El de Rafela, uno de los festivales de teatro más importantes y esperados del país, celebró su mayoría de edad desde el sábado 22 y hasta el domingo 30 de julio.

Qué puede un cuerpo, cuáles son las formas actuales de la representación, de la poesía y del espacio y cómo compartimos historias que puedan tocar los sentidos más que bajar mensajes son apenas algunas de las preguntas que abrió el Festival de Teatro de Rafaela en su 18° edición, que comenzó el sábado 22 de julio.

Desde 2021, una de las apuestas más interesantes del Festival son los Laboratorios de Teatro en los que artistas de Rafaela se reúnen con directores teatrales invitades para producir una obra. Entre las tres producciones 2023, se estrenó Secretos y Manifestaciones, un site-specific dirigido por Juan Parodi que presentó dos funciones, el lunes y el sábado en el Centro Recreativo Metropolitano La Estación. El comienzo es guiado desde afuera por un Conejo Blanco de tacos altos y una mirada que parece seguirte a todas partes desde su cabeza de muñeco. Ya cerca del galpón, otro de los personajes advierte que “quien no haya querido un poco de atención, que arroje la primera piedra”. 

La obra es un recorrido por distintas escenas en simultáneo y en loop, muchas de ellas interactivas y desplegadas a través de las ventanas, convertidas en pantallas de cuerpos reales que se abrían para sumar a una o varias personas a la escena. Entre todas las escenas, unidas por luces azules y rojas en una atmósfera nebulosa, la puesta transforma la experiencia del espacio, de los imaginarios del tren, los andenes y la ciudad, y ensaya formas teatrales con recursos técnicos, escénicos y argumentales mínimos. Reúne 17 intérpretes, muches de 18 años o menos que crecieron a la par del Festival. Algo de ese recorrido se condensó en la experiencia que propusieron a modo de viaje por el tiempo, entre pulsos electrónicos, imágenes y susurros. 

Los fantasmas y los muertos

Antivisita, formas de entrar y salir de la ESMA de Mariana Eva Pérez brindó cuatro funciones en el Archivo Histórico Municipal, uno de los espacios de memoria de Rafaela. Fue la primera experiencia del proyecto, nacido en el Centro Cultural Francisco Paco Urondo (CABA), fuera de la provincia de Buenos Aires. Mariana y Laura Kalauz conducen al público en un recorrido por una ESMA imaginaria, explicando detalles sobre su configuración espacial, los días que la mamá de Mariana y tía de Laura pasó ahí en cautiverio antes de parir al hermano de Mariana y sus propias visitas anteriores. El público las sigue y se va volviendo un grupo en una misión, a medida que se mueve intuitivamente para poder ver bien lo que señalan las “anti guías” que comparten fotos y proyecciones. Con la colaboración de Miguel Algranti hay un momento de ejercicio espiritista. “La propuesta de conectar con nuestros muertos es en serio. Las formas de salir de la ESMA las vamos construyendo, no es verdad que salimos cuando nos vamos de la obra”, dice Mariana.

Antivisita. Formas de entrar y salir de la ESMA en el Archivo Histórico Municipal de Rafaela. Foto: cortesía Festival.

 

Suceden muchas cosas durante la performance, y se abren muchas preguntas. ¿Es una obra, un dispositivo, una experiencia teatral? ¿Quiénes la presenciamos, fuimos público, espectadores, participantes? La Antivisita atraviesa los discursos del testimonio y del mal y propone un ejercicio de memoria en comunidad, una invitación a repensar los espacios de memoria y las configuraciones de la violencia estatal en nuestra historia, hecha de migraciones y omisiones, en el presente de cada persona que sale conmovida, en la ausencia de los cuerpos y en la mirada hacia el futuro, en el contexto de los 40 años de democracia y un horizonte político de ajuste y quita de derechos.

Algo sobre la representación y la muerte tiene también para decir Martín Flores Cárdenas (CABA) en No hay banda, que dio dos funciones en la Escuela Municipal Remo Pignoni. Como desde un costado, en un tono sostenido a medio camino entre el chiste y la emoción, cuenta la muerte de su abuelo y explora los modos de su presencia a través de las escenas de una obra nunca estrenada, que recrea a partir de la lectura del texto, música y visuales. “Mi cuerpo, como mi celular, un día se va a romper”, dice.

No hay banda. Foto: cortesía Festival.

  

Las luchas y los cuerpos

Por el tiempo en que fueron pensadas y ensayadas, la lucha por la legalización del aborto y los aislamientos sociales de la pandemia dejaron su huella en las obras programadas por el Festival. Después de los cuerpos ausentes que invocó la Antivisita, en La sapo de Ignacio Tamagno aparece la hipnótica Eva Bianco como una abuela transhumante entre el recuerdo, los sueños y la realidad. Su nieta (Carolina Saade) la acompaña por un territorio hecho de tierra y ladrillos, munida de tubos de luz led que por momentos son lo único que las alumbra en la oscuridad, mientras reconstruyen la historia familiar.

Eva Bianco y Carolina Saade en La Sapo de Ignacio Tamagno. Foto: cortesía Festival.

En Los cielos de la diabla, la rosarina Vilma Echeverría cuenta la historia de una mujer sola, que lavaba las camisetas del club de sus amores, Independiente. A partir del recuerdo de la formación campeona del –, que su padre le enseñó a memorizar, Echeverría crea el mundo de la diabla, en el que el secarropa esconde en su tambor poderes adivinatorios y la fantasía es posible, aunque el pueblo y los hombres quieran adueñarse de todo, hasta de ella misma.

Los cielos de la Diabla. Foto: cortesía Festival.

“En el año 2007, Chile se conmovió con la historia de Graciela Blas Blas, la pastora de llamas Aymara que fue acusada de asesinato por la desaparición de su hijo de tres años, Domingo Eloy. La obra cuenta los seis años de un proceso legal que convirtió el caso de Gabriela en el proceso judicial más largo de la historia de Chile, volviéndose un ejemplo del abuso de un sistema jurídico que violó los derechos de sus pueblos originarios”, indica la sinopsis de Limítrofe. La pastora del sol del dramaturgo chileno Bosca Cayo, dirigida por Florencia Bendersky. Como en ese poema de Santiago Venturini que cuenta sobre la construcción de una casa alpina en medio en la pampa, el altiplano chileno se hizo presente en La Máscara, una sala de teatro en el medio de la cuenca lechera. 

Limítrofe. La pastora del sol. Foto: cortesía Festival.

Con un montaje que funciona a partir de lo circular y marcadas influencias del teatro boliviano y chileno, la obra es una locura de imágenes, humor y horror que hace saltar los estigmas y estereotipos que pesan sobre los pueblos originarios y las formas de organización popular, en un llamado a la reflexión sobre nuestras identidades latinoamericanas que llega hasta la detención de Milagro Sala. 

También en La Máscara se presentó Gaviota, basada en un cuento clásico de Chéjov y dirigida por Juan Ignacio Fernández. El montaje replicó los ensayos del grupo durante la pandemia, con las cuatro actrices sentadas a una mesa a la que se sumó el público, con paquetes de papitas y botellas de vino abiertas. La intensidad de las emociones corre por cuenta de ellas: Clarisa Korovosky, Marcela Guerty, Paula Fernández MBarak, Pilar Boyle y Romina Padoan.

Para infancias

La representante de la ciudad de Santa Fe en la grilla fue Tiburón XXL de La gorda azul, con dirección de Ulises Bechis y las actuaciones de Julián Bruna, María Soledad Almiron y Elías Alberto. Con un lenguaje clownsesco y títeres y muñecos, entre otros recursos escénicos, la obra es muy divertida gracias a que no subestima a chicos ni a grandes. Ofrece tanto suspenso como absurdo y fantasía, a medida que el retablo se transforma en playa, persecución en helicóptero y el fondo del mar. 

Tiburón XXL. Foto: cortesía Festival.

Entre las propuestas para todo público estuvo también DeSastres de la compañía cordobesa Cirulaxia Contra Ataca, que estuvo a cargo de la apertura oficial. Tres clown-sastres argentinos están en Londres porque tienen que trabajar en un encargo importante, pero se dispersan haciendo payasadas: practicando inglés, interpretando una versión de “la caperucita roja alemana”, haciendo desfiles de moda, saltando la soga, entre otras varias. En una, “Coqueto” bajó a la platea y le pidió prestado a una señora -con look increíble- el saco de piel, mientras le decía que “le van a tirar sangre en la cara, ¡esto no se usa más!”. 

DeSastres de la compañía cordobesa Cirulaxia Contra Ataca abrió el FTR 2023. Foto: cortesía Festival.

Otra de las infantiles fue una puesta de narración y títeres del cuento de Haroldo Conti El vuelo de Basilio, adaptado para la escena por Fedra García quien es también la directora. Entre fragmentos de lectura y narración del texto aparecen los títeres y objetos de Alejandro Bracchi, con las interpretaciones de Flor Sartelli y Miguel Vigna. 

También se presentó Universonoro del Circo Lumiere, de Rosario, una obra con acrobacias, circo y música, llevada adelante por payasos a cargo de un instrumento musical gigante, al estilo de los órganos de las iglesias. El texto incluye preguntas, coladas entre las escenas, sobre el origen de las ideas artísticas y sus procesos y el circo callejero, que quedaron abiertas después de la función, en una ciudad que como muchas es poco amigable con los artistas en los semáforos. 

En total, el Festival reunió 33 obras con muchas funciones gratuitas en 9 días de programación que incluyeron producciones de Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires y Neuquén, además de las rondas de intercambio entre artistas, críticos y periodistas que se sostienen desde la primera edición. El cierre será este domingo a las 19 con el estreno de Un poco más, la producción del Laboratorio Teatro Circo, hasta el próximo festival. 

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