El tradicional ciclo de formación musical pasó nuevamente por las aulas y los escenarios de Santa Fe. Un evento único a nivel mundial que reúne a destacados trombonistas y tubistas de todo el mundo.
De un lado ocho estudiantes, de diversos géneros, edades y procedencias, cada uno con su trombón. Del otro lado, Jason Hausback, profesor de música en la Universidad Estatal de Missouri, Estados Unidos, hace circular una partitura en la que una de las figuras está dibujada levemente distinta a lo habitual, y se pregunta si esa diferencia tiene un sentido o si sólo indica que fue escrita de forma “sloppy” (descuidada). El papel pasa de mano en mano y los alumnos lo observan atentamente; la conclusión es que, intencionada o no, la divergencia es una especie de “permiso” para que el intérprete –valga la redundancia– interprete la música como desee.
La clase es bilingüe y se desarrolla en una de las aulas de la Escuela Provincial de Música nº 5030 de Santa Fe, en el marco de la 22º edición de Trombonanza, un ciclo pionero y único a nivel mundial que ofrece cursos con trombonistas y tubistas de primer nivel y reúne a personas de todas las edades, géneros musicales y niveles provenientes de todas partes del mundo. En 2023 se inscribieron 150 personas para formarse con 23 profesores. Las clases se complementan con una grilla de conciertos y recitales con entrada libre y gratuita y con una serie de concursos para jóvenes solistas, compositores y arregladores.
Este año, Trombonanza dio inicio el domingo 30 de julio con el ensamble de trombones de las universidades estadounidenses de Missouri y Florida y concluyó el sábado 5 de agosto con la presentación de la Santa Fe Jazz Ensamble junto a Jorginho Neto (Brasil), Jemmie Robertson (EE.UU.) y Doug Beavers (EE.UU.) en el Teatro Municipal y de Sonora D’Irse en el Solar de Mayo. En el medio, la ciudad disfrutó de una semana entera de conciertos de primer nivel, con la participación de músicos de Brasil, Colombia, Puerto Rico, Estados Unidos, España, Alemania, Moldavia y Qatar.
Durante siete días, las y los santafesinos vimos pasar por las calles a grupitos de cuatro o cinco personas con sus instrumentos a cuestas, consultando el GPS en su celular para ver adónde se dictaba la siguiente clase, tomando unos lisos o esperando una pizza en Yusepín. En los pasillos de las escuelas, el ruido de la pava eléctrica se mezcla con el rumor de las melodías que llegan desde las aulas, y los trombones, dorados como el sol, brillan más que nunca mientras los alumnos los tocan y hacen mover sus intrincados engranajes con casi tanta paciencia como fervor. Entonces el tiempo parece detenerse, y en ese estado de suspensión se produce el alumbramiento: conocer una nueva técnica, descubrir un sonido o comprender algo que antes no se entendía. Todo eso y más es Trombonanza.
"Trombonanza ha revolucionado el mundo entero”
Rubén Carughi, uno de los creadores y organizadores de Trombonanza, narró más detalles sobre una iniciativa única, que año a año consolida a Santa Fe como uno de los epicentros más importantes de la formación musical en instrumentos de viento en todo el mundo.
—¿Cuándo y cómo surgió Trombonanza?
—Empezó en el 2000 con 14 participantes y un solo profesor de Estados Unidos que estaba viviendo en Chile. Fue algo que gustó mucho, y al año siguiente ya éramos 24 y se sumó otro profesor, que es hoy el primer trombón de la Sinfónica Nacional argentina, y luego se siguieron sumando músicos.
—¿Cómo definirías lo que es Trombonanza?
—Lo primero que hay que decir es que no es un ciclo de conciertos, sino un evento de capacitación, pedagógico. La gente viene a aprender a tocar. Todos los días de la semana, desde las 9 de la mañana hasta las 6 de la tarde, hay clases, ensayos y más clases. Y luego desde las 7 o las 8 hasta las 11 hay conciertos. Es decir que un 70% de Trombonanza son clases. Es un evento educativo para todos los niveles de ejecución: pueden participar una nena de 8 años, alguien que ya se jubiló o el primer trombón de una orquesta importante. También pueden hacerlo desde todos los géneros musicales, ya sea música popular, jazz, ska o lo que sea. Ese concepto ha revolucionado el mundo entero, porque esta idea de hacer todo para todos no existía. Recién ahora, hace como seis u ocho años, empezaron a replicar este formato en Europa y Estados Unidos, donde siempre se hicieron cursos más específicos. La idea acá es incluir a todos, quien quiera tocar que venga.
—Me imagino que no es tan sencillo acceder a la formación en instrumentos como estos; en ese sentido, que exista un evento así de intensivo y extenso debe ser una experiencia alucinante.
—Hay miles de anécdotas. Gente llorando afuera de un aula, emocionada porque donde viven hay sólo dos trombonistas y acá están en un aula con 170 más. La frase de la gran mayoría de los que vienen es "Trombonanza me cambió la vida". Hay un muchacho, el Jere Rivera, que la primera vez que se anotó nos dijo "yo soy payaso y no tengo un mango, ¿puedo participar?". "Bueno, vení igual y te damos una beca", dijimos. Esto habrá sido hace unos ocho años. Hoy el Jere está tocando en China con una orquesta de jazz tradicional de Buenos Aires. Este año tuvimos 40 becados; la inscripción es barata, pero hay gente que no la puede pagar y le damos una beca.
—¿Y cómo salió esta 22º edición? ¿Qué evaluación hacen?
—La verdad que salió todo muy muy bien. Este año se inscribieron 150 personas, desde Nueva York hasta Río Grande, en Tierra del Fuego, y también vino gente Ecuador, Bolivia, Perú, Uruguay, Chile, Brasil, Paraguay. Junto a los 23 profesores, hubo en algún momento más de 170 trombones tocando juntos. La experiencia de ir a un concierto y que tu cuerpo sienta la vibración de 180 pabellones de trombones y tubas es algo absolutamente incomparable. Para los que buscan experiencias únicas, esa es una: no la van a ver en otro lado que no sea acá. Algo notable también es que vinieron 20 trombonistas muy jóvenes de Estados Unidos. Desde Europa y Estados Unidos están viniendo a estudiar y a perfeccionarse en nuestra ciudad. Y los conciertos también, fueron maravillosos. Tocamos la obertura Trombonanza 2023, de Roberto Pintos, música española y centroamericana, salsera, mambo, y obviamente también “Muchachos”; este año tocamos todos con la camiseta argentina, se la pusieron hasta los brasileros. Todos los que vienen opinan que sin duda es el mejor evento del mundo.
—¿Y en relación a los concursos, que son otra parte importante del festival?
—El concierto de Jóvenes Solistas en el Paraninfo fue maravilloso. La piba que ganó el concurso de trombón bajo tiene 20 años; tanto ella como el que ganó el certamen de trombón tenor tuvieron la oportunidad de tocar por primera vez en su vida ese concierto que siempre estudian con piano o una pista con una verdadera orquesta sinfónica, que es la Orquesta Juvenil de la Escuela de Música. Allí nace Trombonanza: en un aula de una escuela pública, laica y gratuita. Y el concurso de compositores permitió que en Argentina, que hace 15 años no tenía ninguna obra escrita para grupo de trombones, al día de hoy tenga más de cien obras escritas, muchas de ellas premiadas, con gente tocándolas por todo el mundo. Pasar de cero a cien no es fácil, esas son las oportunidades que hemos dado.
—¿Participaron niños también?
—Sí, participaron muchos chicos de ocho, nueve, diez años. Y, por ejemplo, en uno de los atriles, tocando junto a ellos, estaba Carlos Ovejero, que es el primer trombón de la Orquesta Sinfónica Nacional. Esos chicos tuvieron una semana de ensayo con él, es impagable. Durante Trombonanza escuchan música que quizás en su casa no escucharon nunca, y les explota la cabeza, porque tocamos música de todos los estilos, con todos los instrumentos, y eso abre la mente.
Después de la entrevista, Rubén me mostró un audio que recibió. “Hola profe, soy Luz y te quiero agradecer”, decía la voz de una nena; “fue una experiencia muy linda y única, ¡el año que viene nos vemos!”. Sonreí y pensé: hay Trombonanza para rato.