Publicaciones, proyectos e investigaciones forman parte del sostén de la memoria de la inundación 2003.
Por Agustina Lescano y Valentín Johnston Aragón
Las notas en la prensa repetían la palabra “lluvia” casi todas las semanas a partir de enero de 2003. El 29 de abril, a la mañana, el entonces intendente Marcelo Álvarez declaró en El Cuarto Poder por LT10, la radio que toda persona en la ciudad que pudiera estaba escuchando, para saber qué hacer, qué pasaba en otros barrios, o simplemente para empezar la jornada, porque todavía no sospechaba nada. “Al vecino que habla de la zona sur: le digo que no tenemos problemas en la casabomba 1. Todo el barrio Centenario, la villa del Centenario, Chalet, San Lorenzo, El Arenal, no va a tener ningún tipo de inconveniente. El suroeste de la ciudad no va a tener problemas”, afirmó Álvarez. Pocas horas después se inundaron. La mayor cantidad de muertos por el paso del río se registró en esas zonas.
Desde horas antes, la información circulaba de manera fragmentada en esa misma radio y en otros medios de la ciudad. "Sentir el agua en los pies, haciendo cosquillas adentro de los zapatos. Relatar por la radio 'el avance de la masa hídrica'. ¿Cuándo habíamos empleado esa frase? Parado en una esquina teléfono celular en mano, como si fuera un micrófono, mientras la madrugada se obstina en seguir siendo noche. Sentir el agua en los tobillos, entrando por los zoquetes. Vecinos como fantasmas, moviéndose en las penumbras, cargando a sus hijos. Las pupilas dilatadas, tratando de adivinar el próximo paso, evacuándose, pero adónde”, así lo recordó Walter Saavedra, hombre de radio que aquella madrugada recorrió las zonas inundadas cubriendo para Radio de Noticias. El relato, con voz y pluma del locutor, se puede escuchar en el podcast Pausa Play.
En los 20 años que transcurrieron, múltiples voces, testimonios y relatos han encontrado un espacio de visibilización en trabajos y proyectos que conservan y mantienen la memoria vigente de lo sucedido. Por esta razón, pretendemos recuperar aquellas palabras de personas cuyas historias estuvieron atravesadas por este episodio oscuro de la capital santafesina, antes, durante y después del 29 de abril.
Estado ausente, lazos vecinales
Los barrios enfrentaron el abandono de los funcionarios con organización, pero una organización espontánea, rápida, a contrarreloj, porque la lucha de las y los vecinos fue contra la incertidumbre y el desconcierto ante la información a retazos del verdadero riesgo que se avecinaba.
Victoria Medina tenía cuatro años en abril del 2003 y vivía en Santa Rosa de Lima, cerca del río. El 29 de abril es el cumpleaños de su hermana y como “todavía no se venía el agua” aquel día estaban preparando los festejos. “Eran los medios y el gobierno diciéndote ‘no se viene, no se va a inundar’ y vos ver y saber que sí se venía el agua. Nadie sabía por dónde, si iba a arrancar primero por un lado, por el otro. Primero se decía que por Fonavi, después por el barranco. Todo era muy confuso, pero nosotros sabíamos que se venía. Por eso puede ser que todo el barrio alcanzó a sobrevivir a esto, capaz que no hubiese pasado si nos agarraba más desprevenidos como en el 2007. Si no hubiésemos estado informándonos entre los vecinos no estaríamos acá”, afirma, ya adulta. El testimonio forma parte del proyecto Niñas y niños de la inundación, publicado quincenalmente en Pausa y próximo a publicarse dentro de la editorial Vera Cartonera.
“Con mi marido, Pancho, pertenecíamos a la ONG Manzanas Solidarias. Yo coordinaba la manzana, y si bien sabía lo que pasaba, no había tomado conciencia de lo que podía pasar. Ni de lo que pasó” recuerda Beatriz Grosvald, vecina que se sumó a colaborar junto a su familia en el centro de evacuados del Club Teléfono. “Era un caos. La gente llegaba llorando, preguntando por sus familiares. Creo que fue el presidente del Club que nos pidió que nos hagamos cargo, y con Pancho teníamos dos opciones, dar vuelta la cara o quedarnos. Y nos quedamos. Fue terrible, mucha gente perdió su casa, o tuvo un ACV, o depresión, un ataque al corazón. Había personas que deambulaban por los centros de evacuados buscando a su familia y cuando uno pasaba por los barrios parecía una guerra, todo estaba destruido, y lo peor era el olor que quedó. Cuando llegó el Gobierno, en vez de respetar lo que ya estaba organizando, empezaron de nuevo e hicieron un desastre. Desde el 2003 hasta ahora la situación de los barrios populares no cambió nada, es cada vez peor. Ahora también se necesita ayuda”, reflexiona.
El 29 de abril de 2003, Vanesa Fernández tenía 23 años y vivía sobre el Terraplén Irigoyen, a la altura de calle Entre Ríos, con el padre de sus hijos: Elvio, Araceli y Uriel Ramón Castillo. Uriel tenía 21 días. Cuando el agua llegó al barrio, se fueron a la casa de un hermano en Chalet. A la tarde el agua llegó ahí también, y Vanesa intentó evacuarse junto a sus hijos en una canoa particular. Llegando a Colón, el agua la dio vuelta.
“El agua me hundía. Tragaba agua y me levantaba. Yo sabía que me estaba por morir, yo me estaba muriendo, no sé nadar. Tragué mucha agua. Sentía que me golpeaba con cosas. Siento algo que golpea el pecho y, con el mismo reflejo me agarro y era una las columnas que sostienen las tribunas, afuera del estadio. Me quedé prendida ahí y empecé a gritar que sacaran a mis hijos. Después no supe más nada de mis hijos, yo pensé que mis hijos se habían ahogado los tres”, recordó Vanesa en una entrevista con Pausa en 2018.
Evacuada en la escuela de comercio de Santo Tomé, Vanesa pudo encontrarse con sus dos hijos mayores cuatro días después. De Uriel no supo nada hasta el domingo 4 de abril, cuando la busca un patrullero para llevarla a reconocer el cuerpo en la Seccional Segunda. El bebé había sido encontrado por pescadores. “Yo no estaba bien. No estoy bien. Tampoco nunca recibí ayuda psicológica. Nunca me la ofrecieron. Nunca tuve atención. Desde eso que pasó, nunca. A mí no se me murió un perro, se me murió un hijo”, afirmaba.
La salida siempre fue colectiva
“Los vecinos ponían arena, protegíamos las casas…Pero así, sin quererlo, armamos nuestra propia trampa, la misma que había empezado a armar Reutemann, nosotros la fortalecíamos sin saber […]. Estas cosas pasan por el cuerpo y la piel de cada uno. Habíamos caído en la trampa. Su silencio para 130 mil personas, 28 mil familias, fue la muerte, el desamparo, la desolación, algunos salimos como ratas… queríamos resguardar nuestras casas… no teníamos idea qué iba a pasar. Por qué Barletta no hizo lo que tenía que hacer, entregar el estudio de la universidad, lo tuvo que llevar a la justicia. Fue uno de los principales responsables y cómplices de Reutemann. La facultad de ingeniería química había hecho esos estudios. Ahí estaba la verdad que teníamos que conocer todos”. El testimonio es de Graciela García, referente de la Marcha de las Antorchas. Su voz, que se alzó tantas veces para leer los nombres de los muertos -los reconocidos y los que no-, quedó registrada en la investigación “Lo que el Salado sigue gritando: 10 años después” (2013) realizada por Miguel Cello, Julieta Haidar y Carlos del Frade y publicada como libro por el Instituto de Investigaciones Gino Germani a los 10 años del crimen hídrico.
Mientras el agua bajaba, las semanas fueron reagrupando a las y los vecinos en un movimiento que hasta la actualidad se planta frente a Tribunales para recordar a los jefes de ese palacio lo que los inundados jamás olvidarán: la impunidad, la desidia y la búsqueda de justicia. “Nos organizamos como vecinos en mayo de 2003. En República del Oeste, la única vecinal que nos daba apoyo y después en el club Mitre, del barrio San Lorenzo. Qué hacer… Jorge Aguilar, el tortero, dijo de hacer una carpa. Necesitábamos tiempo, parecía una locura… 29 de julio de 2003…Carranza había amenazado con reprimir cualquier tipo de manifestación que se hiciera en la plaza. Hablé con la secretaría de derechos humanos de la nación, a la noche se veían los francotiradores de la Inmaculada, la casa de gobierno y tribunales. Nos pidieron los nombres a todos. A los 14 días nos llevaron presos a dos compañeros de barrio Centenario y a mi. Sostuvimos esto hasta que asumiera Obeid. Velas para alumbrarnos. Y salimos con las velas a dar una vuelta por la plaza. Todos los martes las hicimos”, recuerda Graciela.
Con motivo de la sentencia en la causa Inundación el 1° de febrero de 2019, María Claudia Albornoz, integrante de la Carpa Negra por la Memoria, la Verdad y la Justicia, comentó a Pausa que “no hubo justicia, hubo sentencia”. Por lo que el reclamo, la memoria y la búsqueda de justicia sigue vigente.
“Se cerró una parte, que también era impensada en la Justicia santafesina y en la Argentina. Un juicio tan largo, con tantas trabas, con tanta suciedad. Se cerró algo que para nosotros era impensado: que se dicte una sentencia, y que diga que todo lo que dijimos durante un montón de años era así. Porque cuando dicen que hay culpables, en algún momento nos dan la razón. Así que no hubo justicia, hubo sentencia: hay culpables, dos se murieron, y uno está vivo y sigue generando inconvenientes, igual que la Provincia”, concluyó la militante.