Relato de Amira Ricotti, 7 años en abril del 2003, residente entonces del barrio San Lorenzo.
Esto es un poco la historia de todos. Aparte es como que todas las personas entrevistadas teníamos más o menos la misma edad, así que leer los relatos es una manera de buscar respuestas a la pregunta ¿qué le habrá pasado a otro que tenía la misma edad que yo en ese momento?
Mi nombre es Amira Ricotti, tengo 26 años. Estudio Profesorado de Lengua, ya estoy por recibirme, pero no ejerzo. Trabajo en un Centro Comunitario en La Guardia desde hace dos años, empecé siendo tallerista de literatura y ahora trabajo en la coordinación. Somos una biblioteca popular, donde además estamos divididos en equipo de salud y de género, hacemos trabajo territorial. En este momento, vivo en San José del Rincón, por cuestiones de la pandemia, pero toda la vida, desde chica, viví en barrio San Lorenzo. Mi mamá vive allá actualmente, aunque no en la misma casa, sino en donde vivían mis abuelos en la época de la inundación.
La casa que alquilábamos en el 2003 estaba re cerquita de la escuela Juana Azurduy, que es la Pascual Echague, ahí en calle Zavalla. En ese momento, yo tenía 7 años y vivía junto con mi papá, mi mamá y tres hermanos. Ahora somos cinco, pero entonces todavía no había nacido el menor, éramos una familia de seis. Yo era la hija más grande y ya iba a la escuela, estudiaba en la Mariano Quiroga que queda en el barrio Centenario. Mi hermana, que tenía unos 5 años, iba al jardín, en el mismo lugar. Caminábamos unas cuadras para ir hasta allá. Y mis otros hermanos, que son más chiquitos, se quedaban con mi mamá. La más chica en ese momento tenía apenas unos meses, porque había nacido en el 2002. Mi mamá trabajaba de ama de casa y mi papá trabajaba en la construcción.
Me acuerdo, sobre todo, del clima, con esa lloviznita constante. Era terrible, un frío tremendo, yo no sé si alguna vez volví a sentir el mismo frío que tuve ese día. Un par de días antes de la inundación ya veíamos en la televisión que sacaban y llevaban a la gente con palas mecánicas o en camiones. En esa época mirábamos mucho Notitrece, llegábamos de la escuela al mediodía y mientras almorzábamos mi mamá miraba el noticiero.
Ese 29 de abril, nos levantamos temprano y no había luz, ya la habían cortado. Mi viejo tenía una pequeña radio a pila, chiquitita, y escuchábamos a algún periodista, no me acuerdo quién estaba en ese momento, seguramente Luis Mino, que entrevistaba a la gente para que contara la situación. En aquel año básicamente no había celulares. Me acuerdo que los vecinos iban y venían para informarse. Mi mamá quería ir hasta la casa de mi abuela que estaba a unas cinco cuadras y mi papá no la dejaba, por si venía el agua. Era todo muy caótico. Me acuerdo de eso, era muy caótico. Éramos muy chiquitos, pero se sentía el malestar y la preocupación extrema de la gente.
Me acuerdo que era media mañana cuando mi viejo empezó a subir las cosas a una mesa. Decía “bueno, si viene el agua va a ser un poquito, unos centímetros, así que vamos a subir la heladera, vamos a subir las camas y los muebles para que no se mojen tanto, de última que se moje la mesa”. Ya para el mediodía nos fuimos, con mi mamá y mis hermanos, a la escuela Pascual Echagüe que quedaba a tres cuadras y a donde ya empezaba a llegar la gente. La gente llegaba sin parar, era tremendo. A partir de ahí nosotros perdimos contacto con mis abuelos que también vivían en el barrio, así como con mi papá que estaba en la casa, que se había quedado para cuidarla y seguir levantando las cosas. Pensaba que iba a haber poca agua, todo el mundo decía eso.
Durante ese día, como no había luz en la ciudad, se escuchaba la radio. Los pocos que podían, es decir, que tenían teléfono fijo en ese momento, llamaban a la radio para ver dónde estaban sus familiares, si se sabía algo. La desesperación de la gente se notaba también en los locutores. Me acuerdo de ese papel de los medios, no se trataba solamente de informar, sino también de asistir a la gente, porque era una situación muy desesperante. Además, esas personas que trabajaban en la radio también tenían familiares que estaban pasando por lo mismo. Yo creo que hasta incluso en los medios de comunicación se notaba esa desesperación propia de una tragedia tan grande.
Cada vez que me preguntan por la inundación cuento la misma historia, apelo a la misma escena, porque yo tenía solo 7 años pero me impactó para toda la vida. Estábamos en el aula de la escuela. Ya era la tardecita. Además de nosotros, había otras dos familias. Una mamá con sus chiquitos y una vecina de esa señora, que se fueron juntas. Faltaban los esposos de ambas. Y en un momento llega uno, con una cara indescriptible. Creo que nunca o pocas veces en mi vida he visto una cara de tanto terror, desencajada, no sé cómo contarlo. Y entonces la mujer le pregunta qué había pasado y la otra señora le pregunta por el marido. Él hace una cara que no puedo explicar, como diciendo que se había quedado en la casa o que se ahogó en el agua, hizo una mueca de negación y dijo “el agua” nomás. Sin palabras casi. Me acuerdo del estado de desesperación de la señora, de los chiquitos que eran chiquitos como yo en ese momento y de la desesperación de mi mamá, porque mi mamá estaba sola sabiendo que mi viejo estaba en la casa. A todo eso, muchos años después, mi papá nos contó que casi se muere ahogado porque se le trabó la puerta con el agua y le costó salir. Dice que el agua iba subiendo hasta que, de un momento a otro, se dio cuenta de que la tenía al cuello. Salió por milagro, no sé cómo, y cuando llegó a la esquina, que era más alta, el agua apenas le llegaba a los tobillos. Así, todo mojado, nos fue a buscar a la escuela.
En esa escuela nos quedamos hasta la noche. Eran las 7, 8, 9, no me acuerdo exactamente, pero sé que era de noche y que empezó a hacer mucho frío. Me acuerdo de haber salido a la vereda y que parecía de película, en serio, porque se veía que venía el agua, literalmente, se veía. Además, las bocas de tormenta parecían una catarata, brotaba el agua con fuerza. Brotaba de todos lados, hasta del piso, era tremendo. Éramos chiquitos, nunca habíamos visto semejante cantidad de agua.
En la escuela habían hecho comida para todos, porque tenía comedor. Estaba toda la gente comiendo cuando empezó a brotar el agua ahí también. Brotaba por los desagües, por todos lados. Y la directora decía “no, por favor, no se vayan, señoras, señores, no se vayan”, mientras la gente corría desesperada porque se venía el agua de verdad. Cuando salimos de la escuela, en la esquina de Zavalla y Entre Ríos, había parado un colectivo de la Línea 8 que estaba sacando a la gente. Nosotros salimos en esa dirección. Mi viejo me tenía a mí y a mi hermana. Mi mamá tenía a mi hermanita que era chiquitita. Y una señora se había acercado a mi mamá para ayudarla, “deje, señora, que yo le llevo a su nene”. Éramos cuatro niños. Me acuerdo que nos subimos al colectivo y que esa señora se quedó todo el tiempo con mi hermanito, con mi mamá, porque claro, eran re chiquitos ellos. Mientras tanto, yo iba agarrada del tubo de metal, porque era un colectivo viejo, de esos que había entonces, no como los modernos de ahora. Estuve abrazada al tubo, con mi hermana de la mano con fuerza, con mucho miedo de que se me pierda. Ella tenía 5 años y yo 7, pero con tantos hermanos menores una se cree más grande. En ese transporte nos fuimos hasta el gimnasio de la UTN, la Tecnológica, que en ese momento era un galpón muy abierto, donde hacía mucho, mucho frío, todo el tiempo.
En la Tecnológica me parece que habremos estado dos días. Todo el tiempo la gente estaba trayéndote abrigo, cosas calientes para tomar. Hacía muchísimo frío, entraba viento por todos lados. Y pasaban cosas muy bizarras. Me acuerdo que había una enfermería y que había un chico al que lo había mordido un perro. Era muy bizarro porque estábamos recién evacuados y la gente es como que ya vivía ahí, evacuada desde hacía muchísimo más tiempo que nosotros. Me acuerdo esto de no desprendernos, porque había muchísimas personas y teníamos miedo de perdernos. Así que me pegaba a mi mamá y la agarraba a mi hermana y lo agarraba a mi hermano, para no perderlos. Era esa desesperación, no sé. Después de esos dos días, nos fuimos a la casa de mi otra abuela, que vivía en barrio Las Flores II. Al norte no llegó el agua, o sea, llegó porque estaba mojada la calle, pero no adentro de la casa.
Mis otros abuelos que vivían en San Lorenzo tenían una parte alta de la casa, como un departamento arriba. Así que cuando nosotros nos fuimos a la Pascual Echague, ellos se quedaron en su vivienda, junto con mi tío y mi tía que en ese momento estaba embarazada. Incluso, siempre cuenta mi abuela que los vecinos le llevaban los muebles para que los suban, para que no se mojaran. Mi abuela dice “me traían televisores, lavarropas, heladera, todo lo que entre”. Cuando llegó el agua la planta baja se inundó. Faltaba solamente un escalón de la escalera, que daba a la parte de afuera, para que entre el agua también a la planta alta. De ese nivel de agua estamos hablando. En cierto momento, pasó la gendarmería y les dijo “no se pueden quedar más acá, porque miren la cantidad de agua que hay”. Entonces, a mi abuela y a mi tía las sacaron en canoa. Pero mi abuelo y mi tío se quisieron quedar, porque se veía que el agua no iba a subir más que eso. Querían quedarse en ese lugar, en el departamento de arriba, rodeados de agua, cuidando las cosas. Y se quedaron ahí, no sé cuántos días, pero fueron muchos.
A mi abuela y a mi tía también las llevaron a la Tecnológica, pero nos desencontramos. Nosotros nos quedamos dos días, ellas se quedaron más. Había tanta gente que por ahí uno no encontraba a los familiares y no había celulares en ese momento para contactarlos. Entonces, cuando nosotros nos fuimos a la casa de mi otra abuela en Las Flores, ellas estaban en el mismo centro de evacuados. Después las fueron a buscar y se fueron a la casa de mi tío que también vive por el norte de la ciudad. Ahí sí no había chance de que llegara el agua.
Además, tengo una tía que en ese momento estaba en Santo Tomé y que quiso pasar el puente Carretero, pero era imposible porque el agua pasaba por el puente. Cuenta que parecía que se movía de la cantidad de agua que había. Ella se quedó varada allá en Santo Tomé, no se inundó pero no podía pasar a Santa Fe, no había forma. Estábamos todos desparramados.
Nos quedamos como dos o tres meses en la casa de mis abuelos. Cuando bajó el agua, cuando hicieron toda la cuestión de desagotar la ciudad, por así decirlo, mi viejo volvió a la casa. Tenía que empezar a limpiar. Era un caos, todo el barrio, todo. De hecho, recién ahí es cuando mi viejo se acerca también a la casa de mis abuelos para ver si estaban allá. Mi abuelo y mi tío se habían quedado, incluso después contaban que mientras estuvieron solos la gendarmería les llevaba comida, mantas, productos. Hubo muchísima gente que se quedó en los techos de las casas para cuidarlas, porque también, lamentablemente, había muchos robos. Entonces la gente se quedaba a cuidar lo poco que le quedaba.
Estuvimos todo ese tiempo en Las Flores hasta que volvimos a nuestra casa en San Lorenzo. Cuando volvimos, mi mamá tuvo que seguir limpiando con mi papá. Para una nena de 7 años llegar a su casa y ver todas las cosas en la vereda es duro. Me acuerdo que para la Navidad anterior nos habían regalado, a mi hermana y a mí, unas muñecas peponas, de esas que venían antes con el cuerpo de trapo y una cabeza grandota con el pelo de lana. Eran nuevas las muñecas, estábamos enloquecidas. Me acuerdo de llegar a la casa y ver todo eso tirado en la vereda, todo lleno de barro podrido. Afuera de todas las casas estaban tirados los juguetes de los niños, ropa y otras cosas. En mi casa, se perdieron la heladera y ese tipo de electrodomésticos, hubo que tirar todo porque estuvo bajo el agua.
Me acuerdo que cuando llegamos era insoportable el olor, hasta el día de hoy me acuerdo de la inundación y me acuerdo del olor. Los olores traen esa memoria. El olor a barro podrido, el olor a humedad. Todo estaba húmedo, las paredes, el piso, eso que después había empezado a mejorar el clima y se podía abrir y dejar que dé un poco el sol en la casa. Pero estuvo tantos días el agua dentro que era imposible sacarlo. Y ese olor, a mí, te juro, es una cosa que me impacta mucho, no puedo sentirlo. Siento olor a humedad y es esa cosa que me lleva a ese momento. Creo que solamente las personas que volvimos a los barrios después de la inundación sabemos lo que es ese olor, porque es un olor particular, porque es el olor al barro podrido pero también es el olor a la desesperación, digo yo. Y a la tristeza, porque me acuerdo ver a mi vieja tirar cajas y cajas de recuerdos, fotos de nosotros cuando éramos chiquitos o fotos de su casamiento, por ejemplo, tirarlas porque se echaron a perder por el agua. Tirar un montón de cosas. Perder un montón de cosas. Entonces ese olor no solamente es el barro podrido, sino como que el barro podrido era la tristeza también, para un montón de gente. Incluso, hubo mucha gente que perdió el doble de lo que perdimos nosotros.
En ese momento, a los 7 años, lo que más lamenté perder fueron los juguetes. Teníamos muchísimos juguetes con mis hermanos. Hoy, siendo grande, lo que lamento es haber perdido todos esos otros recuerdos, las fotos y esas cosas significativas que uno guarda. Creo que eso es lo que más sentimos. En Santa Fe vos te das cuenta que una casa no se inundó porque tiene ese tipo de recuerdos. Las personas que nos inundamos no tenemos ese tipo de recuerdos. Lamentablemente, porque se llevó todo el agua.
A pesar de todo, pudimos rescatar un par de cosas. Mi mamá, cuando se estaba por casar, había comprado unos muebles de algarrobo. Así que le dijo a mi papá “no los vas a tirar, te mato, los lijamos, les sacamos el barro y los pintamos nuevamente”. Se recuperó la cama, a la que se le había quebrado el elástico porque el agua le tumbó una biblioteca encima. Y también se recuperaron las ollas essen. Mi papá casi comete el crimen de tirarlas, pero mi mamá le dijo “¡¡¡No!!!”. Les hizo todo un tratamiento, las dejó no sé en qué, las lavó doscientas veces y todavía existen las ollas esas. Además, por suerte, mi mamá siempre tenía adentro del bolso los documentos. Lo primero que hizo, cuando salimos ese día de la inundación, fue sacar ese bolso con los documentos. Los tenemos todavía, de recuerdo, esos verdecitos. Y después, otra cosa que rescatamos fueron algunos adornos de vidrio, que no se rompieron porque estaban en una caja que mi mamá tenía guardada y que se podían lavar, ponerlos bien con lavandina. Esos quedaron.
Volver a la casa fue complejo, mi mamá no sabía por dónde empezar. Con todo lo que había pasado, era empezar de nuevo. Fue complejo el tema porque todos los días era ir a hacer un trámite, te pedían muchas cosas para darte el subsidio. Me acuerdo que mi viejo fue a Catastro, fue a Desarrollo Social. Había muchísimo movimiento porque la gente también estaba desesperada porque se había quedado sin nada. Era volver a empezar todo. Y encima era todo un tramiterío legal. Lo bueno de eso era la solidaridad entre vecinos, que entre todos se iban saliendo de testigos para poder comprobar que estaban viviendo efectivamente en los barrios afectados cuando se inundaron.
Mi papá trabajaba en la construcción en ese momento y además trabajaba en una ferretería, cerquita de casa, que también se inundó. Nosotros le alquilábamos la casa a los dueños de esa ferretería, lo que también derivó en un problema legal, porque la dueña de la casa decía que ella tenía que cobrar el subsidio porque era su casa y no mi papá y mi mamá que habían perdido todo. Entonces eso también fue un caos, porque había mucha gente que hacía estas cosas, que de alguna manera jugaba con la necesidad del otro. Era poco dinero, tampoco es que te daban un montón, te servía por ahí para comprar algunas cosas básicas y comida, porque aparte de todo eso mucha gente se había quedado sin laburo. Si se había inundado el lugar donde trabajabas, si trabajabas en un comercio y se inundó, para los dueños de ese negocio también era un volver a empezar. Para todos era un volver a empezar, por eso para todo el mundo fue re jodido. Había mucha gente que se quería aprovechar de eso. Recién cuando el gobierno nacional dio el subsidio para la gente inundada, mis viejos lo cobraron y con eso compraron cosas básicas para la casa. Lo primero que compró mi mamá fue un lavarropas, de esos que tienen la paletita en el medio, para lavar la ropa de toda la familia.
Nosotros después tuvimos que volver a la escuela y eso también era volver a empezar. Yo me acuerdo que la maestra nos preguntaba “Cómo estás, cómo está tu familia, dónde estuviste, cuándo, qué pasó”. En mi escuela había mucha gente de los barrios de alrededor, de Centenario, Chalet, Baradero, todos barrios que se inundaron, así que todos compartimos lo mismo. Hubo muchos chicos que hasta habían perdido familiares. Y la escuela en ese momento actuó de gran contención para los pibes, porque nosotros estábamos todos traumados, de haber visto perder todo. Yo tenía 7 años, mi hermana 5, había chicos más chicos, chicos más grandes, que por ahí eran los que tenían más conciencia de alguna cosa. Me acuerdo de algo súper banal, de ver mi libreta y que decía sin calificación. Yo era re comelibros en la escuela y como decía sin calificación me había puesto mal porque la señorita no me había puesto nota. Después nos explicó “No, chicos, esto fue durante el periodo de la inundación, no tuvimos nota porque no tuvimos clases”. Hasta eso era volver a empezar. Me imagino, en ese momento, lo que era para los docentes volver a retomar un montón de cosas, en la contención, en los contenidos, en lo pedagógico. Eran un montón de cosas y por eso creo que la escuela actuó de mucha contención para nosotros, como niños, en esa circunstancia.
Creo que lo que caracterizó ese momento fue la solidaridad entre vecinos. Por ejemplo, recuerdo que enfrente de mi casa había una señora que hizo un comedor comunitario. Cocinaban y la gente iba a buscar comida. Si vos no podías buscar, había vecinos que llevaban otro tupper y te lo acercaban. Todos se hacían el aguante. La solidaridad marcó mucho, por lo menos entre lo que yo pude registrar. Pero también había mucha tristeza. Hay mucha gente que quedó muy mal. Específicamente hablando de mi familia, hasta hoy en día mi abuela, la que sacaron en canoa, cuando escucha llover empieza a desesperarse. Le quedó un miedo tremendo a volver a pasar por lo mismo. Tengo otras amigas, ahora de más grande, con las que siempre charlamos sobre el tema, que cuentan que mucha gente se ha caído de la canoa y casi se ahoga. La tristeza en ese momento abundaba y había también mucha desesperación.
Yo era muy chica, no tenía consciencia de todo lo que pasaba, por ahí había cosas que no registraba, pero me imagino que para la gente adulta era una situación desesperante. En ese momento había una crisis económica en el país tremenda, entonces la gente tenía que salir de la crisis económica y encima se inundó. Recuerdo que el domingo anterior, o dos o tres domingos antes, la acompañé a mi mamá a votar. El ambiente estaba re cargado de todo, de la inundación, de la crisis económica, de la crisis política del país. Le tomamos dimensión ahora que somos grandes, pero recuerdo que ya en ese momento a mí me parecía todo un caos. No entendía nada, pero era todo muy caótico. Me acuerdo de ver en la tele a Néstor Kirchner bajando del helicóptero, llegando a la ciudad. Era muy chica, pero son como imágenes que se me vienen, la de los políticos en la tele, la de Reutemann caminando por las calles. Claro que no me crucé con ninguno en ese momento, porque con 7 años no salía a la calle y menos después de eso.
En el 2007 nos volvimos a inundar cuando hubo una gran lluvia en Santa Fe. No llegó a ser como la inundación anterior, pero se anegaron las calles. Para ese año yo ya vivía donde antes vivían mis abuelos y esa parte del barrio es re baja. Me acuerdo de tener que irnos de la casa porque se llenó de agua. No tanto como en el 2003, pero era agua, mucha agua. Mi abuela, que vivía en el departamento de arriba, también se fue porque le agarró un pánico tremendo por volver a inundarnos. Nos fuimos, yo a la casa de mi abuela en el norte y ella a la casa del hijo también en el norte. Ya te queda esa cosa de “voy a volver a perder todo”.
Si tengo que resumir la inundación en dos sentimientos, diría desesperación y miedo. Creo que eso fue lo que sentimos varios. Después de vivirla tenía un sueño recurrente en el que me moría ahogada. Creo que le tengo un poco de pánico al agua, probablemente viene todo de ahí, de ese miedo, porque me acuerdo de ver como en una película el agua viniendo desde la esquina y creo que desde ahí me da un gran temor.
La inundación creo que es un antes y un después en la vida de todos y en la mía, particularmente. No en ese momento, porque tenía 7 años, pero cuando fui más grande fui entendiendo mucho más, en muchos sentidos. Primero, porque es una marca que nos queda a todos los que nos inundamos. De grande empecé a entender que es una marca que te queda y que la podés usar para seguir militando, luchando o la podés usar para contar la historia, lo que me parece que también es totalmente válido y necesario. En algún momento participé de las marchas de los inundados, pero como me causaba mucha angustia después dejé de ir. En el sentido político, fue entender que teníamos 7 años y éramos víctimas de un Estado ausente. Éramos niños víctimas de un Estado ausente que nunca se hizo cargo, que todavía está impune. Fue entender que todavía hay un montón de cuestiones a resolver.
Entrevistas y edición: Larisa Cumin y Emilia Spahn.
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