Durante marzo, "Argentina, 1985" se proyectó de forma gratuita en distintos puntos de la ciudad para seguir trayendo la memoria al presente. Desde la vecinal de Santa Lucía, una crónica sobre la convicción de ser parte de una misma historia.
El reloj marca las 18:55. El aire es de un color algo extraño; luego de una seguidilla de días de calor extremo que parecía que no iba a terminar nunca, hoy se nubló y refrescó un poco, pero da la impresión de que el sol no está dispuesto a rendirse del todo, y sigue ahí, dándole un tono ocre al atardecer. Caminamos con las silletas en la mano, como si estuviéramos yendo a la playa. “No se olviden de traer su silla o sillón”, rezaba el flyer.
Este año se cumplen 40 años de democracia ininterrumpida en nuestro país, y en el marco del Mes de la Memoria por la Verdad y la Justicia la agrupación Somos Patria proyectó “Argentina, 1985” en distintos barrios populares de la ciudad: Chalet, Centenario, Yapeyú, Schneider, Arenales y Santa Lucía. Nos encontramos en este último, en el sudoeste santafesino. Llegamos a la vecinal y vemos que la puerta está cerrada. No parece haber gente en el lugar. Esbozamos una expresión de decepción, porque quizás somos los primeros en llegar, hasta que nos acercamos a la puerta y vemos un pizarrón atrás de las rejas que indica: “película a la vuelta”.
En la vereda, un grupo de niñes juega trepándose a una virgen mientras dos hombres sacan del baúl de un auto un proyector, una pantalla y una maraña de cables. Adentro son todas mujeres: muchas señoras grandes, con su equipo de mate y su repelente de insectos preparado, y muchas chiquitas y chiquitos corriendo, saltando, jugando a embocar una pelota en una torre de cubiertas de auto. Entramos, saludamos y nos acomodamos a un costado. La gente que va entrando también saluda a todo el mundo, algo que en el cine no sucede. Tiene sentido saludar a las personas con las que vas a compartir una experiencia colectiva, pienso.
Luego del consabido ritual de conexión del equipo (“falta este cable”, “no, esta ficha no, la otra”, “acá creo que vi uno”) y una breve charla sobre la importancia de recordar lo que costó recuperar la democracia y enjuiciar tan rápidamente a los responsables del genocidio, algo que jamás se hubiera podido lograr sin voluntad política, la película empezó. Yo no la había visto, y rápidamente me sumergí en Argentina en 1985, el recorte espacio-temporal que propone la película, el suceso cinematográfico y cultural más importante de los últimos años.
“Argentina, 1985” fue un furor en Argentina, 2022. ¿Cuál fue el secreto? Más allá de las actuaciones, de la magnífica puesta en escena, de la tensión indescriptible que va aumentando lentamente en el espectador a pesar de que ya sabe lo que va a pasar –y a pesar de que lo que está presenciando no deja de ser un juicio-, hay algo más en la película, algo que tocó una fibra íntima en la sociedad argentina, o al menos en parte de ella. Algo intangible, una especie de aura, que escapa incluso a sus realizadores, y se ubica más bien en la instancia de recepción –o sea, en nosotros-, como dijo Mariano Llinás, su coguionista, en la entrevista que dio a Pausa: “Yo no sé si esta película va a ser importante en la historia del cine, pienso que puede implicar un jalón dentro de la historia de Argentina y eso tiene que ver con el uso que la sociedad le da: ahí ya hay un punto en donde uno no tiene tanto que ver con eso”.
Ese poder hipnótico que suscitó tantas filas a lo largo y a lo ancho del país –imagen que no se veía hacía mucho tiempo, y que acrecentó el carácter mítico de “Argentina, 1985”- y que luego viajó en forma de ilusión colectiva hasta la alfombra roja de los Oscar, estaba ahí flotando, en la esquina de Roque Sáenz Peña y Juan de Garay, al alcance de cualquiera que se instalara con su sillita. Se podía sentir en el aire, en las inconfundibles lágrimas contenidas que acompañaban silenciosamente el testimonio de Adriana Calvo, en los nervios de los momentos previos al alegato final de Strassera. “Otra idea que yo tampoco tenía cuando empezamos a escribir fue la idea de la extrema fragilidad del Juicio, de que el Juicio era algo que podía fallar, de que algo podía salir mal”, señaló Llinás, algo que debería ser obvio pero que cobra un sentido profundo. Cuando uno mira hacia atrás la historia ya está escrita, pero podría haber sido escrita de otra manera. Cada persona que vio “Argentina, 1985” escribió la historia de nuevo, junto a Strassera y su equipo. Y, lo que es más importante, cada uno se fue con la certeza de que el futuro todavía no está escrito, de que a la historia la hacen las personas.
En un contexto en que la Corte Suprema muestra de forma cada vez más plausible sus vínculos íntimos con los poderes más concentrados, y en que un ex-presidente y líder de uno de los bloques políticos mayoritarios despide con cariño a un empresario procesado por crímenes de lesa humanidad, traer la memoria al presente y reactivarla se vuelve una tarea cada vez más necesaria, más aun en los barrios populares, en donde la dictadura dejó las heridas más profundas y más difíciles de cicatrizar. Aunque, como dijo una compañera, existe otra iniciativa que significaría un aporte igual de importante a la memoria: que proyecten “Argentina, 1985” en el Colegio Inmaculada.