Valor real y valor electoral del juicio político a la Corte. Dos líneas sobre la inflación y tres años de logros económicos hundidos en interminables enumeraciones. La interna, al rojo vivo. El Aporte Solidario, puesto en relieve. El marketing de la historia de vida cobra una nueva víctima. Alberto Fernández se expone a sí mismo en su último discurso.
El último discurso de apertura de sesiones ordinarias del presidente Alberto Fernández duró casi dos horas y media y fue un soponcio hasta que, al final, aludió a lo que más le gusta: la Justicia. Fernández sobreactúa su carácter de hombre de leyes y se exalta cuando apunta a la podredumbre del menos democrático de los poderes. Con el juicio político a la Corte Suprema avanzando, el fallo de la Causa Vialidad condenando a CFK todavía caliente y el manoteo de la caja de la coparticipación en favor de la Ciudad de Buenos Aires, era sabido que los togados iban a recibir lo suyo.
Picantísimos, los dos más cuestionados fueron y pusieron la jeta. El inundador Horacio Rosatti tragó un par de veces saliva, Carlos Rosenkrantz nunca movió un músculo. Ambos fueron metidos de prepo por decreto en el verano de 2016, cuando Mauricio Macri todavía olía a Chuavechito.
Cobraron en las primeras líneas: en una reflexión sobre los 40 años de democracia, Fernández destacó como protagonistas principales a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo (¡¿cómo pudo olvidar a Hebe?!) y puntuó como uno de los “episodios más desgraciados vividos en estos cuarenta años” el intento de asesinato de CFK, ocurrido hace seis meses. Y ahí le entró a la Justicia: “Le pido a la justicia que actúe con la misma premura con la que archiva causas en las que jueces, fiscales o empresarios poderosos asoman como imputados”.
Hacia el final, en el segmento especial dedicado al tema, Fernández parecía un globo rojo a punto de explotar, la vena hinchada de a ratos. Vehemencia, gritería. Liderando los abucheos de la bancada opositora, el diputado Fernando Iglesias se dedicó a vociferar, la bancada propia a aplaudir. Rosatti y Rosenkrantz, ponchados una y otra vez por la señal oficial, impertérritos.
Lo apuntado por Fernández es cierto e, incluso, se queda corto. El favor del Poder Judicial hacia la oposición solo puede compararse al favor que tenía la “mayoría automática” menemista con el oficialismo. No sólo se trata de complacencia política: en el caso puntual de las telecomunicaciones –el amparo que impidió que se constituyeran como servicio público– y de la disputa por la copartipación de la Ciudad de Buenos Aires, el daño económico a la población es evidente.
Sin embargo, el huevo o la gallina. La Justicia mella el bienestar general y ata las manos del gobierno, pero es imposible de doblegar con el enfrentamiento partidario directo. Poco puede avanzarse en lo puramente institucional sin respaldo y apoyo concreto y popular. Y poco de ese respaldo se puede obtener si al principal agobio de los argentinos –el descontrol de los precios– se le otorgan dos líneas de atención y basta.
Al fin y al cabo, Fernández ni se lanzó ni declinó la reelección. Ese pronunciamiento era el más esperado y quedó en el aire. Nadie termina de mostrar todas las cartas en el Frente de Todos, excepto a la hora de meter interna. Y ese fue el punto fuerte de arranque del día.
El hombrecito gris
Todas las elecciones desde 2003 a la fecha vienen mostrando como ganadores a quienes logran realmente ubicarse más al centro y lucir como garantes de una gobernabilidad sosegada. Incluso en 2015, sobre todo cuando Macri fungía de maestro zen anticrispación, bancando la AUH y las empresas estatales. Quien polariza más, marca el tono y corre a todos, pero finalmente gana quien luce más razonable (algo que no tiene nada que ver con la famosa “avenida del medio”).
Es desde ese lugar que intenta construir Horacio Rodríguez Larreta y es desde ese lugar que, hasta ahora, parece defender su candidatura el presidente Alberto Fernández. Por más asombroso que parezca, dedicó el inicio de su último discurso poner sobre el tapete la interna del Frente de Todos.
“Escuché cómo una y otra vez criticaban mi moderación” dice Fernández y le dice, evidentemente, a la propia tropa. La crítica es certera –de Vicentín para acá, sobran los momentos de tibieza– pero, también, el reclamo es justo. Basta como gesto simbólico que lo sintetiza un nuevo desplante de Máximo Kirchner, que no asistió al Congreso.
En estos tres años, Fernández cobró mucho más por los propios que por la oposición.
Jugando al hombrecito gris, enumeró los principales hechos de estos tres años: la renegociación de la monstruosa deuda externa heredada con privados y el FMI, la gestión de las vacunas y el operativo de aplicación gratuito, la salvaguarda a Evo Morales durante el gobierno golpista de Jeanine Añez, la visita a Lula preso en la cárcel bolsonarista, el apoyo a CFK “cuando es perseguida injustamente”. Al poco tiempo resaltó: "nadie podrá atribuirme un solo hecho por el cual me haya enriquecido".
Todo lo más destacado de su gestión, enrostrado a los propios.
No sucedió lo mismo con el Aporte Solidario y Extraordinario, una ley que fue más fruto del empuje de Máximo Kirchner y Carlos Heller que de la mesura de Martín Guzmán. El impuesto a las grandes fortunas fue mencionado en la referencia a la principal obra pública de este gobierno y estrella electoral del Frente de Todos, el gasodolarducto Néstor Kirchner, y en el cierre, cuando aludió al financiamiento de las políticas de la Secretaría de Integración Social y Urbana (que podemos ver en Santa Fe en el barrio Los Hornos o en Playa Norte, por ejemplo).
El Aporte quedó como un logro casi anónimo, cuando la verdad es que fue el único momento, la única vez, el único logro político coordinado del Frente de Todos.
A quién le hablas
Otras veces nos hemos preguntado: ¿A quién le habla un presidente en una apertura de sesiones del Congreso? ¿Es un testimonio a la historia, una palabra para la población, las dos cosas a la vez?.
Este mes la inflación interanual va a dar tres dígitos. No se puede pasar así nomás la referencia. Un par de palabras y ya está. El descontrol inflacionario requería muchísima más atención, anuncios, un algo.
En el reverso, la retahíla de logros económicos quedó hundida en muy monótonas enumeraciones. La gestión del hombrecito gris logró cosas que no se veían desde hace muchísimo tiempo: el trabajo registrado (incluso el privado) crece como nunca, la desocupación está por el suelo, la gestión va a terminar con tres años de suba del PBI, hay superávit comercial externo. Los récords sectoriales se suceden.
En el discurso, parecía que se quería sacar todo ese tema de encima. Es muy extraño que el gobierno no sea eficaz en construir sentido alrededor del trabajo y la desocupación.
Sí hubo una advertencia lograda:
Quiero que me permitan hacer una breve mención al estado de algunas de las empresas en las que, o bien el Estado ejerce su administración directamente, o bien tiene participación y responsabilidad. Estas empresas son patrimonio de todos los argentinos y argentinas.
Estamos viendo cómo anticipan un nuevo embate privatizador sobre las empresas públicas precedido de una campaña de desprestigio.
Otra vez aparecen los negocios sobre el patrimonio de todos los argentinos y para eso se monta una campaña en contra de nuestras empresas.
Hubo un largo tramo dedicado a YPF, Aerolíneas Argentinas, INVAP, AySA, ARSAT. Más interesante, menos moderado, sería el gesto, aún pírrico, de plantear una ley que haga intangible ese patrimonio nacional. YPF con el Gasodolarducto andando es un bocado irresistible.
Federalismo
El lento viraje hacia el foco en la cuestión judicial se hizo a través de la cuestión federal. Largamente aludió Fernández al tema, en conjunto.
Los episodios recientes en la disputa por los recursos nacionales y su coparticipación con nuestras provincias hicieron evidente cual es el bloque de intereses tradicionales que pretenden consolidar las enormes asimetrías que aún existen en la Argentina.
Mientras que muchas provincias necesitan realizar obras que permiten asegurar servicios tan esenciales como el agua potable para sus habitantes, la Corte Suprema de Justicia aseguró cautelar a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires recursos coparticipables que no le corresponden contrariando la ley de coparticipación vigente. Le quita dinero a los que más necesitan y destina esos mismos recursos a la ciudad más opulenta del país.
Soy orgullosamente porteño. Amo esta ciudad en la que nacieron Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, Marta Minujin, Niñí Marshall, Aníbal Troilo, Marta Argerich y Luis Alberto Spinetta. Seres extraordinarios que marcaron nuestra cultura.
Pero no puedo ser indiferente al ver las asimetrías que separan a esta maravillosa ciudad de rincones de la Patria en donde se postergan los sueños de argentinos y argentinas que parecen condenados al olvido. Nosotros no queremos perpetuar tanta injusticia. Nosotros éticamente estamos obligados a poner fin a tanta desigualdad y sacar de la postergación a quienes han quedado sumergidos en la pobreza por imperio de políticas que concentran la riqueza con este criterio centralista que tanto rechazo genera en el interior de la Patria.
Los recursos coparticipables se distribuyen de acuerdo a las formas establecidas por una ley convenio que han firmado cada una de las provincias argentinas y el Estado Nacional. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires no forma parte de ese convenio. No tiene derechos sobre esos recursos. Debe recibirlos del Estado Nacional cuando este le transfiere un servicio que hasta ese momento prestaba. Esa decisión es parte de la gestión administradora del Poder Ejecutivo Nacional y no puede ser sustituida por otro poder de la república.
La intromisión de la Justicia en la ejecución presupuestaria es definitivamente inadmisible. Excede sus facultades, olvida la regla jurisprudencialmente fijada que reconoce “cuestiones políticas no judiciables” y pone en riesgo la lógica redistributiva de la Ley de Coparticipación Federal causando un severo daño al equilibrio de las cuentas públicas.
Citamos en extenso porque el tema alude a la asquerosa asimetría que en todos los órdenes beneficia a la minúscula Ciudad de Buenos Aires, un distrito al que las provincias le regalamos la autonomía, en el peor absurdo de la Reforma Constitucional de 1994.
La Ciudad de Buenos Aires no es más que una intendencia de la provincia de Buenos Aires y a ella debería ser devuelta de una buena vez. Desde esa deformidad institucional, la autonomía de una ciudad, tuvimos tres presidentes porteños. Es una guarangada que sólo es posible por la relación entre presupuesto suntuario y acumulación de medios de comunicación en un punto único del país, que fue construido íntegramente con presupuesto nacional en toda su historia.
Una apostilla: el eje de toda la gestión de Cultura resaltado en el último discurso del presidente son dos centros culturales capitalinos y uno que queda en provincia de Buenos Aires, pero sobre la General Paz. Sólo una muestra de todo lo que falta deconstruir en la relación entre la vieja Capital Federal subsidiada al mango y los ranchos tierra adentro.
Timbreos, milanesas e historias de vida
Un marketinero político es alguien tan desorientado como los demás, pero que vende exactamente lo contrario. Así, ahora abundan los políticos y políticas haciendo recetas de cocina como tiktokers, repitiendo mohínes y pucheros para historias de Instagram o vociferando en video reacciones. Siempre, pero siempre, dan cringe. Dicho así, en moderno.
Una de las ventas más incomprensibles de los marketineros es la de copiar las campañas. Le funcionó a otro, te va a funcionar a vos. Para mostrar que Macri no era millonario desde la cuna, Cambiemos inauguró en Argentina esa cosa del relato de vida constante como modo de aproximarse al mundo real de los votantes. Daba un poco de risa el desconcierto del ex presidente delante de una milanesa hogareña.
Hoy esa estrategia llegó al Congreso y, en lugar de ser un recurso retórico eficaz, dio cringe. Las historias de vida se contaban en vivo por el presidente y las personas escuchaban desde un palco del Congreso. Estuvieron un ex combatiente de Malvinas, una joven que recibió su casa propia, un empresario de biotecnología, una mujer que consiguió un trabajo registrado privado en la construcción, la directora de la ex Colonia Montes de Oca, dos rectoras de nuevas universidades nacionales, dos científicos vinculados a vacunas contra el Covid y cura del cáncer. La última historia de vida relatada tuvo un marco por demás incómodo: una joven cooperativista que sufrió violencia de género fue abucheada por la oposición. No asombra, pero entristece.
Quizás, tal vez, en lugar de tanto recurso retórico que queda expuesto en sí mismo como tal, como mecanismo o manipulación, hubiera sido mejor un par de líneas más sobre cosas más básicas. Esos momentos no emocionaron, quedaron como pantomimas.
Fernández sobrevivió la mayor crisis de la historia del capitalismo –la pandemia– y está soportando el impacto global de lo que cada vez se parece más a una guerra multipolar que involucra a las potencias más grandes del mundo. Soslayar ese contexto es miserable.
Sin embargo, no se puede avanzar si se olvidan los fundamentos. Si el capitalismo desde sus inicios es un orden social dominado por la mercancía, todo, todo se disuelve en la incertidumbre cuando se desconoce cuál es el valor de las cosas que intercambiamos. La disputa por la inflación es un tema que va más mucho allá de la pericia con la que haya sido abordada por los propios y los otros. Es una disputa por la solidez de la realidad. Los precios dicen cuánto valemos y, nos guste o no, en nuestro mundo ese valor dice quiénes somos. A veces, lo que no se nombre no existe, pero otras tantas lo que existe, y no se nombra adecuadamente, te pasa por arriba.
Sus logros, hundidos en torrentes de palabras, sus dificultades, soslayadas. Sus obsesiones abordadas con pasión, sus cavilaciones expuestas en sus indefiniciones: no fue un lanzamiento de cara a 2023, tampoco una renuncia. El último discurso de apertura de sesiones del presidente sobre todo y antes que nada fue una exposición de sí mismo. Alberto Fernández ante Alberto Fernández.