Un párrafo con imágenes y el desliz de cientos de reels. Los dedos acalambrados y los ojos rojos y húmedos de tanta pantalla. Memes y fotos espectaculares desde todos los ángulos. Las plazas y las fuentes rebalsan, cerveza y fernet para refrescar las gargantas heridas, un colectivo descapotable y los jugadores paseando por una ciudad exótica. Vestuario y familia, todos los sueños que queríamos cumplir, la tapada inmensa de nuestro arquero en un instante sin retorno. Messi con todos, con sus hijos y Antonela, envuelto en esa túnica de reyes, Messi intentando sobrevivir a la celebración, en los hombros del Kun y besando el trofeo. La risa me encuentra llorando en diferentes lugares. Drones que captan la magnitud de las masas rodeando sitios históricos o puntos de ciudades lejanas al país. De sitios impensados a nuestros monumentos habituales. Gente sobre gente, bailando y abrazando el Monumento y el Obelisco, exprimiendo esa euforia en cada coro o estribillo trillado de ser locales otra vez. Inolvidables canciones eternas y este nuevo himno con Maradona desde el cielo alentando a Lionel.
Desperté completo. Sin saber por dónde empezar pero con la sensación de plenitud. Afuera los pájaros cantan como si fuese cualquier otro lunes. Un cansancio extraño sostiene la tensión del alargue y los penales. Hace días que no duermo con normalidad. Las finales vienen a cerrar una historia. A recordarte lo finito de las cosas. A justificar por qué los mundiales deben continuar celebrándose cada cuatro años. Y aunque podemos espiar la intimidad de los festejos en cada Instagram Live de los protagonistas, la fiesta del Mundial se irá desvaneciendo con los últimos días del 2022.
¿Cuál será el recuerdo de mis hijos? ¿Recordarán que perdimos en el debut contra Arabia Saudita? ¿O que salimos a gritar al patio el primer gol ante México? ¿Los potes de espuma para celebrar con sus primos? ¿Serán las locuras del Dibu? ¿O el desgaste de Julián Álvarez corriendo como una bestia a los defensores rivales? ¿El álbum de figuritas que aún no podemos completar? ¿Podrán escribir el apellido de Mac Allister sin googlearlo? ¿Serán los abrazos familiares envueltos en el sillón? ¿La calidad y desparpajo de Enzo Fernández? ¿La camiseta azul y violeta que le regalamos a su madre? ¿Servirán estos cuadernos como un link para acceder a la felicidad unos años después?
En estas últimas líneas queda el fútbol tal y como lo vive Jorge Valdano, como una extensión de la infancia. Me quiero quedar un ratito más, mamá. Dejame abrazado a la copa, a la simpleza de Aimar y al corazón de Angelito. Te prometo que cuando termine voy a levantar y acomodar todo. Al Bati y a Julián los voy a poner en esta pared, así los saludo cada noche al dormir. Salgamos a patear, papá. Hagamos unos penales. Yo para patear soy el Burrito Ariel Arnaldo y cuando atajo soy el Dibu. Vos sos el Goyco y Román. Tanda de cinco cada uno y si seguimos empatados definimos con un penal cada uno. ¡Hacé el relato de cada penal, no vale si no hacés el relato! ¡Qué lindo es salir a jugar! Me hubiese gustado salir campeón cuando tenía acné en el rostro o mientras la prueba de matemáticas era mi principal preocupación. Que aquella Selección se adueñe de la cuota de suerte necesaria y que el destino o Dios nos dejen disputar ese séptimo partido. ¿Cuántas finales tenemos que perder para merecer un triunfo así? Cuánto se ha demorado esta indescifrable justicia poética, ancestral y deportiva para pincelar la obra maestra que nuestro jugador número 10 reclamaba hace rato.
¡Gracias, valiente Selección de jugadores argentinos! El universo quiso que fuese Scaloni y su cuerpo técnico. Dignos de bordar la tercera estrella en estos colores que el cielo nos regaló. Las luces de esos imponentes y millonarios estadios ya se apagaron, pero el orgullo de verlos jugar y defenderse ante cada adversidad los iluminará para siempre. ¡Campeones del mundo! Leelo en voz alta, Campeones del mundo. Parpadeá suavemente frente al espejo mientras soltás la sonrisa cómplice de pertenecer. ¡Campeones del mundo! Recorré la redondez de las emes, disfrutá la pluralidad de la ese, y susurrátelo una vez más antes de encarar la jornada y todo eso que el designo va a tirarte por la cabeza de acá hasta que la muerte nos separe. Campeones del mundo desde hoy y para siempre.