¿Cómo destruir un monumento? La santafesina Ariana Beilis encontró la forma con sus performances, que interpelan a la ciudadanía y el espacio público. Esta es la historia de una réplica del monumento a Carlos Monzón, hecho de masitas masticadas. Y además, sin el título de campeón.
Ariana Beilis nació en Guadalupe Oeste, pero vive y trabaja en Buenos Aires. Arranca bien temprano y termina tarde en la noche, cerca de las 22:00. Además de la gestión cultural, su tarea se centra en las artes visuales y la performance. Hasta acá una suerte de currículum. En 2017, Beilis, junto a su colega Malcon D’Stefano, clavó una olla de locro en el Salón de Mayo del Rosa Galisteo y después generó un canal para intercambiar obras entre el centenario museo y Villa de Parque. En 2019 rodeó el monumento a Carlos Monzón con grandes piedras, que llevan inscriptas los nombres de mujeres asesinadas. Y en 2023, directamente se lo comió a Monzón y lo escupió.
“Sin título” es una réplica a escala del monumento a Carlos Monzón que está en la Costanera de Santa Fe, hecho en base a masitas Boca de Dama regurgitadas. El monzonito quedó como de roca porosa. El final del proceso de producción –que consistió en masticar, escupir y modelar el bracito levantado del boxeador– fue una perfomance realizada por la propia Beilis el 10 de febrero, a siete metros del monumento original.
El Monzón de masita escupida se llama así porque, además, “es una forma de restarle valor al título” de campeón de boxeo, que opaca al de femicida. “Sin título” es una pieza de 80 centímetros de alto por 65 de cada lado, pesa ocho kilos y tiene adentro una estructura de alambre y tela metálica, clavada sobre una base de madera. Forma parte de la serie “Monumentos masticados”.
“Usé sólo esos materiales, las Boca de Dama están mezcladas con mi saliva. Un par de meses después, cuando ya me aseguré de que se terminó de secar, le doy una cobertura de laca con formol, para garantizar la conservación”, le cuenta Beilis a Pausa, como entretenida. “En términos de material, hay una escultura anterior en esta serie, que presenté el 1º de julio del año pasado, hecha con pan, y todavía está intacta, no le ha salido un solo hongo. Yo creo que tiene que ver más con la cantidad de conservantes que tienen estos alimentos”, dice y se ríe bajito. “Después hay una cuestión química que tiene la saliva, que activa el gluten en las harinas, y el gluten es como una goma. Yo creo que eso sirve mucho para que se adhiera el material a la estructura. Si bien al secarse se parte, que es algo que me interesa que pase, se queda adherido a la estructura”.
–¿Cómo fue la performance?
–Me interesa hacer gestos mínimos exagerados por la intervención artística en la vía pública. En este caso el gesto mínimo era escupir, generar una escultura a partir de algo que pasara por mi cuerpo pero que no lo pudiese tragar y lo devolviera, regurgitándolo. No convoqué a nadie para la acción, un poco porque es algo asquerosa y otro porque, históricamente, a ese monumento en la Costanera lo cuidan cámaras, policías, vecines que lo resguardan constantemente. Las veces que se hicieron acciones con más gente suele caer la policía, o les vecines toman actitudes agresivas. Duró más o menos una hora todo el proceso de masticar eso y fue filmado y fotografiado. Un grupo de deportistas varones se pusieron a entrenar justo en el espacio que había entre el monumento y yo. Entrenaban ahí, charlaban, se sacaron unas fotos tipo selfie conmigo masticando. Fueron super respetuosos.
–¿Cuál fue la intención de hacer esta performance?
–Pretendo que mis obras interpelen, al menos para hacer consciente de ese monigote que es Monzón y que está ahí, que hace parte de una idiosincrasia que ojalá no hayamos naturalizado. Sigue siendo un punto de encuentro, se sigue constituyendo como un ídolo deportivo, se sigue sosteniendo eso, por encima de lo que es: un femicida.
–¿Por qué con Boca de Dama?
–La primera obra de esta serie la había hecho con pan, habla sobre el trabajo. Quería buscar otro material que fuera adecuado para masticar y que simulase la piedra en la superficie, como el monumento a Monzón. Son unas galletitas muy viejas, de Terrabusi, tienen la forma originariamente de una boca cerrada, boca de dama. Me resonó mucho… Esas galletitas siguen existiendo en el siglo XXI, post tercera o cuarta ola feminista. Es increíble que haya objetualidades como esa, que siguen marcándole la cancha a mujeres y disidencias.
–¿Qué efecto tuvo en tu cuerpo estar tanto tiempo masticando?
–La verdad es que no querés volver a masticar esas galletitas durante mucho tiempo. Me llevó más o menos unos cuatro días de masticado, fueron cinco kilos de masitas. Mastico las galletitas hasta que se hacen un bolo alimenticio, blando, como una pasta, y lo esparzo con espátula y esteca o con la mano. Te queda doliendo la mandíbula. Hacés buches de agua para relajar la mandíbula y sacarte los restos que juntas por acumulación, llega un momento en que la boca queda re empastada. La experiencia del cansancio tiene que ver con cómo uno puede destruir un monumento, con lo difícil que es destruir un monumento y sacarlo de la vía pública, por muchas razones. Este caso está super justificado, es un pedido de muchísimas organizaciones retirar este monumento de la vía pública de Santa Fe. Pero en general, un monumento es eso. Hace demasiado a la idiosincrasia de una comunidad. Remover un monumento significa remover una parte de la identidad de una comunidad y eso es algo siempre muy delicado, aun en estos casos. La intervención que más duro en un monumento a Monzón la hizo un colectivo de artistas mujeres de Santa Fe y fue colocar una placa que decía “Campeón mundial y femicida” y duró horas, porque inmediatamente fue retirada. Mi intención era destruirlo en términos posibles: yo no puedo ir con una masa y una piqueta porque a los quince minutos me llevan presa. La idea es masticar un material, que remite al bruxismo, un gesto de bronca acumulada también. Una forma de destruir que está a mi escala: puedo destruir un monumento si lo puedo masticar. Puedo masticar un monumento, destruirlo con los dientes, pasarlo por mi cuerpo, rechazarlo, no poder tragarlo, llenarlo de saliva y escupirlo.
–Es un performance y es una obra a la vez
–Vengo muy de la perfo, el principal material de mi trabajo es el cuerpo humano. En el mundo de las artes visuales, la performance termina plasmada en foto o en video casi por default. Pareciera que no hay otra manera que capte con mayor fidelidad el gesto del cuerpo. En ese sentido, investigo otras maneras de materializar o dar cuenta o registrar de lo que hace un cuerpo en obra perfomática. Yo considero que quedan objetos registro de perfomance. El Monzón o el "Canto al trabajo", cuando estaban por ser terminadas, eran una performance. La obra ahí era una performance. Una vez que se terminaron ya quedan como objeto escultórico, solo que están construidos a partir de la acción performática. Ahí es donde yo los llamo objeto escultórico registro de acción.
–¿Cuál es la reacción a la performance?
–Genera mucho asco la perfo en vivo. Después, la gente cuando pregunta “¿De qué está hecho?”, algo intuye. Y hay una reacción, que es el asco, que me encanta. No porque me encanta el asco, sino porque en esto de destruir un monumento logro que la acción ante la pieza sea el asco. Logro que la gente al mirar sienta asco o rechazo. Está bueno hacer algo que genera asco e interpela, da curiosidad y rechazo a la vez.
–El Monzón está inscripto en una serie: ¿cuál fue el primer trabajo y cuál es próximo?
–La primera pieza de la serie es una escultura a escala de “Canto al trabajo”, de Rogelio Yrurtia, que están en la plaza Eva Perón, en el Bajo, en la Ciudad de Buenos Aires. Es una escultura que, en términos técnicos, es muy hermosa. De bronce, gigante, tiene como 15 metros de largo. La imagen es una piedra gigante, que tiene el mismo volumen espacial que 14 figuras humanas que están acomodadas de forma triangular. Adelante hay tres infancias muy risueñas, avanzando, siguen una mujer y un hombre, liberados de cualquier carga, en actitud triunfal y de avance. El resto de las personas está encorvadas, amarradas con sogas y con harapos, en situación de esclavitud, tirando de la piedra. Técnicamente es hermosa, pero es horrendo que se llame “Canto al trabajo”. Está a seis cuadras de la central de la CGT. En todo caso, representa la distribución desigual del trabajo y luego de las ganancias. Las personas que tiran de la piedra no tienen el goce de los cinco que van encabezando todo. Ese monumento me generaba mucho rechazo. Ahí empecé a pensar: ¿cómo puedo destruir un monumento? Un poco una actitud soft punk. A partir de esa obra empecé la serie. Esa obra tiene dos metros de largo, unos 60 centímetros de ancho y 50 de alto. Está hecha a escala, en pan de molde masticado, y la hice con dos artistas performers invitadas. La presenté en el marco de Kilómetro 1, que es un programa del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. El próximo… hay un par en vista que me gustan –dijo otra vez entre risas– o que los detesto demasiado. Uno es el que está en la plaza cívica de Bariloche, un monumento ecuestre de Julio Argentino Roca, que muestra uno de los puntos más lejanos adonde avanzó el genocidio del desierto. No voy a spoilear, pero sí voy a usar otro material. Y después pensé también en muchos objetos que quiero masticar, por el valor simbólico que tienen en el uso cotidiano.