El 20 de noviembre, sea cual sea el resultado, vamos a tener que convivir con un montón de gente a la que ya no le da vergüenza reivindicar al terrorismo de Estado, ventilar su homofobia, vomitar su machismo, denostar la educación pública, insultar al Papa o doxear compatriotas.
Por Joel Theytaz / Grupo Ceibo
Estas líneas no pretenden más que abstraernos un rato de tanta encuesta y bombazos y sillazos y análisis sesgados y amañados, y pensar el día después del 19N. Porque sí, la mañana del 20 de noviembre –aunque sea feriado– vamos a tener que levantarnos y el 11 de diciembre, después de festejar 40 años ininterrumpidos de democracia, vamos a tener que convivir con un nuevo gobierno –naturalmente–; pero sobre todo vamos a tener que convivir con un montón de gente a la que, gobierne quien gobierne, ya no le da vergüenza reivindicar al terrorismo de Estado, ventilar su homofobia, vomitar su machismo, denostar la educación pública, insultar al Papa o doxear compatriotas.
Creo que a esta altura del año –y tan avanzados los acercamientos en pos de la unidad nacional– ya vamos a poder ponernos de acuerdo en que no hay consenso democrático sin una eficiente “espiral del silencio”. La del espiral del silencio es una teoría de la comunicación política elaborada por la politóloga Elisabeth Noelle-Neumann, que concibe a la opinión pública como una de las formas del control social. Según esta teoría –palabras más, palabras menos– aquellos a quienes les gusta vivir en sociedad, pero tienen algunos posicionamientos disonantes, suelen captar de todos modos lo que es aceptable y lo que no y adaptar sus comportamientos a esos consensos.
Me animo a arriesgar que en el caso argentino, esa espiral del silencio se terminó de romper con la pandemia y durante la cuarentena, cuando de repente empezó a escucharse que habían “ganado la calle”. Ese “les ganamos la calle” fue la contracara de que no hubiera más Ronda de las Madres los jueves, que no hubiera más marchas, ni movilizaciones. “Ganó la calle” gente que se reveló contra las medidas sanitarias y estuvo igual en la calle y empezó a notar que nadie le señalaba que hay cosas que no queremos volver a escuchar, que nadie se posicionaba frente a sus comentarios reivindicatorios de la última dictadura, a sus comentarios racistas, homofóbicos, machistas. Y ahí se empezaron a juntar todos.
Y entonces apareció con forma de “programa político” un compendio de excusas para cada frustración: ¿No coges? es culpa del feminismo. ¿No aprobás el curso de ingreso a la Universidad Pública? Es culpa de que te quiso adoctrinar un cartel y entonces decidiste abandonar. ¿Comprás caro y vendés barato? Es culpa de la presión impositiva. ¿Alguien accede a algún nuevo derecho del que no sos beneficiario? Es culpa de la agenda marxista globalizante. Y así con todo. Y así, además, todo el que odiaba algo encontró el lugar para sentirse acompañado en su odio a “algo” que pronto transformarían en un “alguien”. Un odio que llevaba casi 40 años sin poder manifestarse abiertamente, alimentándose en las sombras mientras esperaba la oportunidad.
No es, entonces, que durante 40 años dejamos atrás como sociedad la pulsión dictatorial y autoritaria, solo la hicimos callar. Y está muy bien. Donde Popper vio una paradoja hoy se ve la condición de posibilidad de la vida en democracia. Eso está en juego, ni más ni menos. No quiero escuchar que me van a perseguir por puto o por militar algún -ismo. No quiero escuchar que durante la última dictadura hubo “excesos”. No quiero que un ignoto publique videos de Falcon verdes y amenace desde su anonimato a los que queremos convivir en el marco del Estado de Derecho.
Es razonable que haya compatriotas decepcionados con las pocas respuestas que la política estuvo brindando en los últimos años. No son ellos el problema. A ellos hay que ir a buscarlos, pedirles perdón y mostrarles lo que hay en frente. El problema son los militantes de un espacio que muy probablemente desconozca los resultados del 19N si les son adversos. El problema son los que se animan a decir que “algo habrán hecho” ya sin tapujos y sin ponerse colorados.
Peronistas, radicales, socialistas, comunistas, K-Popers, swifties, católicos, evangélicos, vivimos, nos comunicamos y nos peleamos en un mismo universo de sentidos. Ya aprendimos que no se puede bombardear al que piensa distinto, que no se puede desaparecer al que piensa distinto, que no se puede fusilar al que piensa distinto, que no se puede perseguir al que piensa distinto. En frente hay un porcentaje importante de sujetos que no reconoce las disidencias, que no sabe vivir en sociedad.
Los desafíos son, entonces, retomar la capacidad de dar respuestas a los problemas materiales de la Argentina en el marco de un modelo de desarrollo justo, inclusivo y sustentable –como nos pide el Papa Francisco en Laudato Si’– a la vez que repensamos los dispositivos de los que se valieron los organismos de Derechos Humanos primero y el feminismo después, para neutralizar las voces marginales que militan, en los albores del siglo XXI, un mundo de dolor.