La Plapla de Montag

fahrenhei451

Aula de tercer año, leemos Fahrenheit 451. A los chicos les encanta, les gusta mucho el personaje, y a mí también. Nos gustan mucho sus contradicciones, nos identificamos a cada rato con sus dudas y cuestionamientos sobre los libros. Les cuento a ellos que Bradbury cuenta, que él no escribe la novela sino que la novela lo escribe a él, un día que se asoma a espiar por la puerta entreabierta del sótano de su edificio, allí donde iban a parar artefactos, carpetas y libros en desuso. Ve una máquina de escribir, averigua por cuánto puede rentar ese espacio y empieza a escribir. En un lugar donde todo parece desmoronarse, inclusive su propio presente, allí en los cimientos mismos de la civilización (EEUU, años ’50). Es uno de los mitos: en un sótano y a razón de veinte minutos por día, para escapar del bullicio de sus hijas pequeñas, de la tiranía del acontecimiento ligado a otro acontecimiento que hacen una jornada completa y reglada en horas de un ser humano, escribe en nueve días la historia de Montag, el bombero quemalibros.

Los chicos en el aula no pueden creerlo. Pero les digo: este año, ustedes y yo, llevamos leídas más de 150 páginas ¿lo hubieran creído en marzo? No, dicen. El programa de tercero en secundaria tiene obras clásicas y novelas modernas, obras que debe leer un habitante de este planeta mientras exista la educación pública. Con los de tercero aprendimos a amar a Montag: un personaje que duda y arremete con desazón y maravilla la sinrazón (primero aceptada, luego sospechada y finalmente hecha presente en sí, tomada para vivir, para ser, para decidir) del mundo que lo rodea. De igual modo nos pasa a mis alumnos y a mí cuando leemos: es más real la lectura en voz alta que circula y se interrumpe y se comenta y se pregunta (mientras pensamos qué haríamos en lugar de Montag) que el escroleo de la realidad (eso líquido de Bauman, ahora tan pegajoso).

Dice Bradbury: a los doce años aprendí que hay personajes que desaparecen. No era censura. Tenía que ver con los gustos y las costumbres. No era el gobierno. Eran los bibliotecarios que olían esos libros y decían: "¡No son lo suficientemente buenos!". Así que el origen de Fahrenheit se remonta a cuando tenía doce años y corría a las bibliotecas a buscar a mis amigos desaparecidos. * Pienso: ¿es nuestro amigo Guy Montag? ¿Sería mi amigo en la vida real? ¿Podría querer a Montag aunque no fuera mi amigo? ¿Soy Guy Montag? ¿Podemos desaparecer como desaparece un libro? La novela termina con el descubrimiento del personaje de que los libros se dicen, en lugar de ser leídos, o que ésa es una manera de leer también: contarlos. Se cuentan a otros, se reproducen adentro de las personas, en el soporte humano.

Yo no sé si se conocieron Bradbury y María Elena Walsh pero tienen los mismos ojos, busquen videos y compárenlos. Hay personas que nacen y vuelven a nacer y se reencuentran a lo largo del tiempo. Estos dos nacieron en la misma época y seguramente se leyeron entre sí. Cito nuevamente a Bradbury 2004: Cada vez que doy una conferencia digo que el principal problema de nuestra civilización no es la guerra contra el terrorismo o el desempleo. Es enseñar a leer y a escribir. Debe comenzar en el preescolar, cuando los niños están ávidos de conocimiento. Señalas esos bichitos que hay en la página. Le dices al niño:

—¿Ves estos bichos, estas cositas negras? Te las metés en los ojos y allí dentro florecen transformándose en los personajes ilustrados del libro. ¿Te acuerdas de Alicia en el País de las Maravillas? ¿Te gustaría saber más sobre ella? Bueno, quita esos bichos de la página y métetelos en los ojos, y ella vivirá dentro de tu cabeza*.

¿No es esta la idea del cuento de María Elena Walsh, que escribió La Plapla (mi cuento preferido de ella) en 1966? ¿No son estos bichitos negros las mismas letras despatarradas y orondas que se deslizan como arañas de tinta por las páginas del cuaderno de Felipito Tacatún? Yo leí primero el cuento de María Elena y después la novela de Bradbury, y recién ahora, mientras releo la novela con mis terceros años, es que vuelvo al cuento. Los sentidos fijos son una idea muy del siglo XX, un siglo que se muere, algo que me niego a asumir, claro. Como toda nacida en el siglo XX, creo en la reproducción del símbolo: la primera chispa del ser humano aparece con ese bicho retorcido, negro y bailarín, que después vive y canta en nuestra lengua. Habrá que aprender a recordar, como Montag, y también a no hacer nada productivo, como le dice la Plapla a Felipe. Nada productivo. Solamente recordar.

*https://www.lanacion.com.ar/cultura/el-origen-fahrenheit-451-palabras-ray-bradbury-nid2424855/

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