Rusia invadió a Ucrania y lo que parecía un paseo de tropas se volvió un berenjenal que afecta hasta el precio de los fideos y la nafta.
Cuando parecía que salíamos (peores) de la pandemia, a Vladimir Putin se le ocurre dar un segundo paso en su política bélica expansionista sobre Ucrania (ya en 2014 había tomado Crimea), anexando la región del Donbass. Se esperaba que el potencial militar ruso fuera aplastante, pero Volodímir Zelenski, el presidente ucraniano, logró coser detrás de sí el apoyo del OTAN.
Así, lo que comenzó el 24 de febrero de 2022 todavía sigue. Parece la guerra de Viet Nam, pero al revés. Zelenski y su esposa hicieron producciones fotográficas para Vogue y lavaron la imagen del verdadero fascismo de sus fuerzas armadas, Putin perdió todo el (poco) crédito que le quedaba en Occidente (y a Rusia la cancelaron del Mundial) y China silbó bajito y miró al costado. Todo Europa tembló al ver que había fuego cruzado en las proximidades del sarcófago que contiene la radiación milenaria de Chernobyl.
El resto de los países quedaron a merced de este conflicto en una de las tres grandes planicies productoras de alimento del mundo. El precio del trigo voló. Al mismo tiempo, el cierre a las exportaciones rusas de gas hizo que el precio de la energía también se fuese por las nubes. El combo potenció un fenómeno global que no se veía en los últimos 50 años: inflación generalizada en el planeta.
Lejos del mar Negro y el mar de Azov, Estados Unidos se frota las manos. Aumentó tanto la venta de armas a Ucrania como de gas a Alemania, a precios estratosféricos. Parece ser el único ganador de esta pequeña tercera guerra mundial.