Terminó Gran Hermano, pero ya anunciaron una nueva edición. Para salvar a la tele de la absurda repetición, Belén Degrossi propone nueve ideas de reality shows, cada una más original que la anterior.
Corre el año 2062. Nos gobierna una aspiradora robot que ganó las elecciones con profundas denuncias de fraude. La principal producción de nuestro país son los grillos, alimento indispensable para la dieta diaria de las 12 mil millones de personas que viven en la tierra. El hijo de Marley es el dueño de las granjas de grillos. El noticiero se proyecta en nuestras mentes una vez al día y es conducido por una inteligencia artificial con la voz de Eugenio Fernández. Y por las noches, en las sombras de nuestra cueva que sirve como refugio nuclear, un droide con la cara de Santiago Del Moro conduce la edición número 60 de Gran Hermano.
En eso nos vamos a convertir si a nuestros empresarios de medios no se les ocurren nuevas ideas.
La edición 2022/2023 de Gran Hermano terminó de la peor manera posible: abriendo las inscripciones para una próxima edición, que no sabemos cuándo empezará, pero que seguramente durará entre cinco y doce años. Eso es al menos lo que siento que duró este. Pasó una vida desde aquella primera columna en la que hablé del tema, donde vaticinaba el peor Gran Hermano de la historia. Razón tenía. Lo que no sabía es que me iba a enganchar.
Qué magnífica es la bronca. Opera de maneras lineales. Nunca nos aleja de nada. Siempre nos acerca, con el magnitismo propio de las cosas que simplemente no podemos dejar pasar. De Gran Hermano me atrapó lo burdo, grotesco, tosco y evidente de su objetivo: hacer que todos detestemos a esos veinte giles que se expusieron por un poco de fama. Lo que yo no me imaginaba era que ese combo incluiría a Ceferino Reato.
Sí, el mismo que escribió la biografía autorizada de Videla, que ahora ofició como panelista de los debates de Gran Hermano durante todo este ciclo con la misma soltura con la que niega desde hace décadas la cifra de los desaparecidos. Cómo convive eso con el fenómeno de “Argentina, 1985” es algo que a mi al menos me genera intriga. Quizás pueden convivir porque Ceferino es hábil en jugársela de desentendido. La derecha, sin ir más lejos, ha construído así toda su historia.
Como amante de la televisión que soy, ya me siento cooptada por el nuevo Gran Hermano que todavía no empezó. Imagino una casa más chica, con más participantes, con una música al estilo tortura de Guantánamo sonando siempre de fondo y una selección de participantes que logre ponernos a todos de las tetas. Ni te digo si meten a un par de famosos. El problema para Telefé va a estar, en ese caso, en encontrar un puñado de famosos que por estos días no tenga denuncias de ninguna índole.
En este Gran Hermano la gente aprendió cosas, no crean que no. Y por “gente” me refiero un poco también a mí. Descubrimos que existen las provincias de Salta y Corrientes, que en el conurbano la gente vive en casas de material y que Santiago Del Moro no duerme. Mis cálculos indican que, de hecho, no duerme desde el año 2003 cuando terminó “Cupido”. También aprendimos que a la gente no le gusta que traiciones a tus amigos o que seas peronista. Y que siempre, siempre, siempre frente a un conflicto es mejor hacerte el boludo y fingir demencia. Si sos lindo, tenés buen físico y además das bien en cámara, eso te da una ventaja importante para ganar. Ni te digo si tratás bien a los perros. Tenés el triunfo en el bolsillo.
En vistas de que nuestros productores televisivos están pensando en poner cualquier verdura al aire (en la más estricta de las literalidades), ofrezco mis pocos aportes:
- Un reality show en el que una familia se ve forzada a charlar todas las noches durante la cena, sin ningún tipo de elemento tecnológico que los entretenga. La clave: debe ser una familia conflictiva y sólo ganarán la magnífica suma de 400 pesos fuertes cuando logren ponerse de acuerdo en alguna discusión. Si dicen frases del estilo “esto con los milicos no pasaba” o “vos opinás así porque el abuelo no te abrazó de chico”, pierden.
- Un reality más reality aún: en la calle, una camioneta con vidrios polarizados secuestra a todas las personas que usen la frase “en este país nadie quiere laburar” para depositarlos, sin decirles nada, en el espacio de trabajo de alguno de los oficios más detestados o peor pagos de la Nación.
- Una ficción en la que una científica del Conicet descubre que el alien que una vez Chiche Gelblung mostró en la tele era real y lleva años construyendo una sociedad subterránea con la gente que fue olvidada de la tele como la mitad de los actores de Chiquititas, las bandas de cumbia de los 90 y los participantes de Cuestión de Peso.
- Ahora que digo Cuestión de Peso: un reality con un panel de personas al estilo Cormillot que se ven forzadas a convivir con gente no hegemónica a la que no pueden hacerle ningún comentario sobre sus cuerpas. Cada vez que alguien hace un comentario no sólo que pierde la oportunidad de ganar, de nuevo, la friolera de 400 pesos fuertes, si no que además se ve forzado a ver un número de tap del Doctor Cormillot de no menos de cinco minutos de duración.
- Un programa de entrevistas a Luis Novaresio. O sea, gente rándom entrevistando a Novaresio. Así puede hablar de sí mismo con tranquilidad.
- Un programa en el que Tenenbaum y O’Donnell se ven obligados a elegir entre dos cosas. No pueden salir del estudio hasta que no se expidan con convicción por alguna de las dos opciones.
- Una ficción que reversione la historia de Camila y Ladislao pero con dos protagonistas hombres y del conurbano. Kicillof puede hacer de Camila/Camilo. Va con dirección de Pepe Cibrián Campoy.
- Un programa de informes sobre los fallos, sentencias y causas mas insólitas del Poder Judicial argentino. Para esto, claro, el antes nombrado Poder Judicial se tiene que poner a laburar. Naturalmente, esta es la apuesta más compleja desde el punto de vista de la producción.
- Un programa de viajes pero en el que sólo te muestren lugares a los que podés acceder vía transporte público y/o servicios de larga distancia. Esto incluiría una guía de los mejores paradores ruteros, las terminales de colectivos más escalofriantes del país y los cien puntos mejor orientados de nuestra Patria para echarse una meada al costado de la ruta.
Tengo muchos más, pero como se podrán imaginar no me gustaría que algún ejecutivo me robe las ideas que me costaron 32 años cosechar.
En la nueva casa de Gran Hermano me gustaría ver: a algún terraplanista, a los que iban a las juntadas floggers que se hacían en el Abasto allá por 2005, a una o dos maestras jardineras, gente de la provincia de La Pampa (como para corroborar que La Pampa existe), gente a la que le haya quedado la plata en algún corralito y que después haya quedado también metida en la vorágine de los créditos UVA, una maestra, un sindicalista, un minero, un activista en contra de la minería, otros dos perros (o los mismos que entraron ahora, que ya tienen experiencia), alguien que esté cumpliendo una condena por narcomenudeo, algún ex ministro de Seguridad y al mismísimo Oscar Ruggeri, porque siempre tiene que haber algún varón medio rancio entre los participantes. También aceptaría que ingrese Carlos Pagni a ocupar ese lugar.
Me llamarán “loca”. Dirán que me poseyó el espíritu de Romay. Yo les diré que, como niña criada en los 90, no puedo permitir que esta televisión se nos desintegre frente a nuestros ojos, casi como si tuviera un vínculo espiritual con el rostro de Marcelo Hugo Tinelli, al que ya no le quedan facciones entre tanto ácido hialurónico.