Balaceras y adicciones, pero también resistencias y festejos: el sufrimiento subjetivo en los lugares donde las necesidades sobran y el rol de quienes trabajan en los centros de salud, en primera persona.
Por Lucía Schnidrig (*)
En las últimas semanas, trabajadores implicades de la educación y la salud en Rosario se expresaron públicamente para visibilizar su preocupación por la situación actual de niños, niñas y juventudes.
Les docentes de Amsafe Rosario, marcharon por la muerte de un niño de 11 años baleado y repudiaron el avance de la violencia y la narcocriminalidad que se lleva las vidas de jóvenes y de niños de las escuelas. Trabajadores de salud dirigieron un comunicado a las autoridades donde visibilizan un listado de acciones estatales que vulneran y revictimizan a las niñas, niños y adolescentes en la provincia a los fines de que garanticen efectivamente sus derechos quienes se encuentran a cargo de las políticas públicas de las infancias.
El documento señala explícitamente que existe una dificultosa articulación entre instituciones de Salud y la Dirección Provincial de Promoción de los Derechos de la Niñez, Adolescencia y Familia, Nodo Rosario. Se demoran o desestiman medidas de protección excepcionales, se prolongan internaciones de niños, niñas y jóvenes con medidas de protección, por falta de espacios de alojamiento en centros residenciales y otras cuestiones específicas de las funciones de dicho organismo. Hacia el final, también destacan la creciente violencia territorial y aumento de víctimas niños, niñas y jóvenes por balaceras, además del incremento exponencial de consultas e internaciones por padecimientos socio-subjetivos.
Parafraseando a Fito: “Rosario siempre estuvo cerca” y, la verdad, para quienes trabajamos en atención primaria de la salud en la ciudad de Santa Fe, desde hace algunos años estas y otras problemáticas nos son cotidianas.
En el barrio
Comienzo a trabajar como psicóloga en un Centro de Atención Primaria de la salud del noreste de la ciudad de Santa Fe en el 2016, momento donde las balaceras mataron a un niño, también de 11 años, en las puertas del CAPS. En sus paredes había un mural que recordaba a otro niño de 13 años, desaparecido y asesinado en el barrio. De mis primeras reflexiones en relación a la presentación de informes y articulaciones desde Salud con las áreas de protección de niñez, ubicábamos con les trabajadores qué situaciones de vulneración de derechos había y hay por todo el barrio.
Con jóvenes, las problemáticas ligadas a pérdidas significativas de muertes por violencias llegaron a ocupar el 60% de los motivos de consulta, muchas de ellas demandas construidas con el tiempo, tras una forma de presentación del sufrimiento psíquico “en urgencias” bajo crisis de angustia, autolesiones, intentos de suicidio, compulsiones, crisis por consumo de sustancias, heridas de armas blanca, pérdidas que entran en serie a otras significativas que guardan relación con desamparos psíquicos y sociales primarios.
Recuerdo un joven de 14 años, que me sacó de vuelo cuando fui a visitarlo a su casa para “trabajar su situación de consumo problemático”. Otro día, en la sala de espera del CAPS, esperando que lo curen de una herida de arma, conversando, narró con angustia la muerte de su hermano asesinado, que no hubo justicia, que su familia no pudo hacer nada, que quiere vengarse. “Te pueden matar”, le señalo, “No tengo nada que perder”, me responde. ¿Consumo problemático o alicientes de un dolor psíquico asociado a la impunidad y el desamparo frente al malestar sobrante por el despojo de un proyecto futuro que posibilite avizorar alguna disminución a su malestar?
Con niñeces, ubicamos como motivos de consultas frecuentes inhibiciones en el aprendizaje de la lectoescritura, problemas del lenguaje, abusos sexuales, temores profundos a separarse de sus figuras significativas, a salir de sus casas, estallidos en conductas disruptivas y riesgosas con pares, docentes y ellos mismos, regulaciones fallidas del autoerotismo, entre adultos confundidos, angustiados, atravesados por situaciones de desempleo, violencias y sobrevidas.
Es muy importante que podamos ubicar cuales son las problemáticas de salud mental con las niñeces y juventudes para, primero, trabajar en el resguardo de sus vidas y, luego, en el recupero de su dimensión social y subjetiva. Se vuelve necesario contrarrestar prácticas que tiendan a patologizar y medicalizar las niñeces y las formas de sus sufrimientos en tiempos de constitución de su subjetividad.
El manicomio
Quienes trabajamos en salud pública conocemos que el movimiento de la salud mental tiene sus orígenes en la posguerra, como contrasentido a las lógicas de disciplinamiento social que propone la modernidad a la locura, el manicomio. Desde sus inicios hasta la actualidad, con los aportes de la salud colectiva y reformas desmanicomializantes, se generaron avances importantes en relación a legalizaciones que sostienen que no existe salud mental sin acceso a derechos, ubicando los determinantes sociales de la salud como un aspecto necesario a considerar. A decir verdad, coincidimos con Alicia Stolkiner en que el éxito del movimiento de salud mental sería su desaparición, para incorporarse en prácticas sociales de salud/enfermedad/cuidado que tiendan a la restitución de la dimensión subjetiva y social de les sujetes.
Desde los lineamientos teóricos legales y políticos, nos encontramos en un proceso de transformación de las prácticas en salud mental para ubicar su anclaje en lo territorial, promoviendo la integración de acciones dentro de los criterios de Atención Primaria de Salud Integral y acentuando la importancia de implementar prácticas de prevención y promoción de salud mental comunitaria (Ley Nacional de Salud Mental 26.657). Pero, también con Stolkiner decimos que muchas veces, como lo venimos describiendo, los asentamientos urbanos, son los manicomios de esta época.
¿Cómo trabajar en atención primaria de salud integral, donde se tiende a la universalización de los derechos, en un estado de situación de posderechos? Es decir, la situación hace tiempo es compleja y viene agravándose: nos encontramos en un estado de presencia de derechos en sus aspectos formales (Ley 26.061) pero erosionados por procesos que debilitan su efectivización; subjetividades que se constituyen y atraviesan su cotidianeidad en paisajes donde la crueldad es moneda corriente, la violencia y pobreza, crónicas.
Las instituciones de salud, educación, organizaciones sociales, se encuentran emplazadas en territorios atravesados por catástrofes sociales cotidianas. Silvia Bleichmar nos dice, entre varias otras cosas, que “el carácter de una catástrofe se define por la forma en que, abarcando a vastos sectores de la sociedad, la incidencia traumática de la misma, impone riesgos y efectos en las subjetividades de quienes las padecen.” Nos animamos a decir, entonces, que hay cuestiones ligadas a la marginación profunda, las lógicas patriarcales, neoliberales y el narcotráfico que atraviesan hoy los territorios, que imponen riesgos y efectos en las subjetividades de quienes los habitan. Claro que esto encuentra la forma de singularizarse en cada cual y, con ello, en el entramado de una historia subjetiva, trabajamos les psicologes cuando propiciamos abordajes en escuchas singulares.
Al mismo tiempo, cuando les psicologues salimos a caminar por el barrio con otres trabajadores y vecines, somos testigos y a veces partícipes de procesos de resistencia barriales, de posiciones comunitarias de un hacer entre varios/as, de rincones de cuidados, ternura y arte, de códigos éticos, festejos y juegos, de encuentros felices y emotivos.
Desde allí, del recupero de esta potencia de mujeres, niñeces, jóvenes, varones y disidencias es que creemos profundamente que es urgente un mayor presupuesto en salud, acompañado de encuentros interministeriales reales en los territorios y no en los escritorios, donde se incorporen otros saberes al trabajo territorial de construir salud: trabajadores de la construcción, la bioconstrucción, el arte, la cultura y el deporte no precarizades, para que se fortalezcan y acompañen procesos de organización comunitaria y gestión de condiciones de posibilidad de vida y de un porvenir que no devenga solo una ilusión. Las niñeces y jóvenes se lo merecen. Bah, ¿quién no?
(*) Psicóloga. Trabajadora del Centro de Atención Primaria de la Salud del barrio Las Lomas.