“Inventar un futuro mejor es posible en un pueblo olvidado con un pasado espléndido”.
Hace algunos días, decidí comenzar a viajar sin pensar en el destino, gambeteando a la conciencia de la finitud pero sin perderle el rastro. Luego de algunas horas, llegué a un pueblo olvidado donde todavía quedan rastros de un pasado sumamente espléndido, donde la vida era diferente gracias al ferrocarril, o al menos eso me contaron. No hay mucho que ver en el pueblo, pero dicen que se encuentra la oficina nacional del registro de inventores e inventoras, que atiende solo un día a la semana. En sus inicios, abría los martes porque los feriados solían ser los lunes y para que pudieran ir los peluqueros, pero en la actualidad, nadie puede dar fe de qué día abre. Esta imprecisión (o falta de información) atrae a más concurrencia cada semana, hombres y mujeres en busca de registrar una idea que les permita tener una vida mejor, aunque también hay personas que solo buscan inventar algo nuevo. Colectivos contratados, combis y autos viejos se congregan en la vieja estación "Antártida". Para quienes llegan por primera vez, el calor que los invade los deja perplejos ante la contradicción que les produce el nombre. Frente a la estación, en un viejo almacén de ramos generales, se construyó un bar o, mejor dicho, una sala de espera con expendio de bebidas, atendida por el Ingeniero Waisman, un hombre moreno de apellido Sosa que, en sus tiempos libres, arregla planchas, heladeras y cualquier tipo de artefacto eléctrico. En el pueblo siempre aclaran que la madre era alemana. Al costado de la estación de tren, hay dos ermitas: una de la Virgencita Sin Nombre y, frente a ella, un mini santuario del Gauchito Gil. Pegado, se ve un garaje que improvisa un templo evangélico, que por las noches también es una pista de patinaje. Le llaman la avenida ecuménica, aunque apenas es un camino muy breve. En los últimos tiempos, la participación religiosa ha disminuido y se ha convertido más bien en una atracción turística debido a la falta de otras. Por lo general, el itinerario para registrar un invento es muy simple: 1) llegar a la estación; 2) buscar algún lugar improvisado para dormir, ya sea en la plaza al resguardo de una carpa o negociar con vecinos por una pieza; y 3) esperar. Luego de asegurar el alojamiento, el destino es la espera, y todo termina en el bar, o mejor dicho, comienza en la "zona de promesas". Hoy logré sacar un número. Tengo poco tiempo y un par de ideas, así que algo se nos va a ocurrir.