Una biblioteca curiosa y viajera

Con la misión de convidar libros y multiplicarlos, la Biblioteca Rodante Tacuarita viajó a Formosa, Santiago del Estero y Misiones para compartir lecturas, edición artesanal y recopilación de historias.

Hay un poema de Cecilia Moscovich titulado “La quietud” que arranca así: “Yo soñaba con comprarme una combi/ y recorrer el mundo. Ahora hablo con mi verdulero/ acerca de la mejor forma de hacer zapallitos rellenos”. Aunque vida y poesía se tocan, en el caso de esta historia pasaron otras cosas. En agosto de 2021, Cecilia, poeta, narradora, mediadora de lectura y docente, se compró una Kangoo y la acondicionó para llenar el baúl de libros. Así nació la Biblioteca Rodante Tacuarita, dedicada al arte más ancestral de todos, el de contar historias.

De color gris, la camioneta-biblioteca tiene ploteado su logo, una tacuarita que anida sonriente en un libro de páginas abiertas. Los libros viajan en cajones de madera que se adaptan ya sea para transportar los libros y exhibirlos, como para servir de banco o usar de mesa. El proyecto junta tres pasiones de su creadora y chofera, los libros, los viajes y los pájaros, parte de la naturaleza que lucha por conservar y cuidar como activista ambiental.

Charlando con Pausa, Cecilia explica que “la tacuarita es un pájaro común, no es un ave rara ni hay que ser fantástica para verlo ni encontrarlo”. “Además, anda por todos lados, se la puede encontrar por todo el país. Es inquieta, curiosa, confianzuda, chiquita…”, recuerda sobre la elección del nombre.

La propuesta de la Tacuarita tiene dos patas, la de compartir libros y posibilitar diversas escenas de lectura; y la de recopilar historias de cada lugar que visita, a través de talleres de edición artesanal de libros que quedan en las comunidades. Para contar cómo surgió, Cecilia duda en usar la palabra culminación, la dice pero busca otra mientras habla. “Es el florecimiento de algo que vengo haciendo hace muchos años, la mediación de la lectura”, explica. “Los libros son objetos culturales fundamentales y acceder a ellos es un derecho, por eso intento que los libros lleguen a lugares donde habitualmente no llegan, y que se puedan explorar libremente”, afirma sobre el objeto del proyecto.

El jabirú y La Salamanca

Después de una primera salida a un merendero comunitario en Colastiné, en enero llegó el primer viaje hacia el Bañado La Estrella, en Formosa, para visitar a la comunidad pilagá de La Línea.

“La principal razón de empezar ahí fue que quería conocer el jabirú, un pájaro que es un delirio”, cuenta Cecilia, y lo describe “como una cigüeña alta como un nene de diez años, tiene el cuello y la cabeza sin plumas, entonces parece una cabeza humana, con un pico gigante negro y el resto del cuello blanco, y un collar rojo que se hincha como de los pelícanos”. Es un ave que viene del África y, curiosamente “no hay ninguna leyenda alrededor, al menos hasta ahora no encontré nada”, cuenta.

En aquella jornada, después de tender mantas, cajones y libros y leer en ronda, una docente contó algunas historias y después les niñes dibujaron inventarios de cosas del lugar, como carpincho, flor, árbol, en las dos lenguas, a partir de leer algunos libros bilingües de la Tacuarita.

El segundo viaje fue en junio a San José del Boquerón, Santiago del Estero, para visitar la Escuela N° 806 Rizo Patrón del barrio El Ceibal -que fue una escuela rancho por casi 100 años-a través del contacto con la ONG Red de Comunidades Rurales. Esa vez fueron dos jornadas compartidas con 150 niñes, desde sala de 5 hasta séptimo grado, que conocieron y exploraron la biblioteca y después trabajaron con libros artesanales.

“Historias terroríficas de El Ceibal” y “Costumbres de mi pago” fueron algunos de los títulos creados en aquel taller. “Salieron historias de La Salamanca, que es un lugar en el bosque en el que se hacen los pactos con el diablo; y del Alma Mula, una persona que cometió incesto y se transforma como castigo en un monstruo, una mula con ojos de fuego que se aparece en el monte. Aunque esos chicos hablaban todos castellano, hay muchos lugares en Santiago del Estero en los que se habla el quichua, un derivado del quechua”, cuenta Cecilia.

Para seguir la historia, se puede escuchar la canción “Fortuna, fama y poder”, en la que el santiagueño Peteco Carabajal cuenta cómo le entregó el alma a La Salamanca, a cambio de su talento para el folclore.

Contar juntes

En julio, la Tacuarita llegó a Misiones, para encontrarse con las comunidades guaraníes Ysapy poty, Kurupayti, Alecryn, Yacutinga, Amabai y Pozo Azul, en el departamento de San Pedro, junto a la Biblioteca Popular Palabras del Alma.

En las jornadas, las comunidades compartieron una asamblea y Cecilia los escuchó hablar en guaraní con fluidez y sin interrumpirse uno al otro, soltando cada tanto solo algunas palabras en castellano como teléfono o internet. El taller de libros artesanales comenzó con una explicación en español, luego traducida, “sobre la importancia de que haya libros en la lengua originaria, porque los libros guardan historia, memoria y palabra”, y cerró con una Ronda de historias en la que cada uno contó la historia que había dibujado o estampado con una técnica de grabado muy simple, que usa matrices de telgopor.

“Cuando aparece la imagen después de estamparla, es una sorpresa. Le estoy dando más importancia a la ilustración de la que le daba antes, fui aprendiendo a leer imágenes y entenderla como un lenguaje, como otra forma de contar”, explica Cecilia. Hay muchos libros álbum en la cuidada selección de la Tacuarita, que permiten una lectura compartida entre palabra e imagen.

Junto con Ana Poletti y Elisabet Meier, que se sumaron al viaje, montaron dos funciones de una obra teatro de sombras, creada a partir del libro “Por una noche”, una versión de la leyenda aymara de La noche del tatú escrita por Mario Lillo. “Si bien la obra está basada en imágenes, tiene lectura en voz alta y había mucho texto, así que en la práctica misma aprendimos a adaptarla, a encontrar otras palabras para que la tarea de la traducción sea más fluida”, explica Cecilia.

Después de trabajar en el texto, la segunda función “fue un momento mágico”, celebra. “Todos éramos autores de la obra, la estábamos haciendo ahí, el que traducía se embaló y después jugamos con los títeres, viendo cómo se agrandaban y achicaban con la luz”, cuenta Cecilia. “Nunca sabes qué queda después de ese fugaz momento de felicidad, pero eso es la acción cultural, son cosas que dejan sedimento y entre varias cosas a las que un sujeto tenga acceso va a hacer algo. Pasarla bien un rato junto a otro tampoco es poco”, comparte.

Cultivar el asombro

Entre las sorpresas que viene viviendo La Tacuarita, Cecilia apunta contra un lugar común. “Está ese temor de que los chicos rompen los libros y la verdad es que no, hay situaciones en las que estoy yo sola con 200 libros y 50 pibes o más y no pasa nada”, afirma.

Otra de las sorpresas más grandes fue “descubrir lo plurilingüe y multicultural que es Argentina, ver qué vivas están las culturas originarias”, destaca Cecilia. “Especialmente cuando nos traducían, en Misiones, durante esa asamblea guaraní, sentí un profundo asombro”, cuenta.

“Todo parte de que los libros fueron siempre muy importantes para mí, fueron refugio, ventana, trampolín, y sé por experiencia de los efectos que generan los encuentros con los libros, aunque sea fugaz o dure más tiempo”, resume Cecilia sobre su biblioteca. “En su ‘Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros’, Federico García Lorca dice que libros es una palabra mágica que equivale a decir amor. Suena cursi pero no lo es. Esa alocución es como mi himno, él también habla de que el hombre a veces tiene más hambre de todos los mundos que los libros abren que de pan, yo creo eso”, comparte.

“El acceso a los libros es un derecho en el que entran muchos otros, obviamente al patrimonio cultural pero también el derecho a la ficción, a la ensoñación, a la simbolización y al juego. Creo que la imaginación es la facultad política por excelencia, porque es la que nos permite imaginar otros mundos posibles, por eso nutrirla es fundamental, es una tarea que hay que hacer porque la curiosidad y el asombro se adormecen si uno no los acicatea”, refuerza Cecilia. “Cualquier persona puede ser mediador de lectura, el requisito es que te gusten los libros y te entusiasme compartir ese mundo con otras personas”, agrega.

Antes de cerrar la entrevista, Cecilia vuelve al principio de la conversación. “Dije culminación porque cuando nació la Tacuarita fue terminar de entender qué sentido quiero darle a mi vida, qué es lo mejor que tengo para dar”.

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