Hace algunos días, en un seminario sobre utopías y cuestión ecológica, escuché la frase que titula esta columna. La anoté rápidamente, era el título que estaba necesitando. Quien la enunció es Adrián Almazán quien vino desde España a estas tierras litoraleñas hace muy poco. Gracias por esta inspiración, querido compañero de ruta transatlántica. Siguió con una descripción que forma parte de ciertos imaginarios contemporáneos: esos humanos que pretenden vivir flotando o en algún otro planeta que les de acogida. Esa imagen de una especie de nave desconectada de todo aquello que tenga relación con algo del orden de la vida es inviable. Sin embargo, ya existe el turismo espacial y los mismos que avalan (y practican) un estilo de vida imposible, como Jeff Bezos o Elon Musk, están destinando enormes recursos que prometen un futuro, por ejemplo, en Marte. Mientras tanto el planeta se torna cada vez más inhabitable para la gran mayoría de los seres.
La desconexión es enorme: ¿cómo alguien puede pensar que su vida sería posible flotando por allí? Adrián supone que es porque creemos que podemos vivir sin vida. La frase aplica perfectamente nos sólo a estos escenarios en parte distópicos, en parte vinculados a esa confianza casi irreflexiva en que la tecnología llegó para solucionar cualquier problema que podamos tener enfrente. También aplica a algunas discusiones que quieren instalarse y que, extrañamente, en vez de generar un sencillo: no, pasemos a la siguiente pregunta, nos empantanan. Justo ahí donde parecía que no había pantano o que se trataba de un pequeño charco fácilmente esquivable. Salgamos de la nave espacial y aterricemos en Argentina con algunas citas textuales.
Milei: "Una empresa que contamina el río ¿Y? ¿Dónde está el daño? Esa empresa puede contaminar el río todo lo que quiere ¿Saben por qué? … es que sobra el agua".
Empecemos por el final. El agua no sobra, por el contrario, esta afirmación desconoce datos muy básicos que no debieran estar por fuera del radio de nadie que pretenda ser presidente de algún Estado. Según recientes informes de UNICEF 2.200 millones de personas en el mundo no tienen acceso al agua que es, a su vez, un derecho humano. Una gran deuda pendiente. Este candidato también desconoce nuestro derecho interno. Además del derecho ambiental que tiene un objetivo protectorio, hace ya casi 10 años que el Código Civil y Comercial, en su artículo 240, ha establecido que cuando ejerzo derechos sobre mis bienes no lo puedo hacer a costa de afectar el funcionamiento o la sustentabilidad de los ecosistemas de la flora, la fauna, la biodiversidad, el agua, los valores culturales, el paisaje, entre otros. Sí, nuestro derecho privado, ese que regula la propiedad entre otras cosas, te dice claramente que una empresa no puede contaminar un río.
Sin embargo, ríos de “debates” en redes y medios de comunicación se han desarrollado en torno a esto. ¿Cómo podemos pensar que es válido que una empresa tenga derecho a contaminar? Esto atrasa ya muchísimas décadas. Nadie que estudie derecho podría aprobar un examen básico con esa afirmación. La frase de Adrián viene muy bien: creemos que podemos vivir sin agua (limpia). Una fantasía inexplicable.
Benegas Lynch: "¿Por qué las ballenas se están por extinguir, o los elefantes y demás? La diferencia es el alambrado".
Pocas veces una idea tan extemporánea (y ridícula). La diferencia no es el alambrado: ya lo dije antes, hasta el derecho privado que regula la propiedad ya descree del alambrado. Además, algo de contexto: estamos en una región del mundo donde no sólo se incorpora la dimensión ecológica en el derecho privado, también se reconocen derechos a la naturaleza.
América Latina ha sido precursora en este tema a partir de la Constitución de Ecuador de 2008 que reconoce a la naturaleza el derecho al respeto, a la existencia, a la restauración. A este camino, que ya lleva varios años, se han sumado muchas otras regulaciones y decisiones judiciales en estas y otras latitudes. De hecho, el tema trascendió las fronteras de nuestro continente inspirando debates globales que dialogan con propuestas que profundizan y actualizan el concepto de bienes comunes. Más a contramano y desconectada imposible la idea del alambrado: si alambramos todo no hay vida posible, es muy obvio. Además ¿cómo vas a alambrar el mar? De nuevo, la desconexión con años de avances legislativos y de debate social es inaudita. Sería insostenible presentar un proyecto de ley en ese sentido, no lo admite nuestro derecho vigente, incluida la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de la que Argentina hace parte desde 1995.
Villarruel: "A nadie se le ocurriría estar matando conejitos en los bosques; pero vos cuando creás un Parque Nacional, en realidad, estás creando cargos públicos".
No sorprende mucho esta afirmación enunciada por esta siniestra candidata que niega cuestiones tan caras a nuestra historia reciente como ha sido la dictadura y sus dramáticas consecuencias. Nunca se priva de desvirtuar lo obvio. Es necesario el rol del Estado para la conservación de áreas naturales protegidas y no es una ocurrencia de nuestro país. Se trata de un mandato constitucional según el artículo 41 de nuestra carta magna y de un mandato convencional. De hecho, Argentina es parte del Convenio Marco de Diversidad Biológica desde hace tres décadas. Uno de sus objetivos principales es lo que se conoce como conservación in situ. En otras palabras: proteger los ecosistemas en los que viven todos esos seres que vemos y no vemos y con los que compartimos el planeta. A fines del año pasado, en Montreal, los Estados que hacen parte de ese Convenio asumieron la Meta 30x30. ¿Qué significa esto? Que para el 2030 el 30% de la superficie de la tierra y los océanos deberá estar protegida. Difícil sin una política interna de ampliación y de fortalecimiento de las áreas naturales existentes en nuestro país. De nuevo, la desconexión es total: no podemos vivir sin esa biodiversidad de la que somos parte y de la que dependemos.
Siguiente pregunta: ¿Podemos votar por personas totalmente desconectadas de algo que tenga que ver con la vida, la diversidad de la vida, nuestras leyes, nuestra historia y nuestro porvenir? La respuesta nunca fue tan sencilla: NO. Entre otras cosas porque no podemos vivir sin vida.