Para Santiago Fernández
Me pasa una amiga un concierto del rapero Trueno en el que cita el “King Kong Five” de los Mano Negra (Now, listen to the beat, beat of the song, song/ go buzzing in my head, head like a bum dum) y a los Kuryaki (a mover el coolo). Dice el rapero argentino en un momento del video: está lento esto, vamos más rápido. Y la banda imprime un ritmo de funk hip hop a la canción, rodeados del entorno del Barrio de La Boca donde los colores estallan.
No tengo idea qué es ser rebelde para un adolescente hoy mientras los adultos vivimos de posteos. Pero sí sé que la escuela es el lugar donde los jóvenes se hacen fuertes. Por ejemplo: voy al estudiantil de teatro. Veo adolescentes actuando, parándose en un escenario para ser vistos por otros que los aplauden y reconfortan con la escucha y los aplausos y los cantos de apoyo. Veo adolescentes participando de concursos literarios en escuelas, peleándose por si la invitación fue para algunos o para todos, preguntando, cuestionando que por qué vamos cuatro y no todos los que quieran ir. Me encuentro con un alumno en una presentación de uno de mis libros y me pregunta si puede leer en voz alta algo del libro que se presenta, un diccionario que escribieron muchos autores y autoras santafesinos.
Le digo a Santiago, cuando termina y nos deja sonrientes: leíste como si hubieras escrito vos el texto. Lo miro mientras lee: sabe cómo se agarra un libro, cómo se acarician las hojas al pasarlas. Se para frente al micrófono con elegancia suave, con prestancia ambulante en los pies que hacen un vaivén mientras apoya uno, luego el otro para darle ritmo a la lectura. Lo escucho mientras hace pausas o revisa y relee una palabra. Elige para leer la entrada “Orilla”, de Mercedes Bisordi. La entrada desarrolla el placer y el peligro de estar cerca de esa línea divisoria que separa la tierra firme del agua, de la cercanía o de la profundidad que acarrea tomar una decisión de lanzarse o meterse o salir o traspasar una orilla.
Pienso: quiero aullar, pararme en el medio de la sala y gritar algo que no tienen nombre y ni tampoco tiene que ver conmigo, pero sí con la escritura y con un aula desconocida para quienes descuentan sueldos y derechos, desconocida también para quienes toman horas de clase en una villa por la obra social pero viven de otra cosa. No hago nada de eso. No me paro ni grito ni aúllo en una sala llena de gente presentando un libro, por supuesto. Me quedo adorando a Santiago, mientras lee delante de una sala llena de adultos que escribimos, leemos y damos clases de escritura, lectura, lengua y literatura. Pienso que ese acto de pertenencia, ese acto de mundo de Santiago, ese beat of, es la toma del mundo que no estaba viendo. Salten al escenario, entren a la lectura y agarren el micrófono. Los necesitamos para mover el culo.