Que difícil es entregarse a una nueva amistad. La posibilidad de creer y confiar. Cruzar una línea y dejar de hablar de fútbol, de laburo, de lo absurdo del clima para desnudar algo de tu intimidad, una partecita de tu historia, o exponer tu fragilidad para que ese otro haga lo que pueda con esa pequeña porción vulnerable de tu ser. Generar nuevos amigos a veces es aceptar que hay otras amistades apagadas, como esos focos de la tira de luces que iluminan poco y necesitan un ajuste. No están quemados, solo alumbran de forma tenue y hay que dejarlos enfriar para que luego puedan volver a encenderse. A Messi le gusta hacer nuevos amigos. Amigos de concentración y viajes, de mate y entrenamientos. Volver a juntarse después de tanta final perdida, después de viajar y extrañar a su familia, y de ganar todo con sus clubes. Después de ser papá, retorna tozudo a conectar con chicos de 10 o 15 años más jóvenes. Messi y sus amigos. Lo que algunos criticaron en selecciones anteriores hoy se transforma para entender y distinguir.
Escribir sobre nuevos y viejos amigos es una estrategia para no mufar esta gratificante clasificación a cuartos de final.
Comparto una historia con varias reseñas. Vengo de una familia gastronómica. Mis viejos administraron 20 años la conserjería del club cocinando y atendiendo día y noche. Cuando llegué a la ciudad, trabajé de mozo durante 11 años para pagar mis estudios universitarios. Los sabores de otros mundiales me ayudan a evadir este presente digno de atesorar.
El de 1998 tiene sabor a viandas caseras del comedor. El menú del día se sirve en un plato repleto de amigos de la primaria caminando las cuadras lentas de un pueblo de siestas religiosas. ***¡Puede mejorar pero volvería a elegirlo!
El de 2002 es el sabor del primer mate y a los asados adolescentes en horarios extraños de Corea y Japón. Invitamos a todo el curso para el debut. Somos unos pocos para la derrota con Inglaterra y solo quedan los amigos el día de la eliminación con Suecia. *¡No lo recomiendo ni a mis enemigos!
El 2006 gusta de combinaciones gourmet. Soy mozo de un restaurante muy delicado en una ciudad que aprecia el servicio y la atención. Camino solo en las noches peligrosas, mis amigos no están cerca pero el estado de enamoramiento tapa las cicatrices de la eliminación a penales. ***¡Lindo lugar, muy rico todo pero nos arrancaron la cabeza!
La de 2010 es una copa con sabor a poco, de registros difíciles. La acidez por desperdiciar un gran momento de Messi. Rodeado de algunos amigos pero sin equipo que lo sostenga. **¡Menú variado, pero muy floja la atención!
Brasil 2014 es umami. La posibilidad de jugar siete partidos y saborear un triunfo tras otro. Un mundial calles repletas de amistad. Un viaje de 30 días inolvidables. ****¡Nos sentimos como en casa, podría mejorar la carta de postre!
El de Rusia 2018 tiene la amargura de lo inevitable. De un proceso desgastante que finalizó fiel a su desarrollo. *¡Impresentable! Un lugar al que no queremos volver.
Messi es un banquete de sabores. Un bacanal repleto de colores inolvidables. La combinación exacta para los paladares más diversos. Una cocina que evoluciona constantemente buscando seducir, emocionar y alegrar la noche de los espectadores del mundo. Caliente y frío, caminando y merodeando, despistando a todos y haciéndonos dudar de su condición física, como si no le conociéramos, como si las páginas de lo extraordinario no se escribieran con su zurda ante los ojos de millones de amigos en cada rincón del fútbol. Ingenuos, hermanos de toda la vida que se juntan a repetir: “¿Viste lo que hizo?”, como niños observando un truco de magia, una y otra vez, conservando la incredulidad, el asombro de ponerse de pie aquí y allá, como en las primeras apiladas, con o sin barba, con más o menos canas. Disfrutando la química, la sonrisa y la posibilidad de ser contemporáneos a su rutina incomparable.
En este Mundial todo se enrarece de pronto. El supuesto control del partido y las acciones se ven drásticamente amenazadas por el caos y llueven centros urgentes cargados con un veneno desconocido, y los mediocampistas insulsos comienzan a gambetear y pasar el balón de un modo diferente, y delanteros que estaban en el banco asaltan los instantes finales para avivar equipos apaciguados. Entonces safar es menester. Safar se convierte en rezo durante los últimos 5 que pronto pasarán a ser 15 minutos con esta forma de agregar tiempo a la angustia qatarí. Safar tiene el temple de nuestra defensa y la confianza de nuestro portero. ¿Es una cuestión de Dios o el azar se sienta en la mesa del destino a decidir el check-out? Festejamos la posibilidad de safar, como Lisandro Martinez celebra un quite en modo Javier Mascherano. Un gol evitado, un gol menos en el tanteador, una línea de cinco que nos hace defender y atacar mejor. La táctica para resistir y administrar. Los cambios del entrenador, una vez más. Los nombres que entran y salen, sosteniendo este movimiento único del que nadie se quiere bajar.
Qué complejo es abrir una defensa apelotonada en 20 escasos metros. Admirable es ver correr a estos atletas hasta el último minuto. Pero entre tácticas audaces y músculos potenciados, la inteligencia marca un distintivo. En espacios reducidos por el orden, el achique de líneas y el compromiso de los 11 por defender y recuperar. En encuentros donde no hay lugar para hacer un mal control por la velocidad y cercanía de los rivales. Allí es cuando la inmediatez para pensar y ejecutar te hacen diferente. En esa bolsa también mezclamos a aquellos que no son conscientes del contexto. Bilardo decía que era bueno tener algún distraído, uno que no conozca al rival, o que le de lo mismo el marco y la responsabilidad. Esos que no se abruman, que no les quema la presión de intentar y jugar, de equivocarse entre abucheos, de sentir el aliento de un país entero en el oído. Pensar y sentir, arriesgarse a la contradicción. Un poquito de amistad, una pizca de sabor, un montón de párrafos sueltos para celebrar el juego de esta bella selección.