Este no es el Mundial que yo quería escribir. Me apuran desde la redacción y siento que me compadecen en el pedido. Nadie quiere atestiguar sobre la derrota inaugural. Nadie gusta de contar sobre la ridícula línea que separa un fundamento bien articulado de una esteril justificación futbolera. Un semblante cargado de angustia lava los pocillos de un desayuno frustrado. No nos despertamos para perder aquel invicto de 36 partidos. El tufo madrugador del 2002 se filtra en cada mate y las preguntas de mis hijos son el eco de un desmarque anticipado o de un pase que no se soltó a tiempo para dejarnos en orsai un montón de veces.
–Pa, ¿cuando perdemos también tenés que escribir para el diario?
Hace diez días que vengo generando disparadores, apuntando algunas ideas para esta parte del Cuaderno Mundial: la camiseta y el himno, el quinto torneo del capitán, los aromas que nos transportan a otros momentos de la vida, las gestas gloriosas, las coincidencias, los gestos que me dan ternura, lo que merecimos en cada cita, la chispa necesaria para distinguir, la pésima organización actual que no da tiempo para entrenar y concentrar como se necesita. Nada de eso será relevante luego de este triunfo de Arabia Saudita. Y algunas preguntas menores, merecen ser respondidas.
–¿En cuántas cuotas lo sacaste al televisor, papi?
Cuando mirás un partido en modo paternidad lo más complejo es explicar la ley del fuera de juego. Y aunque la tecnología demuestra con sus gráficos cada decisión arbitral, contener los gritos de gol luego de un dilatado análisis de VAR o de un banderín en alto se convierte en una ardua tarea matutina. El antebrazo habilitando, un hombro por delante del último defensor, las líneas geométricas ahogando la esperanza resultan inútiles para detener la efervescencia de estos pequeños despeinados.
–¿Por qué se tiran tanto al piso?
Tengo algunos miedos de Mundial que mis hijos aún no han experimentado. Los de perder el balón saliendo desde abajo, o jugar contra un rival que se defiende todo el tiempo, los de fallar en instantes decisivos y que el contrincante multiplique sus capacidades y expectativas ante la adversidad. Tengo un miedo para cada minuto de juego: lo fundamental de los primeros 10, sobre cosas que no hay que hacer antes de los 20, en el final de los primeros tiempos, o en el arranque del segundo o después de los 80. Hay momentos de los que se hace imposible regresar, aunque el deporte haya demostrado que siempre hay un segundo más para la épica. Tengo un miedo inédito con este Cuaderno, de que quede en el olvido y más aún, de que se aferre a la memoria esponjosa de mis hijos y los acompañe por el resto de sus mundiales.
–¿Cuando te anulan tres goles, no te anotan uno de regalo?
Messi arranca el torneo pateando penales como en la final contra Nigeria, en aquel Sub-20 en Holanda en 2005. En este televisor se ve diferente, aunque la calidad del 10 es la misma. Como si la historia hubiese abierto un portal para inaugurar un momento inigualable, de una forma parecida. Son los primeros instantes de un martes fresco y saludable, de un mate perfecto y una garganta apenas desperezada. El aroma a tostadas recorre el comedor a punto de servir una goleada. Y es cuestión de serenarse, de juntarse a tocar como ellos saben, de acertar el pase final ante una defensa adelantada, con la tranquilidad de que Messi ya la metió, alejando los fantasmas de Islandia en 2018. De pronto, alguien olvida la hornalla prendida, el olor a tostada quemada nos abruma y es necesario raspar lo negro.
–¿Puedo jugar a la play apenas termine o este partido cuenta como momento de pantalla?
Hay un centro desde la izquierda, a la olla, con nuestros centrales en el área buscando el empate con lo poco que queda de juego. La cámara lenta muestra que el arquero rival impacta con su rodilla en el rostro de su defensor. Mis hijos celebran, ríen como si estuviesen viendo videos graciosos en YouTube, piensan que el blooper nos acerca al gol, que los hace más ridículos a los asiáticos, y que se merecen aquel golpe. Me alegro de estar ahí, conteniendo sus reacciones, acariciando su frustración, y canalizando una bronca que no tiene sentido ante el dolor ajeno.
–¿No dijiste que este era el peor equipo del mundial?
Responder sus dudas y cuestionamientos, me salva. Las preguntas que brotan de una derrota inaugural me ayudan a escribir sin pensar. Hay algo de prisa por terminar unos párrafos que poca gente leerá con entusiasmo. No puedo prometer aquí un remate en modo bálsamo para acallar tanta angustia de esta semana que pintaba corta y será larguísima hasta la revancha del sábado. Soñábamos con una goleada en modo Inglaterra y ahora miraremos con apremio los partidos de Francia, con temor el debut alemán, con dudas al conjunto de España, con incertidumbre a Bélgica y con todo el terror posible el comienzo de Brasil. Por suerte WhatsApp trae memes y reenviamos la alegría para que la jornada no nos haga pensar demasiado en la matemática de un grupo C que recién comienza.