La inundación de 2003 sacó a relucir la solidaridad de la comunidad, que se organizó en forma espontánea para auxiliar a las víctimas de la desidia estatal.
Todo empezó cuando llegó la noticia de que La Garau, la profe de matemática, se había inundado. Entonces, Julia tenía 16 años y estaba en cuarto año de la Almirante Guillermo Brown, una de las escuelas de más renombre de la ciudad: “Me acuerdo patente que fue un martes. Ese día, tipo 10 de la mañana, ella no llegó a dar clases y era re loco porque sabíamos que vivía en el Parque Garay y no nos cerraba que el río llegue hasta ahí y eso. Al mediodía ya avisaron que era posible que al otro día lleguen algunas familias, bueno, ese día nunca llegó… la escuela explotó de gente esa misma noche”, se acuerda todavía hoy, mientras charla con Pausa.
Según los informes del Ministerio de Salud provincial fueron 475 los centros de evacuados improvisados que refugiaron a las víctimas del crimen hídrico de 2003. Espontáneamente en Santa Fe, Recreo y Monte Vera debieron abrirse las puertas, aulas, canchas, salones y patios para contener a los más de 50 mil personas autoevacuadas. En contrapartida de la gran cantidad de daños materiales y pérdidas humanas, la inundación de 2003 demostró la fuerza de la comunidad y la solidaridad sin condicionamientos entre vecinos.
“Cero plan de contingencia, los centros de evacuados fueron totalmente autogestivos”, asevera Karina, docente y comunicadora que fue trabajadora voluntaria activa al servicio de las familias refugiadas en la Almirante Brown. Se acuerda, además, de las cuadras de la ciudad quedando oscuras, de un mensaje de texto que la llevó a ella y a otra gente a acudir a la escuela, de un profesor del coro tal vez llamado Roger que consiguió la llave. “El es la única figura de autoridad de la que tengo impresión alguna. Cada quién hacía lo que podía o sabía, yo me recuerdo cocinando pan, haciendo olladas de mate cocido, de tener la ventaja de contar con la infraestructura del comedor de la escuela”.
La falta de contención estatal e institucional en la gestión de la emergencia hizo que la gente tuviera que asumir el papel de rescatistas y cuidadores, pero esto no detuvo a los vecinos de Santa Fe en su esfuerzo por ayudar a los más necesitados. La inundación a Santa Fe demostró que, en tiempos de crisis, la comunidad demostró su fuerza y solidaridad para con el prójimo.
Dando vueltas por la escuela, Julia y sus compañeros de la escuela gestionaban contención y la ayuda que podían, siendo adolescentes, a las familias que no paraban de llegar, mojadas, desmembradas y despojadas de sus cosas, sus hogares y sus vidas tal y como las habían construido hasta ese 29 de abril.
“Éramos pendejos de 16 años acompañando familias que acababan de perder todo, de un día para el otro, haciendo arroz para 300 personas, compilando listas de nombres escritos a mano y saliendo a buscar personas. Nos hicimos cargo como pudimos, mi viejo era director de la Escuela República Argentina, la 262 que también fue centro de evacuados, pero en mi escuela éramos los estudiantes y exalumnos y así. Una vez estaba sirviendo comida y un señor me pide que le sirva, cuando lo miro era León Gieco, estuvo con Víctor Heredia y una noche tocaron unas canciones ahí. Esas fueron las únicas autoridades que yo vi.”
Durante los días que siguieron, Santa Fe se organizó de manera espontánea en escuelas, clubes, vecinales y hogares de parientes y conocidos para ayudarse mutuamente. Muchos llevaron comida y agua a los refugios, otros construyeron puentes temporales y rescataron a personas atrapadas en sus hogares.
Más allá de los 53 mil autoevacuados y de los 130 mil afectados indirectamente, hubo una porción de la ciudadanía que no tomó conciencia de lo que estaba pasando: “Recuerdo estar yendo a la casa de mi madre en mi Citroën 3CV el 1º de mayo y la Costanera estaba llena de gente tomando mates, como si nada. Y esa postal me quebró”, reseña Karina todavía con dolor.
Más allá de las distintas perspectivas, los relatos coinciden en que fue la población civil la que se hizo cargo de gestionar la emergencia, fueron la vecina y el primo, el directivo de la escuela y las amas de casa organizadas. No fue el intendente Álvarez, no los cuerpos armados, no fue el gobernador Reutemann. Tampoco Ricardo Fratti ni Edgardo Berli. Durante las evacuaciones de emergencia por el avance despiadado del Río Salado, fue la gente la que salvó a la gente.
Padres, se buscan
El arquitecto Guillermo Saus, de barrio Sur, iba y venía trasladando muebles y cargando electrodomésticos. Aunque el agua llegó hasta el pasaje en el que vive, no pasó de algunos centímetros de su cochera.
“Estábamos trasladando algunas cosas, cuando lo escucho a este nene de unos cinco o seis años que venía llorando en la oscuridad, desesperado pobrecito bajo la llovizna. Venía del barrio San Lorenzo”. Pasó casi una semana hasta que, por casualidad, se encontraron con un móvil de TN. Ante los micrófonos, avisó que está alojando al nene perdido. Los ojos verdes, perdidos, del chiquito a la deriva eran quemados por el flash de una cámara que lo enfoca.
Pasaron algunas horas hasta que se dio con la familia del nene desencontrado: estaban en el centro de evacuados del Club Regatas. El encuentro no demoró en concretarse.
“Fue así, todo improvisado, espontáneo y entre los mismos vecinos. Así como se descuidó esa obra sin terminar, después tampoco se atendió a la gente por parte de nadie más que la misma gente”.