Anuario 2022 | El acuerdo con el FMI y la ruptura de la coalición de gobierno.
Los malos resultados de las elecciones de 2021 generaron una primera crisis visible en el Frente de Todos. Y el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), para la reestructuración de la deuda contraída por el gobierno anterior, fue el detonante de una ruptura política que tendrá consecuencias electorales en 2023 pero que, sobre todo, dejó al gobierno de Alberto Fernández en una situación de debilidad extrema para el último tramo de su gestión.
El acuerdo aprobado en marzo de 2022 le impone severas restricciones a la política económica argentina: bajar el déficit público en forma gradual y sostenida, achicar el gasto social y los subsidios y reducir las importaciones, todo con el objetivo primario de acumular reservas en dólares para pagar la deuda tomada por Mauricio Macri en 2018.
Ese corset le deja poco margen de maniobra al gobierno de Fernández, debilitado de por sí por los enfrentamientos internos entre los distintos espacios que lo componen. Cuando empezó el año, el presidente todavía podía mostrar un gabinete heterogéneo en el cual convivían el albertismo, el kirchnerismo –en todas sus variantes, con La Cámpora como actor central–, el Frente Renovador de Sergio Massa y otros espacios aliados. Al finalizar el año, ya casi no quedan vestigios de eso.
La derrota electoral de 2021 ocasionó el primer reacomodamiento en el gobierno nacional. Y las consecuencias negativas del acuerdo con el FMI –que no sirvió ni para frenar la inflación ni mucho menos para poner en marcha un plan económico de estabilización a mediano plazo– terminaron por desmoronar el equipo que había asumido en diciembre de 2019 con la difícil tarea de recuperar un país destrozado por el macrismo.
Las renuncias de Matías Kulfas como ministro de la Producción y de Martín Guzmán como titular del área de Economía dejaron en evidencia aquello que había señalado la vicepresidenta Cristina Kirchner pocos meses antes: tener la banda y el bastón no necesariamente significa tener el poder. Alberto Fernández quedó debilitado frente a sus propios socios del Frente de Todos. El breve interinato de Silvina Batakis dejó en claro que el poder económico no cede –ni va a ceder– en su afán de ponerle límites a la gestión de gobierno.
La “solución” salomónica fue la unificación de todas las áreas económicas y la designación de Sergio Massa como “super ministro”. Desde el primer día se mostró alineado con los mandatos del FMI, puso en marcha una auditoría del gasto público orientado a los sectores más vulnerables y pisó las paritarias, pese al incesante avance de la inflación. Esas medidas le dieron margen de maniobra frente al poder concentrado y los acreedores externos, pero en términos políticos solo sirvieron para horadar aún más la base de sustento del gobierno.
En las góndolas del supermercado y en las tarifas de los servicios públicos se puede observar que la matriz impuesta por el macrismo sigue intacta: el aumento imparable de los precios implica una transferencia directa de las clases populares a los sectores concentrados y pulveriza cualquier intento de planificación a corto o mediano plazo. Las promesas de campaña más sensibles al bolsillo popular –“vamos a volver a comer asado”, “vas a poder llenar la heladera”– se volvieron como un búmeran en contra del gobierno nacional.
Sobre fin de año, la sentencia de la Causa Vialidad contra Cristina Kirchner terminó de perfilar el escenario político para 2023. La vicepresidenta ensayó un renunciamiento histórico –sobre el cual solo el paso del tiempo dirá si fue tal– y volvió a poner en evidencia a ese poder que gobierna sin votos, sin ir a elecciones y sustentado exclusivamente en su propia fuerza.
Tras el renunciamiento de Cristina, los gobernadores peronistas empezaron a tomar distancia de la Casa Rosada. Más que nadie, ellos saben que aquella profecía lanzada por Alberto Fernández en el lejano 2018 –“con Cristina no alcanza, pero sin ella no se puede”– está más vigente que nunca.
El 2023 comienza con una fuerte crisis económica, una inflación desbocada y un gobierno contra las cuerdas, sitiado por factores externos, pero sobre todo atravesado por una interna que nadie sabe si se va a resolver. En los campamentos de la oposición se frotan las manos y miran con ansias el almanaque, a la espera de las próximas elecciones.