Como síntesis de un trabajo de investigación de más de dos décadas, Luciano Alonso publicó a través de Editorial Prometeo “Que digan dónde están. Una historia de los derechos humanos en Argentina”.
El pañuelo blanco, un símbolo que pertenece y a la vez trasciende a las Madres de Plaza de Mayo; los habeas corpus y las comisarías; el surgimiento de organizaciones como Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.) y el Foro contra la Impunidad y por la Justicia de Santa Fe; los escraches y los juzgados; las rondas y las cruces blancas en plazas: son esos algunos de los nodos de la historia de los movimientos de derechos humanos en Argentina, reunidos ahora en el libro publicado por Luciano Alonso, docente e investigador santafesino.
Para abordar una experiencia de lucha reconocida en todo el mundo, Alonso decide hablar de un agente colectivo nacido a mediados de 1970 con autonomía respecto a formas anteriores de organización y de lucha popular. A lo largo de los capítulos, narra cómo el movimiento se desplegó en red en distintas localidades con diferentes bases ideológicas, articulando reclamos compartidos y diferentes estrategias políticas, legales, culturales, sindicales y pedagógicas.
Contracorriente a la tendencia a escribir la historia de Buenos Aires como si fuera la de Argentina y lejos de proponer una historia regional, en la investigación se entrelazan la escala santafesina con la nacional, a partir del trabajo con archivos de Santa Fe y de Buenos Aires. También con entrevistas personales con militantes y referentes realizadas tanto en Santa Fe como en Buenos Aires, Montevideo, Madrid y Barcelona, que Alonso recupera en tiempo presente, “porque quisiera pensar que las voces de personas como Gabriela Almirón, Elsa Ramos, ‘Queca’ Kofman o Carlos Slepoy continúan entre nosotros”, especifica el autor, invocándoles en la escritura.
El libro entrega una historiografía en diálogo con la sociología y entrelazada con debates culturales y políticos, que da cuenta de la importancia histórica de la lucha argentina por los derechos humanos y de su incidencia para instalar la exigencia de justicia.
La frase de Hebe de Bonafini sobre Néstor Kirchner –“Ya no tenemos un enemigo en la Casa Rosada”– cristaliza una de las posiciones actuales de un movimiento que, nacido como oposición a las políticas estatales, se reconfiguró en torno a la discusión sobre el rol del Estado en la construcción de la memoria y en los reclamos de justicia. La adhesión o no al kirchnerismo, explica Alonso entre otros factores, atravesaron la red que comenzó a desarticularse a mediados del 2000, dispersión que se concreta en las convocatorias desdobladas cada 24 de marzo.
Pausa entrevistó al investigador, graduado en Historia, magister en Historia Latinoamericana y en Ciencias Sociales, Doctor en Historia, profesor ordinario en las Universidades Nacionales del Litoral y de Rosario y director del Centro de Estudios Sociales Interdisciplinarios del Litoral de la UNL.
—¿Cómo intervienen en tu investigación tu propia memoria sobre los hechos del pasado y las personas involucradas y tu posición en el presente?
—Toda historia está en vínculo con otras dos dimensiones: la de las memorias sociales y la de los posicionamientos ético-políticos. Hacer una historia de un objeto radicalmente lejano, como el poder en la antigua China o el arte de la Europa medieval, supone de una u otra manera un vínculo con las memorias –que imágenes tenemos de esas épocas y qué memorias sobre eso contribuye a crear su historia– y algún posicionamiento ético-político, en el sentido de cómo pensamos abordar esas sociedades y sus divisorias de clase, de género, culturales o étnicas. (Esto no va al papel) Lo que pasa con la historia del presente es que tenemos un plus de politicidad. El vínculo subjetivo es más fuerte, la implicación es más activa, la cercanía social más grande.
Para mí la solución no está en suponer que uno puede ser intelectualmente aséptico, sino en mostrar esas implicaciones, en ser honesto con las fuentes y en decir desde dónde se habla. En este caso, yo escribo desde un lugar de empatía, de cercanía con las luchas por los derechos humanos. Pero mi construcción historiográfica no puede reproducir como si nada las representaciones de las personas involucradas en esas luchas. Se trata mejor de establecer un diálogo con las memorias de los organismos y militantes, para producir una interpretación que también tenga en cuenta otras variables, otros datos, otras justificaciones.
—Si bien no es un libro de divulgación, ¿qué aporte hace en este momento en el que se habla de violencia política y de discursos de odio?
—Yo creo que cuando una autora o un autor escriben, en realidad no saben muy bien para quién lo hacen. Es correcto que este no es un libro de divulgación y que estaría dirigido a un público amplio pero interesado en ciertas temáticas y con cierta formación –aunque tampoco es un texto duro como un artículo científico y tiene sobre todo una vocación de síntesis–. Pero la recepción y los usos que otras personas pueden hacer de lo que uno produce son muy amplios. Yo pongo siempre un ejemplo personal: cuando hace muchos años fui a entrevistar a una abogada militante de un organismo de derechos humanos, ella tenía una o dos ponencias que yo había escrito para presentar en congresos de historia, todas marcadas con fluo. Es decir, había hecho la tarea de saber quién era yo y qué escribía, y la entrevista empezó prácticamente con ella preguntándome por qué ponía tal cosa o tal otra. Creo que la anécdota ilustra cómo la entrevista es un acto de ida y vuelta, pero también cómo personas a las que no te dirigís especialmente pueden tomar tus textos y darles un uso propio. Yo no creo que las y los estudiantes de secundario lean este libro, salvo quizás algunos fragmentos, pero sí me parece que puede ser lectura de sus docentes, y quizás de otras muchas personas con uno u otro tipo de formación y con preocupaciones ciudadanas.
En ese sentido, un estudio sobre la movilización por los derechos humanos puede aportar al conocimiento de los procesos de violencia política y sus efectos, de las formas de la acción colectiva y de la búsqueda de justicia y reparación. De hecho, el momento del terror de estado en la emergencia de un movimiento social, los repertorios de acción o las ideas de justicia son temas a los que me dedico en ese escrito. Pero, como todo estudio sobre un proceso conflictivo, me interesa asimismo mostrar como chocaron intereses y concepciones políticas diversas.
Quizás estamos usando con poca claridad el concepto de discursos de odio –y por supuesto tendemos a aplicarlo siempre a quienes son nuestros opuestos más que a nosotros mismos– y lo que sucede muchas veces es que simplemente hay intereses sociales contrapuestos. Obviamente, no es indiferente la manera en la cual gestionamos esas contraposiciones; no son lo mismo el uso de la violencia física o simbólica que el intercambio, el reconocimiento, la negociación o diversas formas de presión. Los discursos de odio existen, pero los conflictos sociales no se mueven solo al calor de las emociones, sino también de los intereses, de las ideas sobre la sociedad y de los proyectos políticos. Y creo que en la movilización por los derechos humanos no solo habitan reclamos puntuales, sino además una idea de derechos universales, para toda la humanidad, que chocan contra poderosos intereses creados.
—¿Podemos leer efectos de la misma dictadura en la fragmentación actual de los movimientos de derechos humanos?
—Sí y no. Por un lado, la misma conformación de los organismos de derechos humanos como un movimiento social reunido en torno a reclamos comunes y enfrentado a la dictadura supuso de entrada una variedad de identidades e intereses. Por ejemplo, la constitución de agrupaciones de raíz cristiana, o de ideología liberal-democrática, o de tradiciones izquierdistas, se superpuso y se articuló con agrupaciones definidas por un vínculo familiar como Madres, Abuelas, Familiares. Ahí ya hubo diferenciaciones en función de estrategias u objetivos diversos, como cuando algunas Madres salen de Familiares, o se genera por otra parte Abuelas, o el CELS se conforma con gente que sale de la APDH, o más avanzada la dictadura, cuando Madres de Desaparecidos de Tucumán o muchas agrupaciones de Familiares se negaron a formar filiales de Madres de Plaza de Mayo de Buenos Aires. Pero lo que tenemos ahí no es solo el efecto de las diferencias con las cuales tienen que lidiar las agrupaciones en función de los efectos de la política represiva, sino la misma lógica de la movilización social, que es plural, contradictoria, polimorfa. Incluso las regionales de H.I.J.O.S. en la década de 1990 tuvieron diferencias sobre los criterios de funcionamiento o las alianzas políticas, y eso es parte del proceso de movilización.
Sin embargo, podríamos decir que la fragmentación actual tiene que ver con el éxito del movimiento respecto de algunos de sus reclamos históricos y con la desatención de otros por parte del estado. Entre 1998 y 2001 empieza un proceso de mayor aceptación de los reclamos de memoria, verdad y justicia, que llega a su cima desde 2004 con el gobierno de Néstor Kirchner. Pero esa aceptación y el correlativo vínculo de muchas agrupaciones con el kirchnerismo se da en paralelo con conflictos que tienen otros organismos de derechos humanos respecto de las políticas sobre pueblos originarios o sobre pobreza. Ahí se produce una divisoria que solo fue superada en ocasiones puntuales, como las protestas por el 2 por 1 o la desaparición de Santiago Maldonado.
—Por último, ¿cómo podemos pensar hoy la conexión entre los movimientos de derechos humanos y otros agentes como los activismos ambientales?
—Ya en algunas tradiciones de movilización por los derechos humanos aparece, bastante antes de la represión de los años 1975-1983, una agenda ampliada. Es decir, la idea de que los derechos humanos no son solo los que hacen a la vida y la integridad física, sino que abarcan otras muchas áreas. Más temprano o más tarde, todas las agrupaciones tuvieron algún tipo de ampliación de agenda, ocupándose de derechos a la cultura, a la vivienda y el trabajo, a la seguridad alimentaria, etcétera. Claramente, la conexión con la movilización feminista ha sido muy fuerte en los últimos años.
En el contexto actual, en el que hay una tremenda crisis ambiental directamente vinculada con el desarrollo capitalista, los derechos humanos no pueden pensarse con independencia de los efectos del cambio climático, de la destrucción de la biodiversidad y del arrasamiento del planeta. Hace rato que es hora de preguntarse por los derechos de otras especies y cómo conseguimos articularlos con los de la humanidad. No sabría decir cuáles serían las conexiones concretas que tendrán peso en el futuro inmediato, pero es claro que debe haberlas.