¿Fue el azar o el destino el que hizo que Dibu termine defendiendo nuestro arco? Lo analizamos con la Copa entre los brazos.
Entre otros miles de azares, se necesita que un murciélago haya mordido un chancho o algo así en un mercado de Wuhan a fines de 2019 para que, a los tres minutos de alargue del segundo tiempo suplementario, un arquero protagonice la mayor atajada en la final de un Mundial. Si no hubiera sido porque Franco Armani se pescó el Covid 19, Emiliano Dibu Martínez nunca se hubiera puesto los guantes para debutar en la Selección el 3 de junio de 2021 frente a Chile por Eliminatorias.
Como Lionel Messi, nunca jugó en la primera nacional. También como el 10, hizo de la excepcionalidad una regla. En menos de dos años, ese desconocido gigante psicópata, ese niño psicoanalizado que fornica premios cuando se sabe solo delante de las cámaras, esa bestia dueña del área, de la mente del rival y de los penales se ganó el corazón futbolero de la Argentina.
Fue el héroe en los penales contra Colombia, en la Copa América, y contra Holanda, en cuartos, cuando sometió al mítico Virgil van Dijk. Contra Francia se hizo eterno. Pero, además, salvó justo sobre la hora contra Australia y en ese increíble último minuto, frustrando el remate de Randal Kolo Muani.
Tiene en su sangre la tradición roja de Miguel Ángel Teté Santoro y, quizás, dos mundiales más por delante: apenas cumplió los 30 años. Los 47 millones de argentinos que estamos cubiertos por él, atrás del arco, así lo esperamos.