"Vos sos el que me puso en primera", le reconoció Milei a Fantino después de las PASO: ¿qué mejor aula que el estudio de Intratables para moldear un candidato que se alimenta del odio? Cómo la televisión convirtió a un economista gritón en presidente.
El lunes 14 de agosto, un día después de su resonante victoria en las PASO, Javier Milei visitó el programa de Alejandro Fantino en Neuramedia y le entregó como regalo el manuscrito del discurso que había leído la noche anterior. “Vos te jugaste con un número, me diste lugar: yo creo que eso no sólo alertó a los leones que ya habían despertado, sino que fue fundamental en despertar más leones, así es que el agradecido soy yo, porque además, vos sos el que me puso en primera”, le agradeció, emocionado. A confesión de parte, relevo de pruebas. Ni olvido ni perdón: la lista de traidores a la Patria que hoy conforma el grueso del arco político, desde Juan Schiaretti hasta Myriam Bregman, la encabeza Alejandro Jorge Fantino.
Pero, si ampliamos el cuadro, el reconocimiento de Milei resulta un poco injusto, porque no fue sólo el nacido en San Vicente quien lo “puso en primera”. Desde su primera aparición televisiva en 2014, el libertario contó con el beneplácito del arco mediático y fue acumulando cada vez más horas en el prime time a medida que iba radicalizando su discurso, agregando nuevos insultos a su repertorio y despeinándose más el pelo. Según un relevamiento realizado por la consultora Ejes Comunicación, en 2018 Milei fue el economista más consultado por programas de radio y televisión, con la friolera de 235 entrevistas (poco más de una cada 36 horas) y 193.547 segundos de aire.
Javier Milei es un candidato moldeado en los paneles de televisión, gracias a una dinámica de retroalimentación mutua. Cuanto más gritaba, cuanto más se enrojecía, cuantos más epítetos hirientes le dedicaba a quien fuera su interlocutor, más crecía el rating, y más gente en su casa se preguntaba: “¿quién es este loco?”. Y si a la televisión le servía Milei, a Milei le servía la televisión, que le permitió ir construyendo una irreverencia más y más apasionada, que apuntaló su figura de outsider y provocó que cada vez más gente en su casa se preguntara no sólo “¿quién es este loco?”, sino también “¿dónde estuvo todo este tiempo?”.
Pero la irreverencia y la incorrección política son sólo eufemismos, detrás de los cuales siempre rebalsó el odio. Así como Trump supo interpelar al segmento de los blancos pobres -cuya tasa de mortalidad había aumentado de forma exponencial- y construir a partir de allí al Otro como enemigo; así como Bolsonaro llegó al gobierno apelando al evangelismo, a la violencia armada, al desprecio por el medio ambiente y por la ciencia y al machismo y la homofobia; Milei llega al poder con el odio, la frustración, el enojo y el miedo como sus principales motores.
Esta vez no hubo tal campaña del miedo. Fueron los fascistas quienes, de movida, construyeron su campaña cantando “la casta tiene miedo”. Otra cosa que Milei aprendió en los estudios de televisión: dejar de hablar de “los zurdos” y empezar a hablar de “la casta”. “Que se vayan todos”, canta la militancia mileísta mientras escribo estas líneas; la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa.
De esta manera, Milei pudo convertir exitosamente la frustración de las mayorías por el estancamiento económico y el crecimiento de la pobreza en un fuerte enojo dirigido hacia “la casta”, que puede ser tanto el presidente o un ministro como un becario del Conicet (eso sí, jamás de los jamases será un funcionario del Poder Judicial). Todos estos sentimientos son el caldo de cultivo ideal para que germine el odio: hacia las mujeres, hacia la comunidad LGBTIQ+, hacia les militantes por los derechos humanos, hacia les empleados públicos, hacia la docencia, hacia el sistema científico.
El mismo odio mostraron muchos simpatizantes mileístas cuando el electorado parecía haberles soltado la mano en las elecciones generales. De repente, ese pueblo que había “despertado” en las PASO ahora era una manga de negros que merecía seguir cagando en un balde. Hoy ese odio se habrá aplacado, pero no es difícil darse cuenta de que el fueguito que vuelva a encender la mecha del odio está a la vuelta de la esquina. “Se viene el estallido”.
Cualquiera que alguna vez haya mirado TN o La Nación + durante más de quince minutos sabe que en ningún lugar el odio circula más y mejor que en un canal de televisión. El odio que emanan Majul, Canosa o Viale es odio de primera marca, puro, refinado. Es imposible entender a Milei sin entender el rol que cumplen los medios masivos de comunicación como productores y reproductores de los discursos de odio (y del odio mismo). No es casual, entonces, que sea la tele la que erigió la figura de Milei, la que lo volvió conocido y, poco a poco, fue convirtiéndolo en presidenciable.
Mucho se ha hablado sobre la exitosísima presencia del libertario en las redes sociales (y con razón: en Tik Tok tiene más seguidores que todos los otros candidatos de las elecciones generales juntos), pero no es menos cierto que muy poco material hubieran tenido las cientos de cuentas mileístas para recortar y compartir sin la inestimable colaboración de los canales de televisión hegemónicos. Primero el huevo, y luego la gallina: la historia deberá recordar los nombres de los Fantinos, los Novaresios y los Del Moros, de todos esos hombres de blanca sonrisa que, por rascar uno o dos puntos más de rating, hipotecaron el futuro de un país entero.