ANUARIO 2022 | La renegociación del ruinoso endeudamiento de Mauricio Macri con el Fondo Monetario Internacional le dio al gobierno nacional aire financiero y una crisis política, a la vez.
No había otro tema mayor, ningún otro problema más determinante. La deuda con el FMI tomada durante el macrismo tenía que ser sí o sí revisada, por impagable. Se sabía desde la campaña; lo mismo pasaba con la monumental deuda privada tomada entre 2016 y 2018, cuyos vencimientos podían caer en masa.
El único legado de Mauricio Macri fue una hipoteca inútil, excepto para los que fugaron los dólares, que exigía tener al usurero cama adentro y atendido como un pachá.
Antes de empezar, la gestión del Frente de Todos se podía resumir a resolver ese legado. ¿Qué hacer con una deuda externa de un volumen nunca visto? Y encima de eso: en un país con inflación y desocupación de dos dígitos, pérdida continua del salario real y destrucción imparable de empresas.
Al ex ministro de Economía, Martín Guzmán, le tomó sólo dos años cumplir con su tarea principal. Mientras tanto, hubo una pandemia mundial y una guerra que puso en vilo a las potencias nucleares.
La primera negociación de Guzmán fue celebrada: un triunfo resonante del gobierno. En agosto de 2020 se comunicó que se había reestructurado la deuda externa con los acreedores privados. Sólo en ese año el país tenía que pagar unos 33 mil millones de dólares de capital e intereses (8500 correspondían a deuda contraída antes de 2015), mientras que en 2021 había que pagar más de 32 mil millones. Tras la negociación, Guzmán logró que se redujera de un saque el 45,2% de ese volumen de deuda que llegaba a los 66.300 millones de dólares, difiriéndola en más cuotas y más tiempo.
A fines de enero de 2022, Guzmán sacó la renegociación con el FMI en términos nunca antes vistos. Es inédito que el FMI haya cedido tanto. Y, aun así, el acuerdo sigue siendo ruinoso. Tiene ajuste monetario y fiscal, secretos de letra chica –como una probable reforma previsional–objetivos incumplibles –en los subsidios a las tarifas–, pero le abrió la puerta a cuatro años de aire sin poner un solo dólar en ese organismo.
¿Le siguió una coadministración? Sí, no hay manera de acordar con el FMI sin la angustia de sus virreinales revisiones trimestrales. ¿Los montos a pagar después de los cuatro años de aire son imposibles? Totalmente, el acuerdo es un gigantesco “ya veremos”. ¿Era peor un default en el corto plazo? Depende de qué valor se les otorgue a todos los préstamos externos comprometidos, todos atados a estar en línea con el FMI, y a la estabilidad del tipo de cambio.
¿Pudo haberse hecho otra cosa? Sí, claro, las opciones son infinitas. Pero no se imaginó otra cosa posible, ni se hizo otra cosa concreta. Se hizo lo que se hizo con lo que había.
La Cámpora asentó su posición en contra del acuerdo, Máximo Kirchner renunció a la jefatura de la bancada oficialista y, con los meses, Guzmán renunció, de forma irresponsable y extemporánea, generando una mini corrida cambiaria que pegó durísimo en la inflación.
Como sea, La Cámpora es también responsable del nuevo acuerdo, al menos por omisión. Si no supo delinear el cómo al comienzo, si no supo participar en el durante, si no supo frenarlo todo a tiempo, en todos los casos es responsable. La Cámpora es el gobierno, no un organismo de contralor que detenta las verdades trascendentes e inmutables del kirchnerismo.
Los diputados de Juntos por el Cambio dieron en el blanco con el lema que repitieron una y otra vez en la sesión de Diputados en la que fueron decisivos para la aprobación del acuerdo. “Háganse cargo”, le decían con desembozado desafío al oficialismo. La votación fue el 11 de marzo, el proyecto contó con el voto a favor de 202 legisladores, mientras que fueron 37 los que votaron en contra y 13 se abstuvieron.