Esta segunda vuelta entre Sergio Massa y Javier Milei es un momento histórico bisagra. Tomar posición y expresarla se hace imperativo. Se trata de impedir que un tipo que promete sufrimiento y estallido llegue a la Casa Rosada. Se trata de decir “Milei No”.
Argentina salió a la calle para defender su democracia en la Semana Santa de 1987, con un acuerdo de los grandes partidos mayoritarios, cuando los militares liderados por Aldo Rico se soliviantaron contra la institucionalidad y la Justicia. Alfonsín y Cafiero, en el balcón.
En la zozobra del 2001 y el 2002, los acuerdos entre los partidos, las organizaciones sociales de base, las iglesias, contuvieron el desastre de hambre y represión. Asambleas barriales, piqueteros, ahorristas estafados iban por una misma senda.
En 2017, la Corte Suprema de la Nación avaló la reducción de penas para los genocidas, el 2x1 a los represores. Las movilizaciones fueron inmediatas y, también, pluripartidarias y masivas. Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, junto a los HIJOS, lideraron una reacción apoyada por organizaciones sindicales, artistas, referentes sociales. El Congreso reaccionó y frenó la impunidad.
Frente a la adversidad, el pueblo argentino da prueba de su fe democrática. Esta segunda vuelta entre Sergio Massa y Javier Milei es uno de esos momentos históricos, una bisagra donde se hace imperativo tomar posición y expresarla.
Hoy, ahora, ya, es momento de que hagan un pronunciamiento los hombres y las mujeres del arco partidario, institucional, social, religioso, cultural, artístico y deportivo que valora la democracia. Hoy, ahora, es necesario trazar la línea clara y evidente: Milei No.
Javier Milei desconoce los rudimentos mismos del funcionamiento de las instituciones republicanas. Además de destructivas e improvisadas, sus propuestas económicas son impracticables política y legalmente. Desprecia, además, nuestra historia y nuestros padecimientos compartidos. Su candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel es una representante directa del ala genocida del Ejército.
Las formas y modos de Milei hubieran sido imperdonables para cualquier otra figura política, en cualquier otro contexto de la Argentina. Milei se cobijó en su carácter de outsider y se alimentó de la televisión de ultraderecha y sus celebraciones continuas, vociferando como energúmeno bajo la lógica pura de un panelista.
Es eso Milei: apenas un panelista gritón. Su fuerza política es un rejunte que ya cruje en una riña interna. Nadie tiene siquiera la experiencia de haber gobernado un centro de estudiantes. En la vida práctica, no saben sobre nada de lo hablan.
Su crítica del Estado es banal, su defensa de los derechos del individuo es chata. En sus elucubraciones se transparentan fantasías macabras. Venta de órganos, venta de niños, contaminación de ríos y mares, venta de la fauna marina, privatización de empresas estratégicas y de las calles del barrio, libre circulación para personas ebrias, libre circulación de armas.
Milei quiere ajustar la realidad a la propia imaginación, esa es una de las definiciones más sencillas de una mente alienada.
Esta segunda vuelta se decide con los votantes de Juan Schiaretti, Myriam Bregman y, sobre todo, Patricia Bullrich. Hay voto del peronismo del interior, hay voto de izquierdas, hay voto radical y hay voto macrista. Cada quien encontrará su legítima identificación.
Los resultados del actual gobierno nacional, en lo económico, son pobres. El rechazo al peronismo es constitutivo de buena parte de las identidades políticas argentinas. Por eso, no se trata de pedir el voto en favor de Sergio Massa. Sí se trata de impedir que un tipo que centra su campaña en prometer sufrimiento, estallido y destrucción llegue a tener las principales palancas políticas del país.
Se trata de que dirigentes no peronistas y referentes sociales al menos digan “Milei No”, públicamente y a los cuatro vientos, como un punto de partida del consenso democrático, como una trinchera de defensa la república.
O quedará para siempre el recuerdo de quienes con su silencio queden en la penumbra de la tibieza.