No habrá épica. Gane Sergio o gane Horacio, se dará ese consenso del 70% para ir pasito a pasito. Y en el peor de los casos, porque puede suceder también el peor de los casos, padeceremos otra vez el reverso de la épica, la tragedia.
Lo que haya sucedido adentro del despacho de CFK durante el viernes de cierre de listas saldrá algún día a la luz en algún texto con el estilo propio de ese nuevo género más próximo al cotilleo cortesano o el chisme de camerinos que a otra cosa.
La última pieza poderosa de la contienda por venir –el binomio Sergio Massa-Agustín Rossi– se terminó de definir en esa jornada, sus razones profundas no dependen de cómo fue la conversación circunstancial en esa mesa. En el resultado se muestra que el alcance real de las construcciones políticas y sus organizaciones puede pesar muchísimo más que el amor popular que producen algunos liderazgos y que las profecías de la encuestología todavía tienen fuerza para autocumplirse.
Siempre han de esperarse uno, dos o tres imprevistos decisivos por año; Juntos por el Cambio tuvo el primero y supo muy bien cómo generar una narración sobre lo sucedido. La eficacia de ese discurso puede debatirse, lo cierto es que la represión cruenta y llena de ilegalidades que desató el gobernador Gerardo Morales sobre su pueblo se tradujo muy rápidamente en una pétrea declaración de unidad de todo el principal espacio opositor y en un nuevo color para la candidatura presidencial de Horacio Rodríguez Larreta: el de la violencia de Estado. Logra así el intendente de Buenos Aires apropiarse del rasgo más distintivo de su opositora interna, Patricia Bullrich, manteniendo a la vez su semblante dialoguista y componedor.
No cualquiera avanza en una transformación estructural hacia adelante, pateando el tablero y tocando los intereses de quienes hacen todo para que cambie nada. Cuando estos avances se alcanzan, se vive en el tiempo presente la ilusión más compleja y sublime de la historia, su dimensión épica. Allí está la estatización de las AFJP y de YPF, en primer orden, la AUH, y también el aborto legal o el Aporte Solidario y Extraordinario, en menor medida. El tablero electoral indica que, muy probablemente, no se vivirán emociones similares en el período por venir en diciembre.
Repliegue y retorno
El primer dato relevante del viernes peronista es el recorte definitivo del cristinismo como sector particular –incluso dentro del kirchnerismo– y su repliegue. CFK no puede más personalmente o fue derrotada o, acaso, da tan por descontado un mal resultado que prefiere ni levantar la cabeza. La estructura propia de la vicepresidenta no termina de trascender los límites de (cierta parte) de la provincia de Buenos Aires y de la política partidaria, ya que no hace pie en sindicatos o movimientos sociales y territoriales. Sacando Santa Cruz, La Cámpora es una línea interna del PJ bonaerense, y no mucho más.
A la inversa, Sergio Massa tiene hoy el poder de tomar de facto la candidatura: él es el gobierno que va por la reelección porque si no, sin él, el gobierno salta por el aire. No tiene reemplazo (se hizo a sí mismo irremplazable) y, además, sí tiene pie en las provincias, en los sindicatos y en la Unión Industrial Argentina, en el FMI y en los bancos, en la Embajada de Estados Unidos.
Arriba de eso, las encuestas daban un voto más consolidado a Sergio Massa que a Wado de Pedro, que tenía un alto nivel de desconocimiento. El peso de esos vaticinios es indudable, su acierto se vuelve, hoy, imposible de verificar. Wado hubiera tomado mucho más volumen ganando una interna, a la vez que tenía mucha menor imagen negativa (por desconocido, también). Saber qué hubiera pasado es imposible; la profecía se cumplió por sí mima.
La fórmula presidencial peronista termina formándose por impulso de la liga de gobernadores, que nunca le dieron el visto bueno a Wado, y de Alberto Fernández, que impuso a Agustín Rossi. Curioso movimiento final. El presidente, que soportó un justificado pero constante y estéril bombardeo del cristinismo durante tres de los cuatro años de su gestión, termina con una fórmula electoral que sí o sí va a tener que defender la gestión que se termina.
El ministro de Economía y el jefe de Gabinete no le pueden sacar el culo a la jeringa. Cómo van a hacer para generar, ahora, el relato de las bondades de una gestión que se demolió a sí misma a pura interna, chi lo sá. Datos duros no les faltan. Pese a la pandemia y la sequía, para diciembre de 2023 Fernández entregará un país que habrá crecido tres de los cuatro años de su gestión y que tendrá la mayor cantidad de trabajadores registrados privados de la historia, con niveles muy bajos de desempleo. Del otro lado, la inflación de tres cifras y la caída palpable del poder adquisitivo pegan muy fuerte. En el medio, el 9 de julio se lanzará con toda su fuerza la campaña a través de la inauguración del Gasoducto Néstor Kirchner.
El abroquelamiento de la fuerza propia de CFK en la provincia de Buenos Aires representa también que su poder sigue latiendo. Se quedó con 11 de los primeros 15 lugares en la lista de diputados de esa provincia y con las dos candidaturas para el Senado (Wado y Juliana Di Tullio). Repliegue no es desbande ni disolución. Se tiene que recordar lo obvio: no importa la candidatura presidencial, por empuje o por arrastre, ganar Buenos Aires es ganar el país o viceversa. Es el 40% del electorado nacional, de 1995 para acá, una sola vez (1999) no coincidieron electoralmente en el signo político. Gane o pierda Massa, esa fuerza tiene un futuro bien definido y se llama Axel Kicillof. Siempre que reelija, claro está.
Todos duros
¿Habrán medido los encuestólogos de Rodríguez Larreta la repercusión de los tres días de imágenes de llanto y dolor en Jujuy en quienes todavía no tienen definido su voto? Una cosa es la imaginación obscena de un Estado represor idílico, otra cosa es tomar la sopa y ver por la tele a las madres buscando por las comisarías a sus hijos discapacitados y torturados.
Rodríguez Larreta-Morales se impone así hoy, por un azar, porque justo cayó la protesta jujeña y su represión en este momento, como la fórmula más poderosa de Juntos por el Cambio. El momento de Patricia Bullrich, que venía descollando en una interna pletórica de carpetazos y agachadas, se estancó en la elección de un pésimo radical para la vicepresidencia. El ex diputado Luis Petri no le aporta más que redundancia. A la inversa, Morales ensancha más a la derecha y ofrece todo lo que el radicalismo puede dar a nivel nacional, desde 2001 para acá: funcionarios, fiscales y militantes de préstamo.
Si termina perdiendo, el voto duro de Bullrich tiene ahora motivos para quedarse dentro de Juntos por el Cambio y no fugar hacia las huestes del candidato más devaluado en las últimas semanas: Javier Milei, que se consolida como fenómeno porteño, falopa de panelistas.
Se pierde de vista, pero para el corazón de Juntos por el Cambio, el PRO, esta elección también es de plata o mierda. Es muy segura la victoria interna y general de Martín Lousteau en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Así, si Massa se impone en las generales, de un modo muy oblicuo y de largo plazo también estaría ganando el radicalismo, al borrar del mapa la mancha amarilla.
Gris claro, gris oscuro, gris
Sergio Massa y Horacio Rodríguez Larreta no sacan los pies de las dos o tres líneas de consensos tácitos únicos vigentes e impuestos para todas las fuerzas políticas con potencia de gobierno: el glifosato no se toca, la minería se tiene que desarrollar como sea, con el FMI no se rompe. Les pertenece sólo a ellos, no al cristinismo, el acuerdo en reducir el déficit del Estado al mínimo (y podría agregarse: por vía de ajuste y no de suba de impuestos) y una enfática perspectiva de mano dura en seguridad policial. Ambos tienen el mejor trato posible con los medios concentrados.
Sergio Massa y Horacio Rodríguez Larreta tienen, también, pequeñas grandes diferencias entre sí. Rodríguez Larreta dice públicamente que va a meterle cárcel o bala a la protesta social (hasta puso en provincia de Buenos Aires a José Luis Espert como candidato al Senado). A la inversa, Sergio Massa sí puede garantizar paz social efectiva: tiene más gobernadores y con él la CGT seguirá en su eterna y burocrática siesta de sobremesa pantegruélica. Todavía está vigente el mandato de no reprimir (tanto) que el justicialismo heredó del kirchnerismo.
Massa puede ofrecer un perfil productivista e industrial, convertir al lito en baterías, diríase, y seguir ampliando el empleo obrero, como sucedió en los últimos cuatro años. Rodríguez Larreta difícilmente pueda garantizar lo mismo, considerando el desguace industrial recurrente de las gestiones PRO y su mandato de apertura irrestricta de importaciones. En el altar de la deuda con el FMI, ambos ofrecerán reforma laboral y, quizá, previsional; habrá diferencias en los grises. En algún momento, ambos devaluarán la moneda, de diferentes modos y, por ende, con distinto efecto.
(¿Cómo te sentís? ¿Todo bien? ¿Seguimos?)
El año que viene pinta, de cualquier modo y para cualquiera, mejor que este 2023. El déficit energético, que produce el agujero más importante en las reservas (después de la monstruosa deuda en dólares tomada entre 2015 y 2019), se va a revertir por obra y gracia del GNK. El Niño promete lluvias, la cosecha volverá a ser buena pese a las previsibles inundaciones de una llanura con cada vez menor capacidad de absorción.
La épica perdida hoy, tal vez, sería imponer la reducción efectiva de la jornada o la semana laboral, una reforma impositiva progresiva de verdad, poder construir una agenda ambiental realmente transformadora frente a un cataclismo que en 30 años puede reducir significativamente el agua del Paraná y convertir la pampa húmeda en una estepa seca que sufre inundaciones masivas recurrentes, poblada de cientos de miles de refugiados ambientales provenientes de una amplia zona tropical americana con varias semanas de 50ºC al año. No es chamuyo, es una estricta traducción al castellano corriente de los pronósticos ambientales de la ONU, a los que buena parte de la comunidad científica critica por su moderación.
Nada de eso va a suceder en el próximo período presidencial. No habrá épica. Gane Sergio o gane Horacio, se dará ese consenso del 70% para ir pasito a pasito. Y en el peor de los casos, porque puede suceder también el peor de los casos, padeceremos otra vez el reverso de la épica, la tragedia.