Un mundial cuenta la historia de los niños y sus sueños embrionarios. Hoy en posteos, reels y en cada programa o columna futbolera. Personas que desde las primeras ilusiones se vieron pateando y celebrando goles. Jugando con estadios llenos y regalando alegría a un par de colores. Competidores tenaces, inquebrantables en la lucha por destacar, primero contra hermanos o primos más grandes, enfrentando adversidades y tomando decisiones a temprana edad. Anécdotas contadas por sus amigos y familiares. Dan testimonio la maestra, su primer entrenador, la abuela y el colectivero que lo acompañaba todos los días. “Que no les sorprende, que siempre tuvo claro lo que quería, que destacaba desde los primeros días del jardín”. Un amor primario, un objetivo de vida. Patear la pelota desde el albor, en cada recreo y al volver del colegio. Oídos sordos a los llamados por tomar la leche, hacer la tarea o de que la cena esté lista. Jugar hasta que el balón no se vea, esa fue la consigna un día tras otro.
¿Cuántos niños juran y prometen a sus viejos que van a jugar en primera?
¿Cuántos videos hay guardados de pequeños que sueñan con llegar a la selección?
¿Cuánto de nuestra frustración se transmite en cada canchita de infantiles?
Así se gestaron muchos Enzos y Julianes, tantos Lioneles y Ángeles. A miles de kilómetros y con realidades opuestas, deseando y aspirando recorrer el mismo camino de Selección. Sorteando y esquivando escollos que la mayoría de los niños no están dispuestos a enfrentar. Pequeños testarudos, talentosos y perfeccionistas. Orgullosos y cabrones. Cada uno en su contexto y con sus matices, diferentes pero semejantes. Un paso tras otro, un desafío más grande, y la promesa de millones, alimentando lo cotidiano.
¿Cómo acompañamos estos sueños de futbolistas precoces?
¿Nos preparamos para educar ante la adversidad y la prosperidad?
¿Qué significado le damos al fracaso en la vida y en el fútbol?
Hoy arrancan las semifinales. Millones de niños compartiendo el mismo anhelo en todo el mundo. Mientras nuestros 26 niños cumplen su sueño, prometemos seguir abrazándonos como Scaloni a su hijo. En cada gol, nos apretujamos en el sillón o en un colchón que traemos al living para disfrutar los partidos. A veces perdemos alguna lágrima, como en el desahogo de México, o en la última pelota con Australia, o en el quinto penal de Lautaro. Pero siempre hay un abrazo para celebrar un gol o la clasificación. Y nos decimos cosas lindas al oído, y gritamos los nombres de los jugadores, y los vecinos recuerdan que amamos a Messi y el coraje de este equipo inolvidable. Cantamos algo desafinado mientras el relator le da paso al comentarista y hay lugar para besos y cosquillas mientras se repite el gol desde otros ángulos. Nos miramos la risa para eternizar este privilegio de jugar los siete partidos. Quizás algo de este amor se aferre a su memoria. Tal vez recuerden, estos niños nuestros, pequeños instantes de un mundial de verano. Y en algún otro junio de un futuro impredecible, revivirán las páginas de estos cuadernos para recordar la felicidad de haber sido parte de los sueños de otros niños.