Ni el peronismo ni el radicalismo participarán del gobierno nacional, pero dirigen la mayoría de las provincias. Terminada la elección se abre una renovación opositora de cara a lo que viene. Sin embargo, hay dificultades más concretas a atender, como pagar el aguinaldo en diciembre.

Los dos grandes partidos del siglo XX observan cómo, por segunda vez en el siglo, una fuerza sin poder propio alguno se hace de la Presidencia. Primero fue el PRO de Mauricio Macri, parasitario de una UCR que muy a gusto se dejó, y su gestión de cuatro años con su sello propio. Ahora es La Libertad Avanza, que aprovechó el desarrollo nacional de PRO en estos ocho años y llegó a la cúspide del poder sin nada más que un panelista económico, su hermana, una cosplayer, una horda de tiktokers, varios ancianos neoliberales del CEMA y la Barbie Videla.

De cumplir con sus propuestas, el gobierno de Javier Milei va a hundir al país en una crisis de dimensiones escalofriantes. La pérdida de empleo se generalizará, el deterioro del salario será todavía mayor. Pero no cabe caer en la misma confusión que hubo con el electorado macrista, que tras cuatro desastrosos años conservó más del 40% de los votos en 2019 y que en este 2023 le terminó dando el empujón final al candidato libertario. El electorado de Javier Milei no va a ser volado por el viento, como no lo fue el electorado de Jair Bolsonaro ni el de Donald Trump.

Ese electorado está construido no como interés, sino como identidad. Ese electorado vive su relación con las políticas de derechos humanos, de género y de seguridad social como una agresión y un desprecio del Estado a los cuales resistió y debe seguir resistiendo. Los “derechos humanos” lo abandonaron ante los delincuentes, las feminazis le alborotaron la familia y la autoridad y los planeros ganan más que ellos y viven de sus impuestos. Ese electorado tiene esperanzas y deseos de revertir esos consensos de la democracia que, siempre lo supimos, requerían de una defensa. Ese electorado va a defender a su gobierno, con violencia abierta de barrabrava, aun cuando lo termine destruyendo.

Aunque derrotados, el peronismo y el radicalismo conservan una importante cuota de poder. El radicalismo más puro gobierna cinco provincias, incluida dos de las pesadas: Santa Fe y Mendoza. El peronismo conserva las dos provincias más importantes electoral y económicamente, Buenos Aires y Córdoba, más la populosa Tucumán, y los bloques mayoritarios en Diputados y Senadores.

Delante está la alianza del PRO (que volvió a ser el partido vecinal de los porteños) y La Libertad Avanza. Ambos vilipendiaron tanto a la UCR como al peronismo, en tanto kirchnerismo. ¿Quién liderará, entonces, la oposición?

Una mayoría silenciosa

Ni a boxes

El peronismo va a entrar en una etapa de recogimiento. El resultado final fue durísimo pero, además, concluye un gobierno en el que limó su mayor capital político ante la sociedad: la capacidad de gestión. El peronismo era el que venía a apagar los incendios, está entregando un país con la economía en llamas.

Sin embargo, más que por el resultado económico final, el gobierno de Alberto Fernández y CFK será recordado por el festival de internas, trapisondas y quejitas continuas y mutuas. Tras tirar a la hoguera a Matías Kulfas y Martín Guzmán, incineraron una renovación de cuadros, terminaron ajustando tarde y mal lo que se requería desde el principio.

Hubo poco músculo, menos reacción y una desconexión con las bases que quedó graficada en el primer IFE, cuando esperaban no más de tres millones de pedidos y recibieron cerca de once millones. El indicador superlativo de la crisis interna fue la pavorosa pasividad con la que transcurrieron los días posteriores al intento de asesinato de la vicepresidenta.

Es ya el segundo balotaje que pierde el peronismo. Debería anotar como dato, quizás, que el antiperonismo es la mayoría real y que se hace valer. Se hizo valer el mejor momento de la historia democrática (pleno empleo y el salario en dólares más alto de Sudamérica, en 2015), más se hizo valer en 2023.

El agotamiento, la desesperanza, la resignación cruzarán a los militantes en aquellas provincias que no tengan responsabilidad de gobierno. En todos los casos, el peronismo volverá a cargar con el sayo de la pesada herencia. El valor del dólar y la inflación justifican el estigma. Los niveles de empleo, de actividad y de creación de pymes, no. Y eso será lo primero que se va deteriorar.

Axel Kicillof y Martín Llaryora emergen como los liderazgos más consolidados. Son completamente diferentes, tienen pasados distintos, representan sectores que casi no tienen puntos en contacto y lideran dos provincias enconadas entre sí. Hoy, como dijo en campaña, Kicillof tiene que todavía encontrar esa melodía nueva para salir de la letanía litúrgica kirchnerista, mientras que Llaryora, sólo por ser cordobesista, es esa melodía él en sí mismo. El cisma está a la vista: habrá un PJ del interior rodeando a uno, estarán las orgas y lo que quede del kirchnerismo rodeando al otro.

Difícil es saber qué resultará de esa interna. Para el caso, la verdadera preocupación de ambos, y de todos esos mini gobernadores que son los intendentes del AMBA, es mucho más concreta y próxima: cómo carajo pagar los salarios de diciembre y el aguinaldo.

Yo no lo voté

En Francia se le llamó “cordón sanitario” al continuo apoyo que recibieron todos los contendientes de la familia Le Pen (Jean-Marie, primero; Marine, después). No importa qué estuviera enfrente, desde Jacques Chirac a Emmanuel Macron, el resto de los partidos pronunciaban públicamente sus apoyos para evitar a la peor ultraderecha.

El radicalismo se declaró prescindente. La estrategia, para su acumulación, fue correcta. Sus votantes quedaron liberados para votar contra el peronismo (algo que hicieron masivamente, no es valoración ideológica sino apreciación aritmética) y para poder decir, en un tiempito, “No che, yo no lo voté”. Sus dirigentes tuvieron cierta libertad de acción, de acuerdo a sus convicciones, su coraje y su organicidad.

Confiaron más en la construcción de una futura oposición que en la integración de lo que hubiera sido un complejo “gobierno de unidad nacional”, en el que quizá, cómo saberlo ahora, hubiera logrado más espacios en el loteo de lo que jamás tuvieron con Macri.

Calcula bien el radicalismo al ponderar que el 2001 y el 89 están muy, muy atrás en el pasado. Tan atrás que el electorado votó a un tipo que en las caras les prometió las políticas que desencadenaron en ambas crisis.

Ya no es más la UCR el sinónimo de estallido y desgobierno. Además, no tienen pasado reciente del que se tengan que hacer cargo, como sí pasó con Macri, Fernández y CFK, Larreta, Bullrich y Massa. Dieron la vuelta completa, cambiaron la piel, tienen más provincias que nunca en el siglo XXI y están listos para encarar un nuevo ciclo.

Como en el peronismo, dos son los liderazgos emergentes de un partido que desde la muerte de Alfonsín no tiene una referencia aglutinante nacional. Alfredo Cornejo, más experimentado y directamente ligado al triunfo de Milei en su provincia; Maximiliano Pullaro, mucho más joven, arrasador en la elección provincial, al mando de la tercera provincia del país y con buena llegada al radicalismo rosquero porteño y a la memoria alfonsinista.

Con Juntos por el Cambio estallado, la presencia radical el Congreso es mínima, pero será decisiva para bloquear (o no) las leyes en las que quiera avanzar Milei junto a los PRO puros. En ese juego se irán trazando los liderazgos hacia el futuro y la interna del partido.

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