“Algo en el aire”, del Grupo de los Diez de Humboldt, ofreció una función en la Sala Marechal del Teatro Municipal.
El título elegido por las autoras Raquel Albeniz, Laura Coton y María Rosa Pfeiffer para el texto de su obra “Algo en el aire”, que el Grupo de los Diez de Humboldt ofreció en la Sala Marechal del Teatro Municipal, es perfecto también para definir el ritmo del espectáculo: la hora y poquito tiempo de representación pasa con la celeridad de un bellísimo resplandor fulgurante. Son tres autoras comprometidas con su tiempo, con el alma con hambre de afecto de sus almas desoladas, con la pasión y con la necesidad imperiosa de amar, aunque todo cauce dolor.
María Rosa Pfeiffer y Gerardo Meyer, desde la dirección general del montaje, tomaron el tema del amor y sus contradicciones para llevarle al espectador las características de sus personajes, tan comprometidos y tan ausentes del amor sincero. Las lunas rojas y la luna blanca son signo elocuente de ese devenir. El resultado se eleva a la órbita de las grandes autoras del presente, que pueden hurgar en el pretérito. Ese camino que recorren los personajes podría estar en cualquier tiempo y lugar del país. En la marcha cansada hacia ese retiro del mundo, hacia esa búsqueda desesperada de amor (y también de paz) está retratada detalladamente la paradoja central de la existencia: la necesidad de trascender choca, inexorablemente, con la finitud temporal.
En la superficie, la obra es el drama de la relación conflictiva de todos; pero en el fondo surge con nitidez uno de los grandes temas de la dramaturgia de todos los tiempos: la profunda soledad del ser humano y su, a veces, incapacidad de amar. Ellos están ahí, se quieren y se rechazan. No existe en ninguno de ellos alguna cualidad gratuita, pero algo los une: comparten el terror a la realidad. El pasado es una forma de escape, una ilusión, pero es también la estructura temporal que utilizan las autoras para alcanzar la realidad. Albeniz, Coton y Pfeiffer excavan en el pasado como en el fondo del fango para sacar la verdad. En ese volver a la noche, a la niebla, encuentran la claridad. Allí están el dolor y la agonía. No hay nada que permita lograr un escape.
Los directores aprovechan las excelencias de la obra y plasman una puesta en escena con tensiones alternadas, subrayado secuencias de hondo contenido dramático. Los personajes bailan una danza macabra permanentemente. Todos se mueven despacio, como quedándose en un tiempo que se los va comiendo paulatinamente. Sobre el final, llegará la tragedia.
Marcela Girolimetto y Gerardo Meyer encabezan con sabiduría un elenco sin fisuras. Ambos tienen experiencia y se mueven con la necesaria excelencia en sus roles. Y están muy bien, con ductilidad y buen manejo vocal y corporal María Rosa Gatti, Santiago Garoni, Joaquín Strickler y Guillermina Volken. El vestuario es de Belén Krohling, la música original de Facundo Zalazar, visuales de Elisa Martínez, fotografía de Vanina Dadone y la iluminación de Rubén Fladung, todos sumando excelencias a una realidad con mucho de bruma, pero con mucha fuerza.