el mundo privado”. Y entonces “recuerdo y olvido como puedo. A veces tengo períodos de olvido porque la memoria de la inundación es triste, es oscura”.
Esas memorias sueltas “necesitan de un espacio colectivo para recordar”, que les den un marco de organización para que tomen otra dimensión. “Con la inundación, algo se había extraviado en nuestras mentes. Y eso tiene una razón: la dimensión de lo real y cotidiano fue violentada de una manera que la mente no llegó a poder subjetivarlo. A las 11 yo estaba dando clases y a las 4 mi casa estaba bajo agua y yo nadando en mi casa. Eso es una irrupción del mundo en la mente que la violenta. Pero cuando se arma un trabajo de memoria, esa memoria suelta puede vincularse con otro y otra y cobra sentido”.
“Es tan doloroso el recuerdo, que es una voluntad colectiva”, continuó Falchini. “La voluntad política de memoria, de recordar a través de un proyecto de ley, de una exposición de arte, es central en la salud de los pueblos. No se trata de pensar en recordar. Hay que trabajar el recuerdo, y trabajarlo en una dirección. No tanto para sanar, porque las heridas sociales dañan de una manera las historias subjetivas, familiares y comunitarias que no es fácil repararlo en lo individual, pero sí para ir encontrando sentido de lucha, de resistencia y de comprensión”.
Por supuesto que la lucha para que la inundación “siga hablando” no fue, ni es, nada fácil en los sistemas políticos instituidos. “Pero dimos la batalla”, celebró Falchini, y remarcó: “Si algo sabemos los y las inundadas es dar la batalla discursiva. Porque nos decían que la inundación había sido natural. Que ‘el río se volvió loco’. Pero aprendimos”.
El objetivo no debe ser, quizás, buscar respuestas, sino interrogar en el presente. “Cada año, lo que pasó antes, durante y después del 29 de abril se va aumentando, se sigue escribiendo. Entonces, volver a aquellos días es volver no solo a lo que Rancière nombra como ‘la línea historiográfica (los personajes y acontecimientos que hay que reconstruir) sino también a los saberes construidos”. Ahí está “la última punta que impone un trabajo de memoria: no buscar respuestas; el arte de interrogar nos va llevando, no importa por dónde se empiece o termine. La memoria se reactualiza todo el tiempo”.
“¿Por qué importa tanto intervenir en el discurso?”, se preguntó, y se contestó: “Porque la historia, como las leyes, no tienen que ser hechas por otros sino desde los territorios. Y también la memoria tiene que ser hecha por las comunidades con voluntad política de recordar, y eso trae una consecuencia muy interesante: reescribo la memoria cada vez que me pongo a recordar y empiezo a entender que no solo la inundación es de todos y todas, sino que nunca más debería pasar que políticas de Estado no nos consideren, no nos cuiden: al revés, nos avisaron que nos quedemos tranquilos y tranquilas. Y nos quedamos en nuestras casas atrincherados con las herramientas de siempre: las bolsas de arena”.
Hoy, la situación es otra. Los inundados, las organizaciones y un sector de la sociedad —el sector no indolente— comprendieron la importancia de la memoria y de la participación en su construcción como elemento activo. “No esperar sentaditos que nos cuenten qué pasó el 29 de abril. Eso jamás. Porque corremos un riesgo: que otros nos cuenten la historia que nos sucedió”.
Con la humildad de los que más saben, Falchini concluyó leyendo un tramo del libro Puerca tierra, de Berger. Pero no hacía falta. Sus últimas y propias palabras habían sido, segundos antes, el cierre perfecto: “En torno a temas como la inundación no hay que dar un relato totalizador, lineal, completo. Hay que hacer, insisto, un trabajo de memoria. Confiemos en que si creo las condiciones, si tengo materiales auténticos y tengo voluntad de recordar, esa comunidad recordando se va a transformar. Entonces, quizás, lo que tengamos que hacer es aprender a recordar”.