Una puesta en escena que combina dos de las obras principales de Shakespeare, por el Grupo de los Diez de Humboldt y con la dramaturgia de Mariano Rey y María Rosa Pfeiffer.
Qué fascinante y hermoso es ir hasta la Sala Tiro Federal de Humboldt y asistir allí, en tan cómoda sala, a la presentación de Sueños en la tempestad, obra escrita por Mariano Rey y María Rosa Pfeiffer, en una cruda noche invernal. Porque allí presenciamos, junto al público que colmaba la sala, a una representación de dos textos capitales en la dramaturgia de William Shakespeare: nada menos que La tempestad y Macbeth, tal vez dos de sus textos más maravillosos. Si agregamos las claras intenciones de un grupo del interior del interior la mesa está servida. Con los mejores manjares.
Podemos ir por parte. O no. Allí están Macbeth y Lady Macbeth. Los dos enfermos por el poder. Junto a ellos, las tres brujas del rey que predicen el oscuro porvenir. Cualquier semejanza con nuestra realidad es una dolorosa circunstancia. Ellas prevén el horror, mientras el rey y la reina saborean sus precarios triunfos. Junto a ellos está Próspero, con carnadura de hombre común, sin la grandilocuencia de su cargo ducal, abatido por la injusticia, dolido por la traición fraternal, déspota con Calibán, pero muy sensible al amor, a la juventud y al perdón. Y todos los otros personajes tan importantes en el entorno de roles tan aguerridos.
El espectáculo tiene esencialmente la poesía de Shakespeare, en una suerte de resumen de sus temas más gloriosos. Los eruditos han agotado los textos de ambas piezas, revisando cada renglón de cada parlamento y hasta cada palabra un busca de un significado único, que darían a estas obras el sentido de una clave de interpretación del mundo, y por lo tanto, del pensamiento del autor. Rey y Pfeiffer agregan a esa totalidad el juego, con lo que el espectador sale ganando. Poco importan aquellas búsquedas frente a la deslumbrante realidad de su misteriosa belleza, de su radiante condición de entretenimiento con un doble fondo. Los autores son aquí los prestidigitadores que muestran al público toda la magia y el horror; cada cual puede interpretarlo a su gusto.
Tal vez la única precisión es la el tiempo. En la obra, los autores manejan muy bien la temporalidad y todo va sucediendo armoniosamente. Cabe consignar que, en realidad, por ser una de sus últimas obras es casi un testimonio literario donde el autor original sintetiza algunas líneas temáticas que develaron su sueño creativo. En La tempestad, por ejemplo, está la ambición por el poder tal cual se plantea en Macbeth o el cultivo del amor entre dos jóvenes de familias rivales y ricas, situación similar a la de Romeo y Julieta, aunque con un desenlace feliz.
Desde la dirección general y la puesta, Mariano Rey sabe dirigir como nadie a un elenco numeroso y variado, por las vías de la sobriedad y la concentración. Obtiene los mejores resultados de Ana Mulé, Andrea Bertold, Belén Kr[ohling, Berenice Nagel, Fabiana Beccaría, Gerardo Meyer, Guillermina Volken, Leonardo Burgos, Marcela Girolimeto, María Rosa Gatti, Marta Fux, Mauro Machin, Nerina Caramuto y Santiago Garoni, todos con indisimulable entrega. En la técnica de Tiro Federal sobresalen los trabajos de Santiago Nicolau, Alejandra Oggier y Rubén Fladung; la realización de vestuario es de Marisa Infantino; el diseño de vestuario, escenografía y armado de máscaras de Gerardo Meyer y edición de banda sonora de Sebastián Romero.
Darle vida a esta historia contada como un rico texto de manos de unos cómicos de la lengua es mérito del director y de los autores. Los personajes están ceñidos a una concepción teatral de la vida, lo que no vale a mentirse sino a conocer los límites, al menos, de esa verdad. Otro punto alto del Grupo de los Diez de Humboldt.