Mientras reclaman por agua potable y electricidad, los vecinos organizaron una cuadrilla de limpieza.
En el límite noroeste de Santa Fe, casi llegando a Recreo, se encuentra La Ranita, uno de los 68 barrios populares de nuestra ciudad, en donde viven 523 familias según el Registro Nacional de Barrios Populares (ReNaBaP), actualizado este año. El terreno que ocupan es de seis cuadras de largo y seis de ancho y está surcado por calles irregulares que aún no aparecen en Google Maps y por las problemáticas habituales para los barrios del cordón oeste: la falta de acceso a los servicios básicos, la precariedad de las viviendas y la desconexión histórica de las redes de integración sociourbana como los colectivos y los camiones recolectores de basura.
Como tantos otros barrios populares, La Ranita no surgió de forma planificada, sino por generación espontánea, a medida que la ciudad fue creciendo y la población más vulnerada debió buscar nuevos lugares para vivir en los márgenes. Así comenzó a poblarse La Ranita, por detrás de San Agustín, casi en el límite con Recreo. “Antes era todo cava, y no cambió mucho”, nos cuenta Viviana Analía Garnica, militante de Nuestramérica, mientras nos abre las puertas de su hogar, la primera casa de material que se edificó en La Ranita, y que fue recientemente refaccionada, al igual que la mayoría de las viviendas del barrio gracias al programa Mi Pieza, una de las políticas más transformadoras contempladas dentro de la Ley de Barrios Populares, sancionada en 2018 y reformada este año. “Por eso en un momento figuraba como espacio verde en los mapas y en los planos: después, de a poco, se fueron haciendo rancheríos y viviendas, y aparecieron los Sin Techo, que ayudaron mucho en ese sentido”, completa Viviana.
A unos metros de su casa se encuentra una cava llena de basura, símbolo del desinterés estatal en un barrio que no cuenta con espacios verdes. Sin embargo, en la esquina, se recorta sobre el paisaje un camión de Aguas Santafesinas, algo inédito en el paisaje de La Ranita. “Es la primera vez que entran al barrio. Habíamos hecho reclamos, pero no nos tomaban en cuenta porque el lugar figuraba como espacio verde, no les saltaba en el mapa”, cuenta Viviana, y relata las enormes dificultades que implica la ausencia de red formal: “Ahora llega el verano y el agua no sale. Hay vecinos que esperan a que sean las dos de la mañana y pinchan una manguera para poder llenar los tachos y tener agua para el día. De todas formas, a veces se recalienta la bomba o salta la llave y no se llega a cargar”.
Según el ReNaBaP, en el 89% de los barrios populares la mayoría de la población no accede al agua corriente. En el último tiempo, Nuestramérica viene abordando especialmente esta problemática en coordinación con Aguas Santafesinas, con el objetivo de desarrollar proyectos para que la población de los barrios populares pueda acceder de forma segura al servicio. En La Ranita, la empresa ya se encuentra realizando obras de desagüe, en las que también trabajan vecinos. Hace poco Nuestramérica se reunió con representantes de la empresa y con el coordinador del Distrito Noroeste del Municipio para gestionar un proyecto de obra pública que permita el acceso al agua potable de todo el barrio. Se proyecta que la obra de ampliación de la red de tubos en la zona concluya en marzo.
Pero el agua no es la única problemática que se agrava cuando llega el verano. El suministro eléctrico –de conexión también informal– también se vuelve un riesgo para los habitantes de La Ranita. “Se recalientan los cables, porque la gente necesita usar el ventilador y están todos enganchados en el mismo cable. Ha habido muchos incendios. Acá a la vuelta se perdió una familia completa por un cortocircuito”, se lamenta Viviana. Y después está el tema de la basura, una de las deudas históricas más profundas del barrio; de hecho, cuando el barrio nació, los desechos ya estaban ahí, tapando las zanjas. “No tenemos dónde tirar la basura porque el basurero no pasa por La Ranita”, cuenta Viviana. “Estamos luchando para que nos puedan traer tierra para rellenar y tapar la cava para que se acabe el olor, ahora que viene el verano. Pero no nos están dando pelota. No sé por qué esperan que uno haga quilombo para escuchar”. La solución que ideó Nuestramérica es la conformación de una cuadrilla de limpieza, que se encarga de mantener La Ranita en las mejores condiciones posibles. “Los vecinos nos agradecen por el trabajo que hacemos, porque se mantiene el barrio limpio. Los compañeros se organizan para esperar al camión, porque la gente tiraba la basura a la cava, y quemar no se puede porque hay criaturas con problemas respiratorios. Ahora caminás por la calle y ves todo limpio, acá en la esquina había un microbasural que ya no existe más. Ese es nuestro orgullo”, sintetiza Viviana. Desde la organización están intentando promover un sistema de recolección con inclusión social para formalizar las cuadrillas, gestionar volquetes, proveer materiales de protección y seguros a les trabajadores y generar trabajo digno a través del cual la comunidad pueda transformar sus propias condiciones de vida.
Vivir para el barrio
Viviana tiene 35 años y empezó a militar hace poco más de uno. En su casa, una de las pocas de La Ranita en las que el suministro de agua es más o menos regular, funciona un comedor al que asisten 130 personas todos los días. Con el rostro curtido y alegre, se emociona al contar su historia de vida y lo que significa para ella trabajar todos los días para transformar la realidad de su barrio y de sus vecinas y vecinos: “A mí me re enorgullece, porque soy una mujer muy sufrida, que nació y se crió en la calle. Nosotras sabemos lo que es la necesidad, el frío, el hambre, dormir en la calle. Nuestras frazadas eran diarios y cartones, y sin embargo nunca bajamos los brazos. Hoy me enorgullece militar porque me encanta ayudar y poder brindarle lo poco que tengo a la gente, porque el barrio está pasando mucha necesidad”.
Nuestramérica está presente en 23 de los 68 barrios populares existentes en la ciudad de Santa Fe, y trabajan en el marco de la organización –realizando diversas labores comunitarias en comedores, copas de leche, cuadrillas de limpieza, entre otros– aproximadamente 300 vecinas y vecinos; el 80% de elles viven de un Potenciar Trabajo, que en noviembre fue de $27.275. Viviana es una de esas 300 personas, y todos los días abre las puertas de su casa y se arremanga para cocinar y brindarle un plato de comida a sus vecinos: “Siempre cambiamos el menú, entre una comida y la otra nunca se repite lo mismo. Tratamos de que entren más verduras, más proteínas. A veces llega mercadería de Nación, y cuando no llega hacemos ventas de empanadas, bollitos o canelones. Nos la rebuscamos”, cuenta.
En lugares abandonados históricamente como La Ranita, el trabajo comunitario representa un quiebre en la forma de concebir la política –tradicionalmente materializada en las visitas esporádicas de los candidatos antes de las elecciones- y su capacidad de realizar transformaciones concretas en las condiciones de vida. “La Ranita siempre estuvo oculta, nunca vinieron más que para hacer promesas, pero jamás se hizo nada como hoy se está haciendo”, afirma Viviana, y continúa: “La gente se ha cansado de promesas, y hoy en día ven que nosotros estamos militando y trabajando a través de una organización y ven el avance que estamos haciendo”.
Hace un tiempo, a través del ReNaBaP, Viviana consiguió su certificado de vivienda familiar, un simple papel de valor inestimable para alguien que jamás había imaginado poder acceder a algo semejante: “Me sentí muy feliz, porque por primera vez sentí que nos tuvieron en cuenta, por una vez en la vida, en algo. Fue muy lindo saber que yo, que soy una mina de la calle, por primera vez podía decir ‘tengo algo, es mío’”. A través de la militancia, Viviana –y tantas otras como ella– encontró una forma de vida que la acerca a su barrio y su gente, a sus tristezas y sus ilusiones, e incluso a su propia historia, que ahora se completa como un círculo, y le permite mirar hacia el futuro con una esperanza diferente.