20 años después, por qué el reclamo del movimiento de inundados sigue siendo contemporáneo, nos interpela y tiene actualidad.
Como acto político, la memoria se transforma con el paso del tiempo. El relato de lo que pasó, los rituales para evocar el pasado pueden permanecer más o menos iguales; la memoria suele nutrirse en la repetición de su núcleo duro y en la diversidad y proliferación de sus transmutaciones. Sin embargo, pese a que siempre se parece a sí misma, la memoria cambia porque en cada época dice algo distinto, algo actual para la época. La memoria, como interpelación pública, se ve modificada por la historia.
En el movimiento de inundados, la memoria fue una herramienta de transformación de la ciudad, incluso con poderosos efectos electorales. También fue la base de la resistencia ante la ominosa lentitud del Poder Judicial. Hoy, a 20 años del 29 de abril, ¿cuál es la actualidad de la memoria sobre la inundación?
Inundados nunca más
Finalmente, un día la defensa oeste se cerró y sobre ella se continuó la avenida Circunvalación casi hasta Esperanza. Tras la inundación de 2007, el Estado atendió debidamente la construcción y operatividad de las estaciones de bombeo; la ciudad tuvo una nueva inundación producida por la desidia estatal. Las lluvias volvieron a ser extraordinarias, pero no funcionaba prácticamente ninguna casabomba.
La ciudad trazó un plan ajustado de nuevos desagües troncales, que se va ejecutando de a poco. El movimiento de inundados fue particularmente insistente en la ampliación de la “Alcantarilla de Cruce”, un canal que atraviesa la Circunvalación y por el que desagua San Lorenzo, Chalet y el Arenal su agua y toda el agua que reciben desde norte. Originalmente era de un metro y medio la alcantarilla, en 2014 se inauguró su ampliación a los quince metros actuales. El propio gobernador Antonio Bonfatti reconoció, en ese entonces, que esa obra entró en el radar del Estado por el reclamo incesante del movimiento de inundados.
Las lluvias siguieron generando inundaciones, pero ni remotamente se comparan con lo que sucedía antes, mucho menos con los efectos de la creciente del Salado de 2003. El agua inunda los barrios, pero se va muchísimo más rápido, como pasó en los temporales de febrero de 2015.
Qué hacer con el agua es hoy un tema ineludible a nivel municipal y provincial. Los planes explican tanto los retardadores pluviales de avenida Freyre como los planes de veredas verdes y de calles con adoquín articulado; el escurrimiento es un tema clave.
El problema de los anegamientos de los barrios más bajos de la ciudad comenzó a formar parte de la agenda real de las políticas públicas. Un poco se debe a los desastres continuos, pero en buena medida allí estuvo siempre la voz del movimiento de inundados reclamando las obras necesarias, sin cesar ni ceder. Su sola presencia en las plazas se convertía en el testimonio de la tragedia y de lo que faltaba hacer.
Ni olvido, ni perdón
En los Tribunales y en la plaza, el movimiento de inundados fue clave para que la Causa Inundación llegara a tener una sentencia y para que el ex ministro de Obras Públicas, Edgardo Berli, y el ex director de Hidráulica, Ricardo Fratti, sean declarados culpables. La muerte excusó al intendente Marcelo Álvarez, el tercer acusado, y la impunidad salvó a Carlos Reutemann, el principal responsable político y material.
El proceso se inició el 5 de mayo de 2003 con la apertura de la instrucción, a raíz de la demanda presentada por Chabela Zanutigh, junto a Maria Cristina Temporetti y Emiliano José De Olazabal. Varias demandas se le sumaron. Los principales impulsores de la causa judicial, los esposos María de los Milagros Demiryi y Jorge Héctor Castro, se constituyeron como actores civiles. Sobre su demanda produjo el fallo el juez Octavio Silva, casi 16 años después, el 1º de febrero de 2019.
El 19 de abril de 2006 la causa estaba en manos del juez Jorge Patrizi. Él decidió procesar sólo a Berli, Fratti y Álvarez, dictando la falta de mérito para todos los demás imputados (Carlos Miguel Gómez Galissier, José D'Ambrossio, Carlos Alberto Filomena, Juan Carlos Cafaratti, Juan José Maspons, Jorge Alfonso Bounous, Alejandro Hugo Alvarez Oporto) y señalando que ni siquiera existían “suficientes elementos de convicción como para indagar al gobernador Carlos Alberto Reutemann”. Una vez que fue confirmada esa resolución, tras haber sido apelada, quedó sellada la impunidad de quienes participaron en todo momento de los mismos hechos por los que se condenó a Fratti y Berli.
La propia sentencia señala que el proceso fue tortuoso. El expediente, al final del recorrido, quedó compuesto por 26 cuerpos con 5238 fojas. Los 16 años fueron un pasamanos de jueces tirándose la papa caliente entre ellos y entorpeciendo la investigación, a tal punto que en un momento los acusados presentaron recursos de prescripción.
Y allí estuvo siempre el movimiento de inundados, sosteniendo una demanda judicial que le fue totalmente indiferente a todo el arco partidario mayoritario, de punta a punta. Si fuera por los partidos, acá no pasaba naranja. En un momento u otro, todos le hicieron guiño, reverencia y besamano al mayor inundador. Nadie nunca tomó esa causa como realmente propia; más de uno contribuyó a la obstaculización. Sin la persistencia de los inundados, sin sus necesarios escraches, jamás se hubiera movido dos centímetros esta Justicia provincial dominada por el primo político de Reutemann, el eterno Rafael Gutiérrez.
Actualidad del 2003
¿Para qué ir hoy a la plaza del 29 de abril? ¿En qué nos puede interpelar la memoria una inundación que pasó hace 20 años?
La relación entre el Estado y la sociedad era completamente diferente en abril de 2003. Ni habían pasado dos años del 19 y 20 de diciembre de 2001. Vivíamos acostumbrados a la ausencia, el abandono y la represión; ese era el mundo natural y el horizonte a futuro. Las cosas habían sido, era e iban a ser así.
La sociedad sabía por principio que el Estado no iba nunca a estar ahí, donde fuere, excepto para pegarte. La sociedad no esperaba nada del Estado no porque fallara, hiciera poco o lo hiciera mal: simplemente no estaba ahí. En su lugar había otra cosa, más salvaje y cruel.
Un ciclo de desguace del Estado en favor del ordenamiento total de la sociedad bajo el criterio y mando único del mercado es lo que produce la inundación de 2003. Siempre el movimiento de inundados tuvo clara esa denuncia. Forma parte de su memoria.
Al mercado no le interesa –no tiene cómo producir ese interés– que haya estaciones de medición en el río Salado; durante el ciclo de desguace de los 90 se fueron desmantelando todas las estaciones de medición y para el 2003 no había ni un indicador propio del Instituto Nacional del Agua sobre ese río. Tampoco había una sola estación de tren activa que reporte cómo el agua iba tapando puentes y vías.
Al mercado sí le interesa que una obra pública se haga hasta donde lo necesita y nada más. La defensa oeste siempre fue, en verdad, una circunvalación, una ruta para la camionada. La creciente era un interés de segundo orden. Eso explica por qué no se construyó el Tramo III, la obra que hubiera salvado a la mayor parte de la ciudad. Apenas representaba el 3,16% del costo total pagado, tenía un plazo estimado de construcción provisoria de 37 días, pero no tenía ningún sentido para el transporte de mercancías: sólo era útil para que no inundaran los más pobres.
Y al mercado no le interesa –tampoco tiene cómo producir ese interés– que haya protocolos adecuados de defensa civil, con equipos formados y presupuesto. Por la suya, estudiantes, docentes, creyentes de todas las iglesias, punteros comprometidos, deportistas unidos por sus clubes, ONGs, sindicatos, la universidad, lancheros y piragüeros, los movileros, proletariado mediático que coordinaba salvatajes y pedidos de ayuda, ocuparon el lugar de una ausencia, se plantaron para decir que era necesario un reconocimiento a los inundados como algo más que animales.
Hay ahí mucho más que resiliencia, ese berreta concepto de gerentes y derrotados. Había ahí un conocimiento político profundo, de organización con lo que hay. Destrezas de sobrevivientes, un resentimiento furioso, un fermento de transformación. Las rutinas, las discusiones, las acciones de la sociedad durante la inundación fueron inseparables de esa experiencia vital de la intemperie cotidiana que implicó el desguace del Estado. La memoria de esa experiencia vital, esa nada sórdida de país arrasado, parece haber quedado muy atrás en el tiempo. Esa es la interpelación actual de la memoria por la inundación de 2003.
La inundación de Santa Fe es la coronación del ciclo de desguace del Estado de los 90. Un Estado desguazado es impotente e incapaz. No tiene cómo ni con qué, y todos lo sabíamos. Y dejó así en el abandono a una sociedad ya arrasada, organizada desde abajo para contenerse y salvarse a sí misma. Esa era la vida política de 2003; acaso la vuelta a esa intemperie esté delante de nuestras narices.