“El silencio de los hombres” es un documental que, a partir del testimonio de varones cis, gay y trans de distintas edades, procedencias y ocupaciones, indaga sobre el peso de los mandatos de la masculinidad, sus miedos y la imposibilidad de verbalizarlos. Hablamos con Lucía Lubarsky, la directora que este jueves estará en la proyección en el Cine América.
“Hablen entre ustedes” es algo que desde los feminismos les venimos diciendo/pidiendo a los varones cuando en estos años nos interpelan sobre “su lugar” en las discusiones, los debates y las luchas que mujeres, lesbianas, trans, travas, venimos motorizando. Hablen, charlen, problematicen, rompan el pacto machista.
Con un poco de ayuda, porque la directora es una mujer, eso hacen los varones protagonistas de “El silencio de los hombres”. El documental de la directora, productora y poeta Lucía Lubarsky, que este jueves a las 22.30 se proyectará en el Cine América, es un espacio de escucha, de intento por romper esos silencios que históricamente han moldeado las masculinidades hegemónicas, las formas de ser varón, dando espacio a la reflexión sobre el peso de esos mandatos, los miedos, la expectativas de cada entrevistado.
El filme comienza con unos viejos VHS de la infancia de Lubarsky en el campo cordobés de su familia, donde ella creció. Allí también creció su hermano, el único hijo varón, el “heredero” de esa vida de campo que venía pasando de generación en generación… de varones. Su hermano y su padre son parte del documental, que luego se abre a otros hombres desconocidos.
En diálogo con Pausa, la directora nos cuenta de qué búsqueda propia surgió la idea de darle la voz a estos varones para que hablen, reflexionen y piensen sobre sus prácticas. “Creo que es algo que surge, por un lado, de una inquietud personal, pero de alguna manera también es grupal y colectiva”, explica Lubarsky. “Me encontré muchas veces preguntándome, no sola sino junto con amigas, con compañeras, con colegas, cuando compartíamos situaciones vividas, descubrimientos, explorando otros códigos sexoafectivos y, obviamente, transformando un entorno social, laboral, donde buscábamos más igualdad en términos de género, que eso muchas veces nos alejaba o los varones se alejaban de nosotras, como en una idea de no las entendemos, no sabemos cómo vincularnos, ya no entendemos cuáles son los parámetros de los vínculos, los códigos de los vínculos. Entonces muchas veces me pregunté: pero a ellos qué les pasa, qué sienten, se sienten cómodos con cómo estaban las cosas antes, se sienten amenazados, no tienen inseguridades, no quieren cambiar cosas, no les inquieta o les interesa algo de este movimiento”.
Los feminismos nos llenan de preguntas y replanteos a las mujeres y diversidad. Nos hacen tomar conciencia de las desigualdades, de las violencias, pero también nos muestran -no sin pocas dudas y miedos- caminos de salida, de lucha, de empoderamiento individual y colectivo. Para la directora “todos estos movimientos por estar buscando una sociedad más justa después operan no sólo en términos sociales sino en las prácticas cotidianas, en el cuerpo, en los encuentros sexuales. Esto a las mujeres y a las disidencias nos permitió replantearnos cuestiones para construir también otros horizontes posibles y muchas veces me pregunté qué otros horizontes están construyendo los hombres, qué cosas se están preguntando y, una vez que se las preguntan, qué cosas pueden compartir con otros, tienen miedos, tienen inseguridades, hay algo de su deseo que se haya actualizado o se haya movido o desplazado. Me encontré mucho con varones que no tenían una práctica de la conversación, del diálogo, de poder compartir aquello que les pasaba y nosotras lo vivimos poniendo sobre la mesa circular, lo asambleizamos por necesidad y por práctica y porque entendemos que es algo constructivo finalmente, aunque muchas veces sea incómodo”.
- Desde algunos feminismos todavía hay ciertos reparos con esto de "darle la voz" a los varones, porque históricamente la han tenido. ¿Por qué te pareció importante o interesante hacerlo?
- Creo que hubo todo un movimiento desde los feminismos en el que tuvimos que desmarcarnos de ciertas prácticas, evidenciar algunas cuestiones que nos sometían, que nos violentaban, que nos oprimían. Tuvimos que escrachar a personas, a instituciones, para decir esto no lo bancamos más, esto no lo podemos seguir soportando, esto nos está matando. Y durante muchísimo tiempo la urgencia y la necesidad fue pensar nuestros lugares, conquistar esos espacios hacia afuera, poner un freno a las violencias, y eso implicó señalar a una sociedad patriarcal que estaba representada en el macho. Pero una vez que pudimos ir avanzando en las discusiones, complejizando el entramado social, creo que empezamos a ver que las masculinidades son una problemática que de alguna manera nos toca o es interesante que desde los recursos feministas podamos aportar a desarticular ciertas prácticas machistas enquistadas en las masculinidades. Desjerarquizar ciertos estereotipos de género que también atraviesan a las masculinidades y que justamente esas jerarquías y esas masculinidades normativas son las que siguen replicando esas violencias entre los varones y hacia las mujeres y disidencias. Con lo cual creo que desde los feminismos tenemos muchísimo para aportar en esto de cuestionar esas prácticas y contribuir a construir progresivamente otras, por lo menos a ponerlas en cuestionamiento y a ver en dónde están enquistadas, en qué micro prácticas se siguen reproduciendo. Entonces me parecía que era interesante el desafío y la incomodidad de atravesarla, hubo mucho miedo también, pero creo que valió la pena.
De CFK al todo
Una de las escenas quizás más reveladoras del documental es la de un asado entre un grupo de varones. Mientras se prende la parrilla y se arma la picada, se escucha a uno de los comensales decir que odia a Cristina Fernández de Kirchner. Uno de sus amigos lo interpela sobre ese sentimiento y finalmente, luego de una serie de intentos de argumentación, el primero termina confesando: “No me gusta que una mujer me mande”.
Todas las charlas que vienen después hacen pensar en un olvido, por parte del grupo de amigos, de que una cámara y un micrófono los están tomando. Hay machismo sin filtro, sin maquillajes. También intentos por frenar eso o al menos hacer reflexionar sobre algunas barbaridades que se dicen.
Sobre esa escena, Lubarsky le cuenta a Pausa: “Ese encuentro siempre genera mucho revuelo en los y las espectadoras. Y lo primero que me gustaría decir es que creo que muchas y muchos de nosotros vivimos esas escenas, fuimos cómplices en situaciones de testimonios que de alguna manera perpetuaban violencias o cosificaciones. Y hay algo que creo que surge ahí que tiene que ver con un imaginario colectivo y social que está enteramente vigente en la sociedad. Es como una especie de célula representativa de todo un espectro social y de todo un imaginario vinculado con lo masculino, con las conversaciones dentro de lo masculino y con la mirada de lo masculino respecto de las mujeres. Hay un montón de lugares comunes en esas charlas, pero también hay diferencias entre las personas que están ahí. No es un asado homogéneo, uniforme, se cuestionan a sí mismos. Hay personas que están ubicadas en ciertos lugares que están generando sutilmente un agrietamiento, que están cuestionando a un otro, haciéndolo pensar o discutiéndolo. Después también hay un montón de complicidades, por supuesto”.
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Respecto de cómo fue filmada esa escena, para lograr ese grado de intimidad y cierto borramiento de la conciencia de la cámara y de las mujeres trabajando detrás de esas cámaras, la directora explica: “Había una sonidista mujer y un camarógrafo varón. Y nosotras, yo que soy la directora, con las productoras, fuimos las que de alguna manera hicimos de anfitrionas de toda esa situación. Y una vez que el asado empezó a funcionar y empezaron a conversar, lo que hicimos fue salir del eje de la mirada de ellos. Pero sin embargo, la sonista que estaba registrando, estaba totalmente cerca. Yo lo que creo es que se generó una burbuja, donde ellos en un momento hicieron un proceso de abstracción en el que se olvidaron que estábamos ahí. Y después, en muchos, quizás una falta de registro de lo que podía llegar a suceder con cómo nosotras podíamos alojar y recibir ciertos comentarios que se daban ahí. Una falta de registro de entender que ciertas prácticas o ciertos modos de decir, de nombrar, pueden ser violentos, por ejemplo. Creo que no había un registro de que eso podía molestarnos, incomodarnos o violentarnos en muchos de esos testimonios. Y en otros sí, en otros de esos varones sí.
- ¿Qué intuiciones sobre esos "silencios de los hombres" confirmaste y qué te encontraste que te sorprendió?
- Voy a responder haciendo trampa. Una de las cosas que más me sorprendieron fue el hecho de que quisieran hablar. Muchas veces me encontré preguntándome mientras filmaba, ¿por qué hablan? ¿Por qué me cuentan esto? ¿Por qué varones absolutamente anónimos y yo desconocida para ellos se animan a hablar de esto? ¿Qué hay de esto que les haga bien o que necesiten? Y entendí que muchos necesitaban hablar, necesitaban a alguien que los escuche, poder compartir cosas que les pasaban. Era aliviador para ellos hacerlo. Eso me sorprendió mucho. Después también me sorprendió la reiteración vinculada con el tema de la competencia. Lo tenía como una idea, pero me sorprendió que fuera algo tan reiterado en cada uno de ellos y tan claro. Hablo de esta cuestión de que no se puede bajar la guardia porque están todo el tiempo midiéndose en muchos aspectos. Si hubiera una escala de esta masculinidad, el puntaje aumenta mientras menos bajamos la guardia, mientras más enteros estamos, mientras menos nos quebramos, mientras más sabemos, mientras más ganamos, mientras más cogemos. Entonces hay algo de esa especie de puntaje que realmente lo identifiqué como algo muy opresor, que muchos de ellos lo mencionaban como un peso enorme, que no podían dejar de sostener, pero que identificaban que les pesaba enormemente. Después vi una dificultad muy grande para poder hablar de las sexualidades en términos más amplios, más honestos, menos exitosos y de vincularse con sus cuerpos de una manera más suave también. Y algunas cuestiones vinculadas con la dificultad de acercarse, no solo físicamente, sino emocionalmente a otros varones, a sus padres específicamente. Eso me pareció interesante, como esa relación como germinal que se construye con un padre de mucha distancia, de muy poca palabra, que de alguna manera va forjando esta construcción de la masculinidad. Ese primer espejo, ese primer vínculo donde se socializa un hombre con un hombre con muchísima distancia.
- ¿Qué devoluciones tuviste del documental entre los varones que fueron parte y entre otros que lo vieron? ¿Qué fue lo que más los interpeló?
- Por suerte se sintieron representados por la película y pasaron también ellos de tener bastante miedo de verse y pensar por qué decidí estar en un documental y abrir mi vida y mostrarme, a casi militar la película. Terminamos yendo juntos a entrevistas, hicieron notas para la radio, como que empezaron a vivir su participación en la película como una posible práctica militante. Eso me pareció muy interesante e inesperado, porque muchos de ellos muestran y comparten, abren situaciones bastante jugadas de sí mismos, de su vida íntima o de sus amigos. Respecto de los varones, llegaron muchísimos comentarios, nos escriben por Instagram, nos comparten parte de sus vidas. A muchos les hace reflexionar en sus vínculos con sus hijos o con sus padres, o nos cuentan que quieren ir a compartirla con familiares o verla con amigos. A mí eso me interesa mucho. Como decía uno de los protagonistas, la película los pone a dialogar como en un foro, en un foro donde hay varones hablando y escuchándose, y algo de eso traspasa la pantalla y la gente se queda después de la película debatiendo, hablando. Si la película puede ser un catalizador de algo de esto y movilizar, revolver un poco, ser una invitación a desarmar la trama ajustada, para mí ya es como un territorio ganado.