El peronismo dio el gran golpe y el próximo presidente se definirá en segunda vuelta. La militancia palpitó minuto a minuto los vaivenes de una jornada histórica. Un recorrido por los búnkers de Unión por la Patria, La Libertad Avanza y Juntos por el Cambio en Buenos Aires.
Son las seis de la tarde y en Buenos Aires se respira una tensa calma. Las calles están semivacías y el cielo está gris desde temprano; amagó lluvia todo el día, pero no fue más que una promesa. En las más de 60 mil escuelas que pueblan el territorio nacional las puertas ya se cerraron, y comienza la mágica y tantas veces terrible coreografía del escrutinio. En los celulares arrecian los bocas de urna, todos igual de inverosímiles: las últimas elecciones fueron tan sorpresivas que ya nadie le cree a ninguna encuesta, pero la ansiedad es tanta que no podemos dejar de consumirlas. Es probablemente la votación más importante de la historia argentina. Por primera vez en cuarenta años, un candidato que cuestiona las bases mismas del sistema democrático (y cuya compañera de fórmula reivindica explícitamente el genocidio) tiene chances reales de ganar en primera vuelta.
El búnker de Sergio Massa está ubicado en el Complejo C Art Media, en el barrio de Chacarita. Todavía es temprano, pero ya hay mucha gente en las afueras del lugar. Un montón de banderas argentinas, junto con otras de La Cámpora, del Movimiento Evita, de Barrios de Pie y muchísima presencia de la UOCRA. Los bombos y las trompetas ya le ponen calor al ambiente; “Sergio Massa presidente”, se puede leer en los parches. Los choripaneros ya trabajan con fervor. Aún no hay demasiadas certezas acerca de los resultados, pero un leve optimismo recorre el lugar. “Ojalá que la gente no vote al fascismo”, desea una mujer que asistió al lugar con su perro. Felipe tiene 36 años, es de Barracas y trabaja en la construcción; “Los otros candidatos nunca dijeron qué proyecto tienen para la Argentina, no tienen ningún proyecto”, dice, y añade que “gracias a Massa la obra pública va a seguir adelante”.
Aún sin resultados certeros, pongo rumbo hacia el búnker de Javier Milei, en el Hotel Libertador, en Retiro. Quien me lleva es un conductor de Uber venezolano, que me saca charla sobre el dólar y afirma que en noviembre se va a ir a 2000. Contra mi pronóstico, tiene una visión más bien moderada del asunto, y le reconoce a Massa “que le dio tranquilidad a los mercados”. Lo que más le sorprendió, dice, fue la salida de Guzmán. “En Venezuela un ministro no renuncia, menos de economía”, señala. Yo le respondo que acá estamos acostumbrados, y que lo extraño sería que un ministro de Economía aguante cuatro años.
El búnker libertario también está bastante concurrido, aunque no tanto como el de Massa. A simple vista, si bien hay bastantes pibes, el grueso del público es más o menos treintañero. Empiezo a recorrer el lugar y rápidamente van apareciendo en mi camino las imágenes lisérgicas con las que esperaba encontrarme. Un transformer amarillo gigante baila al ritmo de los bombos. Un pelado que probablemente haya sido un servicio de inteligencia sostiene un cartel que reza: “Los hombres tenemos derechos. Basta de falsas denuncias. No juzguen con perspectiva de género”. A pocos pasos, una pareja posa para la foto: ella tiene una peluca roja y él tiene una máscara de motosierra y otra motosierra (de juguete) en la mano. La pelirroja sonríe y mira alrededor ingenuamente, como si hubiera ido simplemente a pasar un buen rato. Se llama Evelyn, tiene 23 años y vino “primero para acompañarlo a él” (a la motosierra humana) “y después, si bien no soy militante ni fan de los políticos, porque quiero tener un poquito de fe”. “Los anteriores gobiernos tuvieron sus oportunidades y no se manejaron tan bien, así que vamos a ver qué onda con este, si hace las cosas bien vamos a seguirlo”, agrega.
A esta altura, si bien todavía no hay datos oficiales, el clima es de cierta desazón, y las caras largas a mi alrededor me hacen sospechar que los números no son alentadores para La Libertad Avanza. Sigo hablando con la gente. Ana dice que “hace mucho que tenemos que cambiar muchas cosas”, y cuando le pregunto qué cosas me responde que principalmente “la educación”. “Nos llevaron a la cochina miseria, a la decadencia, es un país donde antes comías súper bien y hoy comés polenta”, afirma, y asevera que “el robo era inminente, ya se sabía que le iban a robar la elección”. A mis espaldas escucho una ovación. Es Ramiro Marra, que salió a saludar a la gente subido a los hombros de un seguidor. Luego se baja y aparece Victoria Villarruel, que agita su mano con una sonrisa y recibe el cariño de la gente. “La casta tiene miedo”, cantan. Pero el fervor se disipa pronto. Los que tocan los bombos y las trompetas empiezan a emprender la retirada, pero a mitad de cuadra se ve que algo los hace cambiar de opinión, y dan marcha atrás. A un costado, el transformer se está sacando el traje. El proceso lleva un tiempo, porque son varias piezas; la imagen es casi un sinónimo de la palabra derrota. Continúo mi periplo, que confirma todos y cada uno de los prejuicios con los que había llegado al lugar. Joaquín tiene 22 años y vino “porque es Milei o Ezeiza, Milei es el último bastión de la Argentina”. Extiende su mano para mostrar unos dólares falsos que trajo con las caras de Milei y Villarruel: “Esta va a ser la moneda que va a circular a partir del 10 de diciembre”, predice.
Daniel tiene 32 años y está de acuerdo con la mayoría de las propuestas de La Libertad Avanza; “y las que no estoy de acuerdo previamente van a tener que pasar por el Congreso, así que no creo que nada disparatado de lo que dijeron vaya a pasar”. Es algo que no deja de sorprenderme. Hace ocho años, Macri hizo campaña prometiendo que no iba a cambiar las cosas que estaban bien, y la gente lo votó porque le creyó. Ahora se da el proceso inverso: Milei promete cambiar casi todo y la gente lo vota porque no le cree. “Se hizo mucha campaña del miedo”, continúa Daniel: “Enel imaginario de la gente Milei propone venta de armas libre, que ya existe, y venta de órganos, que es algo totalmente ilógico, porque de última, ponele que manda una ley para vender órganos: primero tiene que pasar por el Congreso, así que no va a salir”. Intento seguir con las entrevistas, pero la mitad de las personas que encaro me responden que son chilenas, venezolanas o brasileñas y no quieren hablar. En el corazón de la multitud, el cántico cambió: ahora en lugar de “la casta tiene miedo” cantan “Massa tiene miedo”. Miro el celular. Ya están los primeros resultados oficiales: el peronismo está primero con más de cinco puntos de ventaja.
El siguiente conductor de Uber, que me lleva al búnker de Patricia Bullrich, es peruano, y me confiesa que “votó a los tres”: “Milei me dolariza, Massa me está regalando plata y Bullrich me da seguridad. Por eso los voté a los tres”. No entiendo si está siendo metafórico o si literalmente puso las tres boletas en el mismo sobre, pero por las dudas no digo nada. El centro de cómputos de Juntos por el Cambio está en la Costanera, a unas cuadras del Monumental; pero, a diferencia de los otros dos, no hay militancia reunida en las afueras del salón. Tampoco tendrían ningún lugar para ubicarse, ya que el búnker está en plena Avenida Lugones, y el tránsito ni siquiera está cortado. No tengo acreditación, así que me quedo en la puerta mientras algunos grupos de personas ya abandonan el lugar, cabizbajos. Me acerco a un grupito de jóvenes que están sentados en el cordón, con la cabeza en la palma de la mano, y les pregunto a quién van a votar en el ballotage. “Pienso hacer cualquier cosa para que Milei no sea presidente, si eso es votar a Massa, tendré que votar a Massa”, me responde una. “Para mí la opción más viable era Patricia, prefiero votar en blanco”, dice otra. “Yo también prefiero votar en blanco, pero igual, si tuviera que elegir entre los dos, elegiría a Massa”, considera el tercero. Después me cuentan que originalmente habían militado a Larreta. En cambio, otra chica me responde: “Ahora no quiero saber nada con ninguno, pero a último momento lo voto a Milei, nunca un voto al kirchnerismo”. Las otras dos que la acompañan me dicen que impugnarían el voto.
En vistas de que no hay mucho movimiento, vuelvo adonde todo empezó: al búnker de Massa. En el camino pienso, asombrado, en lo notorias que son las diferencias estéticas y espirituales de cada uno de los búnkers. El de Massa es peronismo puro. Probablemente la mayoría de los lectores sabrá de qué estoy hablando: mucha militancia, mucha juventud, mucho sindicato, camisetas de fútbol, gente grande con remera de las Madres, pelos de colores, humo, bombos, banderas y tatuajes. El de Milei es esa extraña mezcla, todavía en ebullición, que aun no dilucidamos del todo, conformada en partes iguales por adolescentes, otakus, extranjeros, algún que otro rubio, personas con problemas de socialización, y allá al fondo, de brazos cruzados y un poco ocultos, milicos retirados y seguramente algún que otro genocida. Finalmente, la composición del búnker de Bullrich es sencilla: el 75% tiene más de 60 años y el 25% restante son jóvenes con la mayor pinta de chetos y católicos que vi en mi vida. Las diferencias son clarísimas, y se respiran casi inmediatamente.
Cuando llego a la esquina de Corrientes y Dorrego ya hay una multitud, y es todo algarabía. Madres que abrazan a sus hijos, parejas que se besan, amigues que se abrazan en manada. Milei habla desde el televisor de una pizzería, y desde afuera sus gritos silenciosos y su ceño fruncido se vuelven una mímica patética, casi caricaturesca. La gente que pasa comenta los resultados asombrada y cada tanto alguien suspira y mira al cielo, como en una plegaria. “De la nada a la gloria me voy”, cantó el Indio Solari: nadie esperaba una victoria tan holgada, y la gente parece haber recuperado la fe luego de una larga agonía.
Sobre el final de la noche, Massa sale a festejar con la gente junto a la plana mayor del peronismo: además de él, Kicillof y Wado de Pedro son los más aclamados por la multitud. “Gracias con todo mi corazón, fueron un combustible; cuando empezaba cada día sentía en el abrazo, en la caricia, en el aliento de cada uno de ustedes y otros miles y miles que no están acá, que podíamos encarar este sueño”, dice el ganador de las generales. “Ponga huevo, huevo Sergio Massa, ponga huevo, huevo sin cesar, que en noviembre cueste lo que cueste, en noviembre tenemos que ganar”, responde la gente. “Desde mañana, el doble de humildad: frente a los que nos atacan, nos agreden y nos insultan ponemos la otra mejilla, frente al odio, amor por Argentina”, pide Massa a la multitud, que responde con un sencillo y poderoso mensaje: “Patria sí, colonia no”. Es una de esas noches eternas que una y otra vez le regala el peronismo a una militancia que comprendió la magnitud del momento histórico y se volvió un solo pie, un solo puño, una sola voz, para dar vuelta, voto a voto, una elección complicadísima. Noviembre será largo y demandará nuevos y heroicos esfuerzos, pero la energía ahora es otra, y “Unión por la Patria” reveló ser mucho más que un lema: es, hoy más que nunca, lo que este suelo bendito demanda.