Tres votantes son fundamentales para evitar que Javier Milei llegue al poder. ¿Quién se va a quedar con el voto de las mujeres, los empleados públicos y las boinas blancas?
El voto al neofascismo en Argentina es un voto transversal a las edades, clases y géneros, pero, como ha sucedido ya a lo ancho y largo del mundo, es también un voto que posee un núcleo duro. En Estados Unidos fueron los varones blancos pobres y más rurales los que entronizaron a Donald Trump, en Brasil ese rasgo fue más marcado por la adscripción evangélica (que no dejó de estar presente en la experiencia norteamericana).
En los últimos años, la opinología joven progresista porteña nos ha regalado un rosario de fracasos. Sin siquiera reparar en el peso e importancia de los paros policiales que sufrió todo el país en 2013, dedicaron largas peroratas a la ponderación del menemismo como punto final del autoritarismo armado. Diez años después, una fórmula de ultraderecha propone mayor intervención de las Fuerzas Armadas en la seguridad interior y la otra fórmula lleva a una figura orgánica del ala genocida activa de la corporación. Más cerca en el tiempo, circa 2016 o 2017, categorizaban al macrismo como “derecha democrática” o “moderna”, mientras despreciaban la injerencia de Francisco en la política interior. No sólo que ya en ese momento el macrismo repartía represiones por doquier, sino que también se podía ver la mano política de Bergoglio, hoy inocultable.
Uno de los últimos fracasos de esas ineludibles imposiciones capitalinas al debate nacional es la representación excesiva de un ya mítico “voto rappi”. Varones jóvenes precarizados, anarcocapitalistas por vocación, consustanciados por las plataformas, tiktok, inserte largo etcétera. Acaso esos sean los votantes de Javier Milei en el Área Metropolitana de Buenos Aires, ponele, con un abundante gestito de duda. Pero justamente en el AMBA Milei salió tercero, muy lejos. En el voto redneck de Santa Fe y Córdoba salió primero, muy, muy, muchísimo muy más lejos. Y en Mendoza, robó.
Afinemos mejor la mirada. Sigue siendo un voto de varones, muy marcadamente de varones, casi el 70% de los varones, dicen por ahí. Son varones expuestos directamente al mercado privado, también, con una extensión mayor que el capitalismo digital. Son varones que esperan una respuesta ya, rápida y violenta, no necesariamente democrática ni republicana, a una nube de demandas que “la casta”, como síntesis de un antagonista, no puede responder. Es eso, antes que nada, la casta: lo que está arriba, como un funcionario indiferente, o al costado, como un empleado público que tiene más derechos laborales. Y sobre todo, por la propia línea del discurso de la ultraderecha, esos varones son machistas muy reactivos al avance de los derechos de mujeres y disidencias.
Entonces, hay tres sectores en donde no se puede escapar ni un voto para frenar al neofascismo: las mujeres, los estatales y las nuevas niñas mimadas y preciadas del sistema político, los radicales.
Mujeres
Sergio Massa tiene muy afinado el discurso para pescar el voto de las mujeres, sin usar casi ni una de las palabras de las demandas recientes del feminismo que puedan ser identificadas con el pañuelo verde. ¿Sirve ese corrimiento, justificado en no “ofender” a los muchachos mileístas? Chi lo sá. Lo cierto es que Massa les habla a las trabajadoras y, sobre todo, a las madres (reales o potenciales). A las trabajadoras les ofrece una esperanza, la equidad salarial y de derechos laborales, aunque todavía no se perciba muy claramente con qué herramientas se darían esos avances. A las madres, las confronta con el miedo: Javier Milei quiere libre portación de armas y votó en contra de las leyes que amparan a los bebés con cáncer y con problemas del corazón. Milei es un monstruo.
Por el costado de Massa, pero no en su contra, el movimiento de mujeres y disidencias salió a las calles a enfrentar al neofascismo, dando una vez más su ejemplo de organización y coraje, como ya lo hiciera durante el macrismo, cuando expuso el estado de anquilosamiento de la CGT y el sindicalismo en general. El glitter protagonizó las mayores manifestaciones no orgánicas.
En su campaña, la otra contendiente con ciertas chances de ingresar al ballotage, Patricia Bullrich, no ofrece demasiado hacia las mujeres y disidencias, como sectores específicos. Tampoco puede inscribirse en una tradición demasiado próxima a esas demandas, que fueron puntualmente acogidas por el peronismo desde el 2003 a la fecha, sea con las moratorias previsionales, el matrimonio igualitario o el aborto legal.
Estatales
Que un estatal vote a Javier Milei es suicida.
Hasta el más antiperonista de los empleados públicos tiembla (y si no, debería) ante la llegada de Javier Milei. Son los estatales los que hoy entienden cabalmente la diferencia entre inflación y desempleo: una cosa es que no te alcance la plata y otra cosa es directamente no tener sueldo. Los únicos estatales que son inmunes a este temor son los que, en bloque, dividen su voto entre el libertariano y la Piba: la extensa familia de las fuerzas represivas.
Quienes más rápido pescaron que se trata de un sector clave para resistir la avanzada facha fueron el ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, y el rector de la Universidad Nacional de Rosario, el radical Franco Bartolacci. Katopodis hizo una breve e impactante campaña de asambleas con trabajadores en los obradores, para dar cuenta de que no hay desarrollo y trabajo en infraestructura sin Estado. Bartolacci fomentó de forma elegante la asistencia a una marcha universitaria en defensa de la educación pública.
El sindicalismo todavía no da en la tecla. Las demostraciones y declaraciones son mínimas, casi de ocasión, muy lejos de los temores reales que tienen quienes trabajan en organismos o empresas que corren riesgo de privatización o desaparición simple. Es de esperar que en un marco de ballotage se alcen más las voces del trabajo organizado.
Por venta o ajuste, el Estado está frente a un desguace feroz, que expondrá que sí está presente y que no es un espectro o una mímica (otra de las pavadas que reiteran los analistas porteños jóvenes, que olvidaron la intemperie menemista). En la primera línea de riesgo están las empresas, como YPF o Aerolíneas Argentinas. Pero también está Radio Nacional, el Incucai, la Anmat, el INTA y tantas otras dependencias que ofrecen servicios imprescindibles que difícilmente un privado pueda proveer y cuyo valor suele crecer cuando las papas queman. Por ejemplo, ¿qué opinan los campesinos santafesinos de un desguace del Instituto Nacional del Agua o del Servicio Meteorológico Nacional, en tiempos de sequías extremas o inundaciones repentinas?
Radicales
El radicalismo vivió sus largas dos décadas en el desierto y hoy vuelve renovado, potente y en posición de hacerse desear. Se convirtió en el socio más poderoso de Juntos por el Cambio, pero no por eso dejó su lugar de segundón ante el PRO, más después de la derrota de Horacio Rodríguez Larreta. Ahora, parecen estar de huelga de campaña, sobre todo en el AMBA, dejando que Pato se hunda sola. Lucen más preocupados por la potencial crisis futura de su principal dispositivo de reclutamiento, cobijo y formación de cuadros, las universidades. Sobre eso, tampoco Bullrich ofrece mucho.
¿Cómo tocar la fibra más sensible de un votante radical para que trague el sapo más gigante de su vida? Los guiños del massismo son abiertos y públicos. La convocatoria a un gobierno de unidad nacional los tiene como protagonistas. Para frenar al neofascismo se necesitan más votos que estructuras políticas. Pero un gesto de las estructuras políticas es necesario para movilizar a los votantes. A no ser que toda la apuesta ya esté jugada al 2027, que revienten todos y después juntamos los pedazos, el apoyo explícito de la dirigencia de la UCR es necesario para que Javier Milei no gane la elección.
Institucionalidad, derechos humanos, república, democracia. Todos términos caros a la historia radical. De todo eso, Bullrich apenas entrega su antikirchnerismo total como promesa única de campaña. Es bastante, puede satisfacer a los más antiperonistas.
Sin embargo, se trata de un teorema equivocado. Vamos a expresarlo de forma taimada: la mejor manera de vencer al kirchnerismo es hacer que Sergio Massa gane la presidencia. Sin Massa en el Poder Ejecutivo, el peronismo queda reducido al mejor cuadro del kirchnerismo, el único que lo puede renovar y rejuvenecer realmente, el enano soviético de la provincia de Buenos Aires que, si gana, se vuelve automáticamente en el líder de la oposición de cara a 2027.
Amigo radical, ¿querés terminar con los kukas? Votalo a Massa entonces.