Relato de Joel Sidler, 9 años en abril del 2003, residente entonces del barrio Barranquitas Oeste
Mi nombre es Joel Sidler, soy licenciado en Ciencia Política, soy becario de CONICET y también docente en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la UNL. Hace poco me mudé al barrio Sargento Cabral, pero toda la vida viví en Barranquitas Oeste.
En el 2003 tenía 9 años y vivía en ese barrio, donde todavía vive mi familia, en calle La Paz al 4500. Vivía con mi viejo, mi vieja y mi hermana, que es tres años mayor que yo. Éramos cuatro en casa. En ese entonces, mi área de socialización era principalmente la escuela. Hice el jardín en Santa María Goretti, después la primaria y la secundaria en Fátima. Pasé toda mi vida en la misma zona. Me acuerdo que durante los veranos también iba a nadar a Unión que está ahí cerquita.
Tuve borrado durante mucho tiempo muchos recuerdos de la inundación. Eso es algo de lo que me di cuenta hace unos años atrás. De verdad no me acordaba de muchas cosas que había pasado. Cuando me fui conectando con la lucha, a partir de conocer más la causa, me dije “bueno, todas estas cosas yo las viví”. Fue muy loco volver a conectarme con esos recuerdos.
De los días previos no tengo demasiado registro, pero al 29 de abril lo fui recuperando en la memoria en los últimos años, después de haberlo borrado tanto tiempo. Fue una mañana muy convulsionada. A la mañana siempre estaba en mi casa porque iba a la escuela a la tarde. Ese día, la actividad consistió en ir hasta la esquina entre las calles La Paz y Bolivia para mirar al oeste, a ver si venía el agua. Me acuerdo que había camiones, que no tengo la más pálida idea de dónde salieron, repartiendo arena y ladrillos. Me acuerdo de todos los vecinos moviéndose de un lado a otro, sacando cosas de sus casas. Había uno que intentaba tranquilizar un poco a los demás diciendo que no iba a llegar el agua, que a esa zona nunca había llegado en las inundaciones previas de Santa Fe, que si llegaba hasta ahí era porque toda Santa Fe iba a estar tapada. Ese era su intento de calmar a la gente. Lógico, después este vecino que nunca se había inundado se terminó inundando.
Ese mediodía ni siquiera nos preparamos para ir a la escuela, mi vieja no nos preparó el uniforme. Tengo el recuerdo muy grabado de verla cocinando unas costeletas a la plancha, recuerdo el olor y que las comimos arriba de la tabla de planchar. En casa teníamos un segundo piso donde solamente había un lavadero muy chiquito. Habíamos subido algunas cosas ahí porque ya la gente decía que se venía el agua y comimos en ese espacio, sobre la tabla de planchar. Ese detalle nunca me lo olvidé.
Durante esas horas intentamos levantar algunos muebles y objetos, ponerlos arriba de las sillas, por ejemplo. Habíamos levantado las cosas unos 50 centímetros y a la casa terminó entrando agua hasta un metro y medio, llegó más o menos a la altura que yo tenía a esa edad. Así que al final fue algo totalmente inútil. Me acuerdo que mi tío había hecho una defensa en la puerta de casa con ladrillos y arena, también de unos 50 centímetros. Otra cosa totalmente inútil.
A mi viejo el jefe le prestó un departamento que quedaba cerca de nuestra casa. Ya en aquella época laburaba en Macua y en ese momento la empresa tenía la sede en López y Planes. El negocio tenía en una parte como un departamentito, con una cocina, un baño y un lugar para dormir. Su jefe le dijo que llevemos todas las cosas que podíamos ahí y al final hasta nosotros fuimos a vivir a ese lugar, cuando tuvimos que salir de casa.
Estuvimos llevando cosas a ese departamento hasta último momento, cada uno intentando dar una mano con lo que podía. Cuando entró el agua a casa, todavía seguíamos sacando cosas, llevándolas hasta la avenida, a donde el agua no llegó. De calle La Paz, donde estaba mi casa, hasta la avenida López y Planes, donde estaba el negocio, había apenas una cuadra. Así que pasamos ese rato saliendo con cosas sobre la cabeza para llevarlas hasta allá. Se trataba de sacar todo lo posible.
El peor recuerdo, el más traumático que tengo de toda mi vida, está relacionado con ese momento en que el agua había llegado y estaba subiendo, alcanzando la altura de la defensa que había construido mi tío en la puerta. Me tiembla la voz cuando lo cuento. Ya era tarde, era de noche, no había luz así que estaba todo oscuro, yo fui a abrir la puerta para sacar algo más con la intención de llevarlo a la avenida y al abrirla se derrumbó esa defensa y entró, de repente, toda el agua.
Me acuerdo que ya era de noche, teníamos el agua a la cintura y seguíamos sacando cosas. En un momento cerramos la casa como se pudo y salimos directamente hacia el departamento. Me acuerdo que primero se habían ido mi hermana y mi viejo, ellos se habían ido antes. Quedamos mi mamá y yo al final, fuimos los últimos en salir, con mi perrita que iba nadando en el agua al lado nuestro. Salimos por otra parte, no fuimos directo por calle Bolivia. Eran solo unas cuadras hasta la avenida y fue terrible. Todo oscuro, el agua a la cintura, las sillas en la cabeza. Fue tremendo.
Nos quedamos los cuatro viviendo en ese departamento bastante tiempo, algunos meses, hasta que pudimos arreglar la casa. Me acuerdo que la estancia ahí fue muy divertida para mí. Yo seguía siendo un chico, seguía jugando. Tenía un amigo que vivía a la vuelta de ese lugar, bien cerquita, que estaba todo el tiempo conmigo. Fue una gran compañía, todavía al día de hoy somos amigos. El departamento tenía muchas cosas de la concesionaria de Macua, telas que se usaban para cubrir los autos, fotos, gigantografías, manuales, todo sobre autos. Yo usaba todo eso para jugar. Me acuerdo que hacíamos castillos con las telas o muchas pavadas. Entonces, con eso me entretuve bastante, la pasé bastante bien en ese espacio porque tenía mil cosas para jugar, cosas para leer, cosas para mirar. En ese sentido, lo pude sobrellevar, a pesar de tener la casa inundada a dos o tres cuadras, la pude pasar bien en ese momento estando en ese departamento, divirtiéndome.
Para informarse mis viejos escuchaban, sobre todo, la radio. El día de la inundación, cuando se cortó la luz, temprano, por la mañana, lo único que andaba era una radio con pilas. Era lo que teníamos para saber qué estaba pasando. Ahí contaban cuando se inundaba una zona, cuando el agua llegaba a otra, fue el medio de comunicación que tuvimos en ese momento. Mi vieja siempre escuchaba la radio y venía siguiendo todo por ahí. Después, en el departamento había televisión. Me acuerdo de ver las imágenes de los techos y de la mitad de la ciudad bajo agua. Eso era tremendo, tremendo. De los diarios no me acuerdo, sé que llegaban los domingos, pero no recuerdo haberlos leído ni haberles prestado atención.
Cuando volvieron las clases, todavía seguíamos viviendo en ese departamento prestado. Varios de mis compañeros se habían inundado, porque vivíamos todos más o menos por la zona. Algunos sí, otros no, no recuerdo la proporción. Pero sí me acuerdo que estuvimos bastante tiempo sin clases porque la escuela fue centro de evacuados, tuvo un rol muy importante en asistir al barrio. Todas mis maestras habían laburado un montón ayudando a los afectados, incluso se habían inundado ellas también. Así que el tema de conversación durante todo el año escolar giró en torno a la inundación. “Sí, yo ya pude volver a mi casa” decían unos, “no, yo todavía no” decían otros. Me acuerdo que esto fue muy charlado entre los compañeros.
El regreso a casa fue devastador. Mi hermana y yo volvimos más tarde, mis viejos fueron antes. Poco tiempo antes de la inundación, habían arreglado la casa, la habían puesto linda para que estemos todos cómodos. A mi pieza, que estaba en la planta baja, la habían pintado, la habían empapelado y la encontraron totalmente destruida. Cuentan que fue un golpe tremendo ver que la casa estaba destruida, ver que todo lo que se había hecho estaba arruinado.
Recuerdo que al volver, cuando bajó el agua, había en esas cuadras pilas de basura en las esquinas, todas las cosas de los vecinos estaban tiradas y apiladas en las calles, había peces muertos, el olor era terrible, inolvidable. Y de mi casa, particularmente, recuerdo ver la marca del agua en las paredes. Ver todo arruinado fue muy duro.
Siempre estuvo la creencia de que no iba a llegar tanta agua, así que ese 29 de abril no sacamos todo, mucho menos las cosas grandes, tampoco había tiempo ni medios para hacerlo, porque es imposible mudar una casa en pocas horas. Muchas de nuestras cosas se perdieron, la mayoría de los muebles que teníamos se habían perdido. Creo que llegamos a sacar los colchones y a salvar algunas mesas que subimos al segundo piso, pero no mucho más que eso. La mayoría de las cosas se perdieron.
La verdad es que en lo material no recuerdo haber lamentado perder algo en ese momento. Por suerte, nosotros dentro de todo no la pasamos tan mal. Cuando veías las noticias te enterabas de situaciones peores, mis viejos nos contaban de otras zonas de la ciudad que se habían inundado, incluso de gente que había desaparecido y que había fallecido por el agua. Así que no recuerdo lamentar algo puntual en ese momento en relación a las pérdidas materiales. Supongo que era chico y que los juguetes, la pelota y las pavadas que tenía me las había podido llevar. No lamenté algo así en ese momento. Después, de más grande, me di cuenta de lo que costó volver a arreglar la casa. Al crecer te das cuenta de que el impacto que tuvo en la vida fue muy fuerte.
De chico no supe esto a fondo, pero hace unos años, cuando volví a recordar y a conversar sobre este tema con mi familia, me enteré de que mi viejo pidió un crédito. La provincia estaba ofreciendo créditos a tasas bajas o algo así, subsidiadas, para los afectados. Mi viejo fue a pedirlo y se lo dieron, pero tuvo que pelearlo, tuvo que discutir bastante. Lo que él cuenta es que amenazó con ir a los medios de comunicación a decir que los créditos que supuestamente la provincia estaba dando no los estaba dando en realidad y recién ahí se lo adjudicaron. Creo que es el único recuerdo que tengo de mi viejo yendo a pelear contra algo del Estado.
Para recuperarnos nos apoyamos principalmente en nuestra familia. Mi tía y mi tío, que vivían a la vuelta, nos dieron una mano enorme. Ellos tenían la casa en un segundo piso, no les entró el agua, así que aunque estaban en el barrio se le salvaron las cosas. Nos ayudaron un montón, primero, en cuidar la casa, después, en la reconstrucción, cuando intentábamos volver un poco a la normalidad. También tengo muy presente el soporte de mis amigos en esos meses, pasé mucho tiempo con ellos en ese momento en que intentaba seguir la normalidad, estando en otro lado, en otra casa, en un contexto muy difícil. Después uno se da cuenta de la importancia que tuvieron en todo ese momento.
En esa parte del barrio donde estaba mi casa no había plazas, pero yendo para el lado de la avenida había un terreno baldío, donde solía jugar al fútbol con mis amigos. Por ese terreno baldío cruzamos con mi mamá cuando salimos, ese día que se inundó todo. Era más fácil pasar por ahí, no había casas y no había bocacalles, que podían ser un peligro. Atravesar ese espacio en el que yo jugaba con el agua en la cintura fue tremendo, como también lo fue volver a jugar ahí en los años siguientes. Fue muy loco volver a ocupar ese espacio, volver a jugar en un lugar que significó tanto en ese momento.
Con los años, cuando fui conociendo a personas que no me conocían de chico y se hablaba de la inundación, porque aparecía en una noticia o porque por algún motivo se comentaba, yo decía que me había inundado y mucha gente se sorprendía. Primero, me di cuenta de que había mucha gente en la ciudad que no se había inundado. Segundo, percibí que quizás no era un tema que se discutía demasiado, no era un tema en boca de todos. La gente se sorprendía cuando le decía “yo me inundé, estuve un tiempo afuera de mi casa, hubo mucha agua”. Recién ahí la gente con la que me relacionaba comenzó a hablar de una manera distinta de la inundación, conociendo a alguien que se había inundado. Es como que si te tocó de afuera lo tratás distinto al asunto. Cambia cuando conocés a alguien que lo pasó o cuando te tocó pasarlo. La charla es distinta, la discusión es diferente.
Por suerte, no volví a inundarme en otras ocasiones. Pero en el 2003 fue un momento muy duro, muy feo. Creo que es de los peores recuerdos que tengo de mi infancia, definitivamente. Haberlo borrado tanto tiempo me parece que habla también de lo traumático que fue. En lo inmediato de la inundación, lo principal fue pasarlo e intentar borrarlo, evitar pensar en eso para seguir con la vida como se pudiera. Así se lo vivió en mi casa. En casa nunca fuimos de ir a las marchas, de ir a la plaza, de acompañar los reclamos, de seguir la causa. No era un tema de conversación muy común en mi familia, no fue un hecho con el que yo haya dialogado en mi adolescencia.
Fue algo que volví a recuperar a mis 18 años, casi una década después de haberme inundado. Recién entonces me pude volver a conectar con esa experiencia, volver a hacer memoria. Tenía todos estos recuerdos y no lo sabía, durante mucho tiempo no lo supe, los había borrado del día a día. Fue gracias a la facultad, a la militancia, que encontré en la inundación un tema relevante de discusión, que me interesé por la causa, que empecé a ir los 29 de abril a la plaza y pude volver a recordar las cosas que había vivido. Tocar este tema cada vez más seguido hizo que les preguntara a mis viejos cosas que nunca les había preguntado con respecto a la inundación. Ahí me contaron lo del crédito y también cómo la habían atravesado ellos. Cuando era chico no había tenido en cuenta cómo habían vivido mis viejos la inundación. Todo esto fue necesario para que yo pueda volver a recuperar la memoria, volver a recuperar mi historia.
Si tengo que contar la inundación a partir de sentimientos, en lo personal, diría que sentí mucho dolor en ese momento. Ahora, puedo decir que estoy contento de haber recuperado recuerdos de algo que no tenía muy presente, de parte de mi experiencia de vida.
En términos sociales, tendría que decir que pasa por un sentimiento de impunidad muy grande y que es quizás con lo que más me relaciono hoy en día. Por la impunidad de Reutemann, que siguió siendo gobernador y senador muchos años después, que incluso murió siendo una figura política pública, sin ser juzgado, sin asumir la responsabilidad que tuvo su gobierno. Claro que no recuerdo haber tenido, en el momento de la inundación, mucha conciencia de lo que estaba haciendo el gobierno. Mi toma de conciencia fue posterior. Muchos años después pensé en todo el proceso, en los errores y las omisiones del gobierno, en el grado de culpabilidad. Por eso, lo que me gusta de volver a este tema es la conciencia social que implica.
No elegí mi carrera directamente por eso, por lo menos no conscientemente, pero volver a este tema sí me hizo mantenerme en la carrera e hizo que le de sentido y orientación a mi desempeño, a mi formación en el campo de la Ciencia Política. Creo que quizás fue simbiótica la cosa. Fueron dialogando el recuerdo y el estudio, haciendo que hoy en día me interesen estas cosas e intente trabajarlas desde otro lugar.
Entrevistas y edición: Larisa Cumin y Emilia Spahn.
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