Relato de Nicolás Eduardo Olibera, 10 años en abril del 2003, residente de barrio San Agustín
Mi nombre es Nicolás Eduardo Olibera, en este momento me dedico a changarín. Cuando fue la inundación tenía 10 años y vivía con mis padres en el barrio San Agustín. Nosotros somos 16 hermanos, nueve mujeres y siete varones. En ese entonces, cinco estábamos en casa, uno en el hospital y los demás ya estaban juntados, viviendo con sus parejas.
Mi papá era un hombre que siempre cumplía en el trabajo, en lo económicamente, pero mi mamá era la que se tenía que mover, llevarnos a la escuela, al hospital, andar con nosotros de acá para allá. En ese año, yo estaba en la escuela Luis Ravera, que queda en Teniente Loza y el Camino Viejo a Esperanza. A la mañana me llevaba a mí y después al mediodía la llevaba a mi hermana a la otra escuela y así. Después, cuando salíamos de clases, nos quedábamos prácticamente en nuestra casa. No nos criaron de andar en la calle, casi no salíamos por la desconfianza que tenían mis propios padres.
El 29 de abril mi mamá nos despertó a todos para que empecemos a embolsar la ropa y a agarrar todo lo más necesario, porque tenía miedo. Entre todo el montón y la desesperación, mi mamá se había olvidado que tenía internado a mi hermano en el Hospital de Niños. Así que salió como pudo a buscarlo, porque el hospital estaba lleno de agua, no se podía estar. Pasó todo de repente. Mi hermano que estaba internado habrá tenido 13 o 14 años entonces, era un chico que nació con problemas de desarrollo, de invalidez, era una persona especial. Recuerdo bien que mi mamá lloraba de la desesperación, estaba re alterada alambrando, no sabía cómo administrarse porque tenía cinco hijos en la casa y un sexto en el hospital.
Mis hermanos mayores que ya estaban casados no podían atenderlo a mi hermano que estaba en el hospital porque ellos tenían que alambrar por su propia cuenta, también por la misma inundación. Así que mi mamá salió como pudo ese día. Creo que con un remisero amigo de mi papá, un hombre del barrio. Justo se dio la casualidad de que estaba el remisero donde era la parada del 15, frente al Mercado Abasto, y le hizo el favor, ni siquiera le cobró el pasaje. Mi mamá fue a buscarlo a mi hermano y dice que cuando llegó se le venía toda el agua encima, que no sabe cómo salieron de ahí, pero que fue por Dios que los protegió. Lo tuvieron que traer con un tubo de oxígeno porque no podía respirar por su propia cuenta. Ahí lo dejaron en mi casa y una vez a la semana le venían a cambiar el tubo. Creo que, si mal no recuerdo, mi papá tenía siempre que pagarlo porque en ese entonces había muchas complicaciones, hasta para conseguir el oxígeno para mi hermanito. Él salió bien de allá, pero ese trauma le quedó.
Nosotros no nos llegamos a inundar, gracias a dios en ese tiempo no llegó el agua hasta donde vivíamos, pero mis hermanas que vivían en otros lugares perdieron casi todo. Una perdió prácticamente todo porque vivía en un ranchito de barro en el barrio Las Ranitas, el agua le empezó a comer las paredes y la del frente se le cayó. En esa zona había llegado a 40 centímetros de altura. La verdad es que la pasó muy mal. Tenía dos chicos y se tuvo que ir, tuvo que salir de la casa. Se quedó el marido arriba del techo del rancho, por más que tenía agua dentro, porque tenía miedo de que le roben todo lo poco que tenía.
Como a nosotros no nos tocó la inundación en la casa de mis papás, pasamos ese período encerrados, no podíamos ir a la escuela, no podíamos salir a ningún lado. Como contaba antes, mis padres siempre fueron muy rectos en el sentido de que no querían que nosotros vayamos a jugar a la placita porque tenían temor a que se agarraran a tiros. Vivíamos en el patio o en la vereda pero siempre con un adulto mayor, que controlaba. Nos pasábamos el día jugando entre hermanos, con primos o sobrinos que venían a casa. Sobre todo, jugando a la pelota en el fondo del patio, mientras los más grandes se ocupaban de todo.
Me acuerdo que al costado del polideportivo La Tablada Nueva, muy cerca de nuestra casa, habían armado carpas para la gente que había perdido todo. Había mucha gente y en el mismo montón andaban robando mucho, entonces no solíamos andar en la calle. Pasaban estas cosas que habían pasado siempre, había uno, dos o tres que se aprovechaban de la situación, que entraban a robar, que saqueaban todo. Incluso a la misma gente nomás que se había quedado sin ropa, sin nada, le terminaban de robar lo poco que tenía. Capaz que si vos tenías un poquito de mercadería te la robaban. Por eso, teníamos que quedarnos en casa, encima había mucha humedad, demasiada. Únicamente salíamos cuando íbamos con un mayor a ayudar a mi hermana a lo que sea, a levantar muebles, por ejemplo.
Por suerte, yo era chico para entenderlo. Pero a pesar de que era niño, la verdad es que fue horrible. Uno se pone a pensar en este momento, si me tocase vivir la misma situación que a mis papás no sé qué haría, teniendo cinco hijos en casa, un sexto en el hospital y otros más grandes inundados, queriendo ayudarlos y no pudiendo.
Hubo ese momento de desesperación en que la gente no sabía a dónde acudir porque el polideportivo también estaba repleto, no entraba nadie más. A la gente le daban carpas de pescar, la dejaban en la calle porque no había lugar, era impresionante la cantidad de personas que se habían inundado. Me acuerdo que dormían en carpas con criaturas.
En frente de la casa de mis papás hay una vecinal, los vecinos de mi barrio la abrieron y empezaron a juntar cosas, a recaudar alimentos no perecederos. Entre todos hacían ollas, le daban de comer a los que vivían en las carpas que se armaron fuera del polideportivo. Me acuerdo también que cuando hacían las ollas populares buscábamos viandas para comer en casa, nos repartíamos la porción que nos correspondía a cada uno y eso cenábamos.
Creo que lo más feo fue ver tanta gente en esa situación, porque la inundación la agarró de repente y nadie alcanzó a sacar nada. El recuerdo más feo que cargo hasta el día de hoy es ver a madres que lloraban a la madrugada porque no tenían ropa. Lo más doloroso que yo he vivido es ver a esas madres llorando y no saber qué hacer para calmar el llanto de sus hijos, porque no tenían mucho tampoco para darles. Por ahí el ejército venía y le daban frazadas y todo, pero vivían en carpas y las criaturas lloraban.
Había un alambrado al costado del predio que las personas usaban de tendedero para que se seque la poca ropa que tenían y había algunos que se aprovechaban y la robaban para vendérsela a otra gente. Se robaban la ropa colgada en el tejido y daba una impotencia. La policía no podía hacer nada tampoco por el simple hecho de que estaban atareados de ir y venir, no podía prestarle atención a tantas cosas.
Cuando retomamos las clases, me acuerdo que era mirarnos cada uno a las caras. En la escuela nadie tenía ganas de jugar, nadie tenía ganas de nada. Ni siquiera teníamos ganas de molestarnos unos a otros entre los compañeros. A pesar de que éramos chicos nos entendíamos. Nos preguntábamos y conversábamos entre nosotros “che, ¿a vos te agarró la inundación? ¿cómo la pasaste?” y cosas así. Había dos o tres compañeros que estaban en la clase a los que les había tocado y lloraban porque no tenían nada, se habían quedado sin nada. Igualmente las madres los mandaban a la escuela, pero fue muy triste ver todo eso. Uno piensa que capaz siendo chico se le olvida, pero no. Yo tenía 10 años en ese entonces y ya entendía que era muy grave la situación. Estuvimos varios días después de que retomamos las clases, prácticamente una semana, sin molestar a nadie.
Mi hermana que perdió la casa no recibió ayuda del gobierno. Fue mi papá quien la ayudó, que justo estaba en blanco y estaba ahorrando plata cuando trabajaba para la empresa La Activa de recolección de basura. Mi papá decidió comprarles una casa de material a mi hermana y su familia, un poco más adelante, y se la regaló. Ella no recibió ayuda del gobierno, no recibió ayuda de nadie. Salió por sus propios medios. Calculo que el gobierno se tendría que haber hecho cargo en ese entonces, o el municipio, no sé a quién le haya correspondido, pero mi hermana salió adelante por sus propios medios.
Yo creo que, como dice mi hermana que le tocó la inundación, perder en dos minutos el sacrificio que hizo durante diez años, perderlo todo, completamente, es inexplicable. No podés explicarlo con palabras porque pasarlo es horrible.
La inundación del 2003 es algo que marcó mi niñez de por vida y es algo que me llevaré hasta el día que no esté más. Si tuviera que describirla a partir de un sentimiento, yo la describiría como pobreza total. El pobre siempre fue así, no elige dónde vivir, vive donde puede, y así estuvo toda esta gente inundada, viviendo donde pudo, comiendo donde pudo, durmiendo donde pudo. Insegura o segura, pero estaba donde podía, no es que elegía. El pobre es así, no elige donde vivir, vive donde puede vivir. Así es la pobreza total. El ser humano cuando es pobre, cuando nace con bajos recursos, no tiene muchas posibilidades, no se le abren mucho las puertas.
Da pena que haya muchos que tienen mucha plata y no ayuden a las personas más necesitadas. Hay gente adinerada que no es capaz de comprarse un huevo para no tirar la cáscara. Muchas veces es el pobre quien aún no teniendo da lo que no tiene. El pobre es capaz de dejar de comer para ayudar al prójimo. Si las ollas populares existen es gracias a la gente que vive en el barrio, que sabe que se sufre, que sabe que hay gente que no tiene un plato de comida. Gracias a gente humilde así somos reconocidos.
Entrevistas y edición: Larisa Cumin y Emilia Spahn.
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