Milei respira en la nuca del sillón de Rivadavia. Faltan probablemente dos elecciones aún, pero ya nos comenzamos a indagar sobre posibles escenarios y, sobre todo, qué nos puede salvar del libertario.
Las primarias abiertas nacionales convulsionaron el escenario político (y económico) al haber puesto de forma tangible lo que ya se evidenciaba en la charla cotidiana ya sea en la calle o en las redes: el gran apoyo al libertario Javier Milei.
Si bien nadie puede sobreactuar sorpresa frente al resultado ya que Cristina Fernández de Kirchner anticipó en televisión la “elección de tercios”, no deja de ser llamativo que un candidato sin estructura, sin trayectoria en gestión política (salvo una brevísima carrera legislativa) y con un discurso anti status quo logre ser la opción más votada.
La mera posibilidad de que el candidato libertario resulte victorioso aterra o, en el mejor de los casos en quienes no se encuentran muy distanciados de su pensamiento, inquieta sobre el futuro de nuestra democracia.
Esto tiene que ver con que las opciones más radicalizadas no siempre garantizan un correcto funcionamiento institucional, sino más bien una erosión de las instituciones y un riesgo de adquirir rasgos autocráticos.
Sin embargo, ya sea que un potencial mandato de Javier Milei pueda llegar a durar tres meses o cuatro años, hay elementos sistémicos de nuestro diseño institucional que pueden complicar su supervivencia al frente del país. Sí, nos puede salvar nuestro sistema presidencialista.
El diseño institucional
Si los resultados se repitieran en las generales, el Congreso representaría una gran fragmentación partidaria de partidos y alianzas. Ninguna coalición o partido lograría una mayoría propia. Y tal como señala el académico español Juan Linz, si la mayoría de legisladores favorecen a políticas diferentes a las del presidente, puede surgir un conflicto dramático entre el Congreso y el Ejecutivo. Es decir, Milei se enfrentaría a un escenario de gran inestabilidad y tensión política.
Como comenta Linz, los presidencialismos están usualmente diseñados con una contradicción intrínseca: un Ejecutivo fuerte y estable, y una sospecha constante contra el mismo. Por esta razón, el presidencialismo está apoyado en un sistema de controles y equilibrios para evitar un “juego de suma cero” en la competencia electoral. Es decir, que Milei no se llevará todo con la victoria.
No obstante, como señalan los politólogos Scott Mainwaring y Matthew Shugart, una de las dimensiones más importantes del diseño institucional presidencialista es el debilitamiento de los poderes legislativos del presidente. En este sentido, las reformas que intenta plantear Milei serían inconsistentes, ya que, si bien puede decidir gobernar “por decreto”, siempre existe la instancia de revisar dichas decisiones por medios legislativos (y judiciales).
Pero, volviendo al principio, la mayor preocupación está en la fragmentación en el Poder Legislativo. La única chance de éxito para Milei sería formar una coalición. Y si bien Mauricio Macri coquetea con la idea de un acercamiento de Juntos por el Cambio al liderazgo del libertario, no solamente Milei lo rechazó de plano, sino que también la candidata Patricia Bullrich.
Cabe destacar que en los presidencialismos las coaliciones están desestimadas políticamente, en especial las ex post. En los sistemas presidencialistas, las coaliciones se crean antes de la elección y no comprometen a las partes más allá de la elección, ya que el presidente no es resultado de acuerdos post-electorales.
Por lo tanto, ¿cuáles son los incentivos para coaligarse a una opción ganadora que se encuentra en minoría? ¿No sería más conveniente para JxC, que se encuentra más cercano al espectro de las derechas, que el candidato más radicalizado fracasara, llevándose los costos del descrédito y plantearse como receta alternativa?
Y si Milei resultara exitoso, ¿cuáles serían los incentivos para subordinar el liderazgo de una coalición centrada en PRO al de un neófito de la política? Porque recordemos que Juntos por el Cambio no solamente tuvo elecciones exitosas en varias gobernaciones de las provincias, sino que también podría constituirse en la primera minoría de la Cámara de Diputados de la Nación tras las elecciones generales a nivel nacional, además de un gran poder en el Senado.
De la misma manera habría que preguntarse cuáles serían los costos que significarían para Javier Milei coaligarse con la “casta” de JxC. Hasta ahora sus acuerdos fueron a retazos y con figuras de la vieja política con poco éxito electoral en las provincias.
A pesar de estos escenarios imaginables, la mejor decisión para JxC sería no dotar de apoyo a la candidatura del dirigente libertario, pero no porque no pueda ser beneficioso para la coalición opositora, sino que sería saludable para nuestras instituciones democráticas.
Las democracias en jaque
"Cómo mueren las democracias" es un libro de Daniel Ziblatt y Steven Levitsky publicado en 2018 que nos puede servir para pensar nuestro futuro próximo. Paradójicamente, es un libro bastante citado por el expresidente Mauricio Macri, que ante este escenario debería pegarle una releída en serio.
El título resulta bastante esclarecedor de la propuesta teórica y vasta en ejemplos que propusieron recorrer ambos reconocidos politólogos. En concreto, el libro aborda como situación problemática el ascenso de Donald Trump y sus consecuencias para la democracia estadounidense.
Según los autores, las dos normas sobre las que se sustenta el régimen democrático de Estados Unidos son la tolerancia mutua y la contención institucional, que funcionan como dos principios procedimentales de cómo los políticos deben comportarse para que las instituciones funcionen más allá de la ley.
Sin embargo, la mayor enseñanza está en la dinámica que despiertan estos líderes radicalizados como Trump o Milei: la intención del resto de los partidos políticos de combatir la lucha por el poder de estos actores políticos con herramientas que tensionan las instituciones. En general, estos procesos tienden a reforzar la posición de los autócratas y espantar a los votantes moderados, dicen Ziblatt y Levitsky. Las tácticas duras generan condiciones propicias para deteriorar aún más la democracia.
Entonces, ¿cuál es la estrategia? Ese tal “Pacto de la Moncloa” que se espera del sistema político argentino. La posibilidad de una gran coalición y una base de acuerdo entre los distintos espacios políticos en cuáles son las conquistas irrenunciables de nuestra democracia y los riesgos que implican los líderes radicalizados.
Sin embargo, ¿es posible durante un proceso electoral? O incluso, ¿es posible cuando hay quienes guardan la esperanza de intentar capitalizar “el tercio” libertario? Aún resta terminar de comprender en algunos sectores que Milei es un riesgo, no una oportunidad.
Pareciera que estamos lejos de que un sector del arco político comprenda cuáles son los riesgos para la democracia de una posible presidencia de Javier Milei y deje de verlo como un potencial aliado. Así como la dinámica polarizante entre Unión por la Patria, Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza también juega en contra, porque es un juego de suma cero y todo indica que, en este contexto actual, quien no polariza, pierde.
Al mismo tiempo, esta gran coalición de la que hablan Ziblatt y Levitsky también comprende a otros grupos de la sociedad civil. Por ejemplo, podríamos pensar en las universidades, que son destinatarias concretas de la “motosierra” del líder libertario. Hasta ahora los pronunciamientos han sido fragmentados y con cierta “prudencia”.
En síntesis, si el acuerdo transversal no llega, no olvidemos: nos puede salvar el presidencialismo. ¿Pero a qué costo? Porque el costo de una gran inestabilidad política en el corto plazo no lo paga La Libertad Avanza, lo paga el sistema en su conjunto.