Las organizaciones solidarias que brindan comida caliente a los sectores más vulnerables están en peligro: casi no reciben donaciones y la inflación masacra los miserables recursos que les da el Estado.
“La crisis”. Todos hablan de “la crisis”. Toman como parámetro la compra del supermercado que deben reducir porque “la plata no alcanza”, los impuestos que se les hace titánico pagar, el sueldo que ya no saben cómo estirar. Pero hay un parámetro mucho más doloroso para magnificar “la crisis”: la actualidad financiera de las organizaciones sociales que trabajan para brindar un plato de comida a los sectores vulnerables.
Actitud Solidaria recorre de lunes a viernes la ciudad para ofrecer una vianda caliente a las 180 personas que están en situación de calle en Santa Fe. Madres Voluntarias, de barrio Santa Rosa de Lima, les da la copa de leche a 70 niños los lunes y jueves y los sábados cocina la cena para entre 60 y 90 familias. Referentes de ambas entidades coinciden: nunca, desde su inauguración hace muchos años, la han pasado tan mal como ahora. “La crisis” mostrando su cara más cruel: esa que se come crudos a los pobres e indigentes.
Reducir, achicar, cirujear
Carlos Verón es el coordinador de actividades en Madres Voluntarias de Santa Rosa de Lima. Cuando habla con Pausa, se lo escucha preocupado. A comienzos de este año, la entidad se vio obligada a tomar una drástica medida: hasta 2022, el merendero funcionaba toda la semana; pero en 2023 hubo que reducir la atención. “En enero vimos que no podíamos soportar la carga de la demanda. Nos sentamos a charlar con la gente y les preguntamos qué les quedaba mejor. Nos dijeron que lunes y jueves, porque ninguna otra institución les da la copa de leche esos días. Es una decisión muy dolorosa, pero no nos quedó otra”, recuerda, apesadumbrado.
Los sábados, unas 200 personas en promedio se acercan a buscar comida caliente a la sede de Padre Quiroga 2417. No llegan solo de Santa Rosa; cada vez más, se suman vecinos de otros barrios: Villa Oculta, San Lorenzo, Centenario. “Donde se enteran que dan comida, están, porque pasan necesidad y van buscando. También tenés personas golondrinas, que van de comedor en comedor y que, si piden un plato de comida, se lo damos. Más en este momento en que está bastante complicado para aquel que tenía asegurado el mango, o hacía una changa, que se ganaba 1000 o 1500 pesos en el día. Antes lo podía invertir en parte en comida, pero ahora no. Es muy difícil porque 1500 pesos no les significa nada”.
El problema es que la demanda crece y, en paralelo, lo hace también la inflación. “Los precios hacen que nosotros podamos comprar menos. Por ahí metemos mano en los ingredientes de la cocina. Si antes cocinábamos con diez pollos, ahora cocinamos con siete u ocho. Vamos mezquinando un poco de cada cosa para poder llegar, porque si no es imposible”. Lo mismo pasa con el merendero: “En algún momento dábamos yogur, pero lo tuvimos que sacar y elegimos la leche y el chocolate, la harina y la grasa, porque se hace más abundante”.
—Claro, es más llenador.
—Esa es la palabra: uno por ahí se habitúa más a lo “llenador” que a la calidad.
Lo mismo les sucede los sábados. Actualmente hacen arroz, guiso, pizzas y tartas. Siempre con pollo: dar carne vacuna es impensable. “Antes hacíamos hamburguesas o milanesas, pero hace mucho que no hacemos porque la carne se fue a las nubes”.
La única ayuda estatal que reciben es una tarjeta del Ministerio de Desarrollo Social de la provincia para adquirir alimentos secos, los cuales les alcanzan para tres de las cuatro cenas mensuales que dan. Mientras tanto, ellos deben arreglarse para conseguir los insumos para la copa de leche, más la proteína y las verduras para la comida fuerte de los sábados. Verón no lo duda: “Este es el peor momento desde que inauguramos, en 2015”.
“La situación de los barrios es muy delicada”, analiza. “Hay una realidad muy triste detrás de esta situación económica que estamos pasando. Hubo muchos momentos en los que flaqueamos en la atención a la gente, pero este es diferente porque todos estamos mal. A todos nos atacó de alguna forma la crisis económica. A nosotros como voluntarios, a los que donan y a los beneficiarios. La gente antes tenía un mango más, el que donaba tenía un mango más para donar, el voluntario tenía que salir a laburar menos y tenía más tiempo para el voluntariado. Es como que flaqueamos todos y esto se vuelve terrible por esa situación”.
Para graficar la gravedad de la coyuntura actual, el referente de Madres Voluntarias señala: “Estamos viendo la gente del comedor que sale a cirujear mucho. Hace un tiempo atrás eso no estaba pasando. Volvió la situación extrema del 2000 o 2001: la gente busca de la basura, come de la basura. Otra vez, volvió a la basura”.
Pilares endebles
Martín Mónaco es presidente de Actitud Solidaria. Hasta diciembre de 2022 estaban asistiendo a 130 personas que viven en la calle. Hoy tienen 180. Es el mayor crecimiento en tan poco tiempo que han tenido desde que empezaron en 2010.
“Es gente que se va quedando afuera de la competencia laboral. Gente de 40 y pico o 50 años que no consigue laburo. Y ahí se empieza a partir la familia: la mujer con los chicos, por un lado; el hombre por el otro. Él es el que termina en situación de calle, ella se va con los hijos a la casa de los padres. Se van modificando las familias”, evalúa Mónaco.
Hasta ahora, asegura, vienen cumpliendo con la calidad nutricional que siempre tuvieron las viandas calientes que ofrecen a las personas que viven en la calle. Pero “los tres pilares que sostienen la fundación” –el voluntariado, las donaciones de alimentos y el dinero que ingresa de cuota societaria– “ya no son pilares sólidos como en años anteriores”.
Históricamente les ha sucedido que en diciembre las donaciones bajan y entre enero y marzo “no pasa nada”, comenta Mónaco. Antes, para el mes de abril, la situación se estabilizaba. Hasta ahora. “Vos estás consumiendo y sacando lo que tenés de las estanterías y no te entran productos con la misma velocidad. No tenés capacidad de stockearte”. Además, sigue, “el tema es la cantidad que te donan: antes te donaban un pack de fideos, ahora te donan uno, dos o tres paquetes. Los jubilados, que eran muchos los que nos ayudaban, aunque sea con dos o tres productos, ahora no los podés contar”.
Hasta fines de marzo un particular les donaba entre 15 y 20 kilos de pan por semana. Eso también se cortó, porque representaban 20 mil pesos por semana para ese particular. “Ahora el pan lo está haciendo mi vieja (Mary, la cocinera de la fundación) con la harina que nos dan; todos los días amasa el pan a mano y lo va cocinando por tandas. Es un trabajo de varias horas”.
Lo mismo pasa con el dinero que ingresa. “Gente que antes te pagaba una cuota, todos los meses se baja, porque empieza a reducir gastos y saca de la cuota de fútbol, de la fundación, de una cooperadora. La gente empieza a achicar gastos y nos achica a nosotros. Hay socios que pagaban 200 pesos, que vos decís ‘no es nada, no comprás ni medio kilo de pan’, pero es que la gente no puede hacer más esfuerzos de los que ya hace”.
En cuanto a los voluntarios, sí, son muchos los que se anotan para colaborar, pero no siempre pueden cumplir. “Están libres y justo los llaman para hacer una changuita y te rechazan la tarea voluntaria. Y te quedás con un grupo bastante reducido, de unas 30 personas, cuando antes de la pandemia eran 90”.
Por parte del gobierno provincial, reciben la misma tarjeta que Madres Voluntarias. A Actitud Solidaria le sirve para cubrir las viandas de una sola semana.
—Nuestra ración sigue siendo la misma pero no sabés hasta cuándo podés aguantar esto.
—¿Tienen miedo de no llegar, de por primera vez tener que discontinuar las viandas?
—Miedo no, pero sí tenemos mucha preocupación.