Las generaciones que empiezan a ejercer sus derechos políticos reclaman sentirse representadas en las discusiones públicas. De cara a las próximas elecciones, escasean las referencias más jóvenes.
Los últimos 40 años en Argentina no son una superficie homogénea. El desguace neoliberal que comenzó a implementarse en la última dictadura tuvo sus continuidades en los años 90 con la gestión económica de Carlos Menem y Domingo Cavallo. Sus resultados de miseria y hambre explican en parte la crisis de representación respecto a las instituciones partidarias tradicionales a fines del siglo pasado. La desazón generalizada se condensó en el “que se vayan todos” de 2001. La respuesta del Estado fue la represión.
Hay una imagen que sintetiza aquella época y es la de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, de 21 y 22 años, siendo atacados con balas de plomo por la Policía Bonaerense. Los dos eran militantes piqueteros que, en junio de 2002, salieron a las calles a protestar contra la continuidad del ajuste hambreador. En Santa Fe, Pocho Lepratti fue acribillado en diciembre de 2001 por la policía de Carlos Reutemann mientras trabajaba en un comedor popular.
La alusión a Darío, Maxi y Pocho no es antojadiza. Los movimientos de emancipación latinoamericanos se caracterizaron por la presencia de jóvenes que quisieron cambiar el mundo, hacer la revolución y, más acá en el tiempo, “transformar la realidad”.
En aquella crisis de ollas vacías y cargadores llenos, el asesinato de estos militantes sociales mostró que la juventud no estaba desencantada, alejada o despreocupada sino buscando colectivamente una alternativa al sálvese quien pueda.
Al calor de los piquetes y de las asambleas barriales emergieron nuevas formas de vincularse políticamente: una apuesta por la horizontalidad y por lo comunitario que no calaba en las lógicas más verticales de los partidos políticos.
El devenir posterior no estuvo exento de matices. Quienes tuvimos 18 o 20 años en los inicios de la segunda década vivimos, en nuestra adolescencia, algo parecido a un reverdecer del vínculo con la política tradicional. Eran las épocas de la Asignación Universal por Hijo, del Conectar Igualdad (cada quien tenía su netbook en la escuela) y de los derechos que se peleaban en sesiones maratónicas del Congreso de la Nación. Crecimos aprendiendo las lógicas institucionales como piezas claves para cambiar lo injusto y renació la idea de militar en espacios tradicionales como los partidos o los sindicatos, no como una forma de aceptar sus reglas sin más, sino de “dar la pelea desde adentro”.
La reapertura de los juicios de lesa humanidad también marcaron continuidades ideológicas con el sueño trunco de la generación diezmada de los 70 y con los H.I.J.O.S. de los 90. La defensa de la democracia se alineó fácilmente con la defensa de los derechos humanos y la reivindicación de la justicia social.
Sin embargo, el ejercicio pleno de los derechos económicos y sociales está lejos de ser una realidad. En los últimos seis años, según información provista por el Indec, el índice de pobreza en la franja etaria de 15 a 29 años osciló en torno al 50%. El último dato disponible (segundo semestre de 2022) muestra un rango de indigencia del 26% y de pobreza del 25,9% para ese grupo. En el caso de niñas y niños menores de 14 años, los niveles suben a 34,1 en indigencia y a 31 en pobreza. Es decir: el 60% de las infancias en Argentina son pobres.
Al asumir la presidencia hace 40 años, Raúl Alfonsín expresó la famosa frase “con la democracia no sólo se vota, también se come, se cura y se educa”. Pero las estadísticas muestran que quienes nacimos mientras la crisis política y económica más fuerte del país se estaba gestando o estaba estallando vivimos en una situación de precariedad que los gobiernos democráticos no supieron o no pudieron revertir.
A los niveles históricos de inflación —sobre todo en los alimentos, con subas mensuales del 10% sólo en 2023— se suma la precarización laboral (que llegó en los 90 y nunca se fue), el monotributo como forma individual de resolver la informalidad en el trabajo y la incertidumbre acerca de la vivienda y la seguridad social cuando ya no aguante el cuerpo.
Caídos de las boletas
Mientras avanzan las elecciones en las provincias y se arman las listas para votar al próximo presidente o presidenta, emergen discursos sobre el rol que les cabe a las nuevas generaciones. Figuras como Juan Grabois o Wado de Pedro simbolizan, para algunas y algunos, esa participación. Pero ¿qué lugar ocupan en la política institucional las personas que están comenzando a ejercer sus derechos políticos mientras la democracia cumple su cuarta década?
En un estudio publicado en 2022 por Unicef y CIPPEC (Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento) se conoció que más del 40% de las y los jóvenes de entre 12 y 24 años en Argentina valora al voto como un derecho. Sin embargo, más del 52% siente que sus ideas no se ven representadas por los partidos políticos o por quienes compiten por los cargos públicos. Además, un 60% de las y los encuestados respondió que deberían tener representación etaria en el Congreso, a través de, por ejemplo, escaños reservados o cupos.
En términos de percepción sobre el voto, el 42% de las y los jóvenes encuestados dijo que siempre hay que participar en las elecciones porque es un derecho ganado, mientras que el 23% señaló que sólo hay que participar cuando hay una opción que los y las represente realmente, en tanto que el 19% dijo que el voto debe complementarse con otras formas de participación política.
Entre los temas que más les preocupan, un tercio de las personas entrevistadas manifestaron su preocupación por la calidad educativa (30%), la salud mental (26%) y la pobreza (18%). También mencionaron la violencia de género y acoso, la formación laboral, el cuidado del medio ambiente y la crisis climática.
Por otro lado, el 58,15% consideró que la escuela no brinda las herramientas necesarias para la inserción laboral. En esa línea, más de la mitad de las y los jóvenes piensa que el Congreso de la Nación debería debatir sobre múltiples temáticas para mejorar su inserción laboral. Estas incluyen las habilidades digitales, los contenidos enseñados en las escuelas, las brechas de género en el mundo laboral y la formación de oficios.
En su carta “A los compañeros y compañeras”, publicada el pasado 16 de mayo, Cristina Kirchner escribió que no será “mascota del poder” advirtiendo la existencia de una “insatisfacción democrática” en la población. En el texto agregó que en política no hay casualidad, pero sí hay causalidad y que la determinante es la economía. Dos días después, brindó una entrevista en televisión y convocó a los hijos de la generación diezmada por la dictadura a tomar la posta.
Aún no se conoce cuál será la fórmula del oficialismo en la contienda electoral pero los nombres que resuenan, hablando de pasar postas, son los de personas que rondan los 40 años. Es decir, que nacieron justamente en el inicio del período democrático de nuestro país.
El interrogante sobre el rol de las generaciones hijas de los 90 y de la crisis de 2001 sigue abierta, más allá de alguna referencia puntual (casi siempre presentada como excepcional, justamente por su edad) en alguna provincia o en la ciudad de Buenos Aires. El caso más reciente es el de Valentino Tupac Coletti Roumec, de 17 años, que será candidato a diputado por el Frente de Izquierda y de los Trabajadores en Mendoza. Pero falta todavía para seguir transformando los espacios y para democratizar la participación en términos etarios.
Las movilizaciones por el derecho al aborto y las tomas de escuelas secundarias en reclamo de mayor inversión educativa muestran que —otra vez— lo que falta no es interés en participar sino espacios que se perciban como abiertos para la participación. Quizás sea necesario volver a aquella semilla que se plantó en la crisis, hace 20 años: la de la horizontalidad como espacio de superación colectiva de la precariedad. Quizás esta tarea sea urgente, mientras la derecha se arroga la representación de esos sectores por interactuar con ellxs en Tik Tok o en YouTube.