Una cita necesaria para la democracia: crónica de la última movilización por el 24 de marzo en Santa Fe.
El olvido se parece a la muerte. Pero una persona o un grupo de personas pueden seguir viviendo, perdurar por sus ideas.
Una tarde un grupo de mujeres se reúne porque sus hijos no han vuelto a casa. Otro día deciden ir a una marcha para que las vean y alguien las ayude porque no tienen respuestas. “¿Cómo vamos a reconocernos entre nosotras?”, “Usemos pañuelos blancos”. Muchas manos abren muchos cajones, muchos dedos desenvuelven viejos pañales guardados. Con un hueco en el corazón pero con una lucecita de esperanza, esas manos planchan aquellos paños. Diferentes cabellos se cubren. Muchos zapatos de madre andan por plazas, oficinas, iglesias, calles, andan, andan…
Un revuelo de pájaros las sigue cada vez que van a la Plaza de Mayo para pedir que sus hijas e hijos aparezcan con vida. No pueden reunirse, entonces giran, giran… Al principio la Policía las persigue con palos y con la Caballería, pero nunca temen. Avanzan y se ponen reglas: no dejarse tocar nunca por la cana.
La imagen de la última vez que las y los vieron, jóvenes, sonrientes y llenos de vida, no se desvanece. En algún momento revelan sus fotos y las abrazan para siempre en su pecho.
En las nacientes del río de la democracia empiezan a encontrar nietos, a escribir a mano los datos de sus propias investigaciones. Dan testimonio en los juzgados y no se cansan de repetir que su hija tenía 22 años y que estaba embarazada, que a su hijo lo vieron por última vez en Capital, que a su nuera se la llevaron encapuchada de la casa. Destapan fosas comunes y la olla de podredumbre que se coció durante años en las comisarías y en los viejos edificios del Ejército o de la Armada. Se convierten en el ejemplo vivo de la valentía. Y proponen, en aquella primavera de participación política que se vivía en 1985, que cada 24 de marzo todo el país marche para que no se olvide.
Las mujeres empiezan a peinar canas, el tiempo ataca sus huesos y les llena la piel de finísimas arrugas. Pero no se cansan. O si se cansan se toman el colectivo y llegan igual, porque todavía hay 30 mil que no volvieron. Las llaman para dar charlas, las saludan en la calle, las conocen en el mundo. La idea de derechos humanos, esos derechos que deben cumplirse para todos y todas en cualquier tiempo y lugar, se asocia a la imagen del pañuelo blanco que les cubre el pelo.
Cuando inventan teléfonos que sacan fotos, jóvenes con la sonrisa veinteañera de sus hijos e hijas les piden una selfie. Y en el retrato quedan ellas, las joviales expresiones de respeto y admiración, el pañuelo blanco y el cartel con la última instantánea del hijo amado.
Pasan 47 años y en la ronda cada vez son menos las mujeres del pañuelo blanco. ¿Quiénes seguirán buscando a esos hijos e hijas cuando sus madres ya no estén? ¿Cómo serán las Plazas de Mayo ahora que faltan Queca Kofman, la Negrita Ravelo, Hebe de Bonafini? ¿Quiénes seguirán haciendo la ronda de los jueves en las barrancas del Río de la Plata? ¿Quiénes marcharán cada 24 de marzo para que no se olvide?
El olvido se parece a la muerte. Pero una persona o un grupo de personas pueden seguir viviendo, perdurar por sus ideas.
En el Día de la Memoria, por la Verdad y la Justicia, la calle San Jerónimo escucha su viejo ritual de cantos y redoblantes. Delante de todas las banderas pasa en auto, saludando con la ventana baja, la Madre de Plaza de Mayo, Otilia Acuña.
El aire tiene la espesura de las tardes húmedas del litoral. Pasan los familiares, la columna de HIJOS. avisando adonde vayan los iremos a buscar, las organizaciones barriales, los partidos políticos y mucha gente que va suelta. Se cumplen 40 años de democracia con una marcha de diez cuadras, con mates que van y vienen, con mujeres que llevan en cochecitos a sus bebés y varones cuarentones que llevan a sus hijas en los hombros.
La memoria es un gesto que nace en las madres, pervive en las familias, crece con las hijas e hijos y llega por arraigo a quienes hoy tienen el gesto militante de sus abuelos. Por primera vez, la organización Nietes Santa Fe —formada por nietas y nietos de detenidos-desaparecidos— marcha en la ciudad. Entre ellas está Corina, la bisnieta de Otilia, la nieta de Nilda Elías y Luis Silva, la hija de Valeria Silva de HIJOS.
La lluvia empieza a correr en gotas pesadas mientras las columnas llegan a la plaza 25 de Mayo. “Hay mucho aún por construir en Memoria, Verdad y Justicia. Hay juicios aún por hacer. Hay identidades robadas por restituir. Sin ir más lejos, a muy pocos kilómetros, en el Campo Militar San Pedro, falta aún recuperar decenas de restos de nuestros desaparecidos y desaparecidas”, se escucha por los parlantes.
El auto que lleva a Otilia se estaciona en el medio de la plaza, entre banderas, fotos y paraguas. Alguien le acerca un micrófono para que diga unas palabras. Ella responde con una sonrisa, mientras se saca el pañuelo: “Que lo pongan allá adelante, que se vea bien”.
Las respuestas a las preguntas sobre el mañana de la memoria están en esa plaza. Pasaron casi cuarenta años de aquella primera marcha del 24 de marzo de 1985. Y hoy en esa plaza crecen niñas y niños, sabiendo que una vez hubo un grupo de hombres que quiso mandar con la violencia y que muchas mamás salieron de sus casas para echarlos.
Esa es la enseñanza-memoria que persistirá más allá de la muerte.