El Mundial de Fútbol nos desborda de una alegría colectiva, necesaria y esperada. ¿Podemos separar el máximo torneo de este deporte que tanto amamos del contexto social y político en el que se juega?
No importa si el fútbol te gusta poco, mucho o nada, es casi imposible, sobre todo en estas tierras de pasiones desbocadas, abstraerse del clima mundialista. Es un acontecimiento deportivo, social, cultural y, como todo, político.
Este primer Mundial en tierras árabes se nos presenta, a quienes amamos este juego, como un verdadero golazo en contra. Qatar es un país muy pequeño, con casi tres millones de habitantes que en su mayoría no nacieron ahí, con una de las mayores rentas per cápita del planeta y con un gobierno monárquico absolutista poco afecto a respetar los derechos de mujeres, personas LGBTIQ+ y trabajadores migrantes.
Desde que se anunció que Qatar sería sede de este Mundial, en 2010, el diario inglés The Guardian estima que en la construcción de los estadios murieron más de 6.500 trabajadores provenientes de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka, quienes además estaban en condiciones de esclavitud: trabajos forzosos, salarios de miseria y retención de pasaportes, incluidos.
En Qatar, además, tener relaciones sexuales con alguien de tu mismo sexo es un delito punible con siete años de cárcel; las mujeres deben pedir permisos a su tutor para salir del país, casarse o trabajar en algunos lugares; el sexo fuera del matrimonio es ilegal, por lo que quedar embarazada estando soltera puede suponer penas de cárcel, y la violencia de género no está tipificada en el código penal.
Pero una “fiesta del fútbol” –y el deporte– en estos contextos no es una novedad: la Italia de Mussolini organizó y ganó el Mundial de 1934, dos años después se celebraron los Juegos Olímpicos en la Alemania nazi (Berlín 1936) y, más acá en el tiempo, se disputó el Mundial de 1978 en plena dictadura en nuestro país. Y entonces, ¿podemos separar este deporte que amamos de esos contextos? ¿Cómo nos posicionamos quienes además nos consideramos feministas?
Para Romina Fernández, militante del fútbol feminista, este Mundial es una oportunidad perdida: “Lo que podría haber sido una oportunidad única de llenar las calles de Qatar de diversidad étnica, cultural y de género se truncó en la imposibilidad de una FIFA corrupta y obsecuente para negociar las condiciones que garantizaran un espacio mundialista inclusivo. Paradojas de un fútbol masivo que no es para todes dentro de las canchas, y que este año tampoco lo será fuera de ellas”.
“Como activista es imposible separarlo”, responde a la consulta Florencia Frutos, periodista deportiva y relatora. “De todas maneras creo que sirvió visibilizar a este país y conocer esa realidad que, quizás por estar del otro lado del mundo, la gran mayoría de la sociedad argentina jamás hubiese conocido. Asimismo, con el crecimiento de los feminismos en el mundo, de alguna u otra manera quiero pensar que la rebelión será más fuerte que todas estas violaciones. Aunque lo mejor sería que todos los que hacen del circo el mejor show, incluidos los futbolistas, colaboren con la causa y no de manera banal”.
“En un momento se me cruzó por la cabeza no mirar ningún partido, como si eso fuera posible o tuviera algún impacto”, confiesa un poco entre risas Alejandra Haas, futbolista y formadora de pequeñas jugadoras en Las Flores. “No se puede separar el contexto del deporte, y sabemos que las mujeres y minorías no estamos incluidas en la gran mayoría de decisiones de cualquier institución poderosa. Tenemos que disfrutar de la Selección, de sus partidos, pero no podemos dejar de nombrar y mencionar la realidad de este país, espero que haya más difusión de las violaciones de derechos en Qatar durante el Mundial”.
A Gabriela Carvalho, fotógrafa brasileña que vive desde hace algunos años en Argentina, se le suma al análisis el contexto electoral que recientemente vivió Brasil. ¿Se gritan igual los goles del explícitamente bolsonarista Neymar? “Si digo que no voy a ver el Mundial estaría mintiendo, porque me gana la tradición, los rituales y el gusto de ver buenos partidos. Pero me cuesta hinchar por Neymar por todo lo que su postura y su ser representa. Estoy en el equipo del niño nordestino que, cuando un periodista le preguntó quién iba a hacer goles para Brasil en el Mundial, él respondió sin dudar: Lula. Nuestro Mundial ya lo ganamos, le ganamos al fascismo, a la homofobia, al racismo, ganamos eligiendo a Lula en un contexto mundial en que el odio es cada día más victorioso”.
“No hay como separar fútbol y política”, dice Gabi, como si aún hiciera falta aclararlo. “La selección brasileña fue un bastión de los militares, así como de todos los gobiernos que hemos tenido. Muchos jugadores se han plantado políticamente a lo largo de la historia, como Sócrates de la Democracia Corinthiana y tantos otros. Como decía la bandera de la hinchada que yo frecuentaba en mis épocas de fanatismo: ‘Odio eterno al fútbol moderno’. Soy una eterna nostálgica del fútbol arte, un poco menos atravesado por el capitalismo/individualismo. Me siento cada día más alejada del fútbol masculino, de la corporación multimillonaria en que se ha transformado, que arrasa con todo en su camino, con las personas, los derechos humanos, los jugadores y las ciudades que son intervenidas para esos eventos multimillonarios, donde muy pocos se benefician y la mayoría pierde. Por eso es tan importante la lucha de las mujeres y disidencias dentro de este deporte, crear nuevas miradas y nuevas formas de poner el cuerpo en el fútbol, ese deporte tan importante para nuestros países”.
La pelota no se mancha
Muchas y muchos esperamos este Mundial como la última gota de alegría en este desierto de inflación, precarización laboral, odios y violencias varias, que nos va dejando el 2022. Un ratito de celebración colectiva. Vaya si no es necesario e importante.
En este Mundial, como pocas veces en los últimos tiempos, la expectativa y la ilusión por lo que pueda hacer Argentina es enorme. “Hace tiempo que el equipo argentino cuenta con el potencial individual para traer la copa a casa, pero este año en particular nos encuentra también con un equipo que articula esas individualidades y explota el juego colectivo, con líderes fuertes en posiciones clave, pero conscientes de que la posta está en la suma de las partes, en la química, la conexión y la triangulación que se logra en la cancha”, analiza Fernández y sentencia un resultado final que no vamos a repetir pues supersticiosas.
Y si de supersticiosas hablamos, ante la pregunta “¿creés que hay razones para ilusionarse?” Haas responde, antes que nada, con un “anulo mufa”, y agrega: “Soñamos con eso y tenemos con qué, pero soy consciente de cómo funciona el fútbol y prefiero ir partido a partido. No puedo ni imaginar cómo estaríamos si pasa”.
Frutos, fiel a su rol de analista, dice: “Siempre hay razones para ilusionarse si en el equipo tenés a un tal Messi, pero fuera de todo exitismo, luego de que Argentina se consagrará campeón de la Copa América, entiendo que a los que ya no soportaban esa presión de no celebrar nada con la albiceleste, entre ellos Leo y Di María, la mochila se les hizo más liviana y reflotaron todas esas hermosas sensaciones que te hace sentir el jugar”.
Gabi Carvalho se niega a responder por quién va a hinchar en un posible cruce entre Argentina y Brasil, y menciona el momento “durísimo” que vivió como doble hincha en el partido que Colón y San Pablo jugaron por la Sudamericana. Pero recordando sus días mundialistas en Brasil, sale jugando limpio y convincente: “En mi casa se miraba todo el Mundial, y se hinchaba y nos emocionábamos, como con la política, con los logros colectivos. Se hinchaba por Brasil y por todos los equipos latinos y africanos, porque éramos los colonizados, y ese era un lugar simbólico para desquitar y ganarle a la colonias e imperios, siempre con más estructura y plata que nosotros. Así que, aunque no me crean, he hinchado por Argentina y Uruguay en mundiales, porque así es la Patria Grande”.