Con Javier Milei se abre una etapa sin precedentes en la Argentina que representa un desafío para el sistema democrático en su conjunto.
La mayoría de los análisis políticos de la campaña, y los que circularon una vez conocidos los resultados del balotaje, coincidieron en una serie de conceptos para leer el momento del país y la nueva etapa política que se abre a partir del triunfo electoral de Javier Milei: lo desconocido, el abismo, el salto al vacío.
En el mismo sentido, a izquierda y derecha del espectro político, hubo una coincidencia casi absoluta sobre el votante que produjo el cambio, ese sector mayoritario y heterogéneo que depositó a Milei en la Casa Rosada: los desesperados, los desencantados, los desesperanzados después de cuatro años de promesas incumplidas por parte de un gobierno que se va con un 40% de pobreza y una inflación anual del 140%.
Una mayoría diversa que excede largamente el anti peronismo –casi 15 millones de argentinas y argentinos– eligió avanzar hacia lo desconocido en busca de soluciones para lo que ya conocemos de sobra.
Se abre ahora una experiencia inédita, desde el punto de vista político, con un partido nuevo al frente del gobierno del segundo país más grande de la región. Estabilizar la economía no es el único desafío, pero sí el más urgente.
¿Con qué instrumentos atacará Milei los problemas que hereda? Sus primeras declaraciones y movimientos ya como presidente electo apuntan a un programa de ajuste ortodoxo, similar al de los 90, pero con un contexto global diferente.
Esa otra mitad de la Argentina que no eligió el proyecto libertario ya spoileó durante la campaña que van a resistir desde el primer día si Milei avanza, como prometió, sobre los derechos consagrados (de las mayorías y de las minorías) con un fuerte ajuste del gasto social. Dentro de su espacio, la idea de que “ante cada necesidad nace un derecho” es lisa y llanamente una aberración.
Sostener la paz social y darse un marco de gobernabilidad en un escenario de debilidad política inusual –Milei es el presidente con menos bancas en el Congreso desde la recuperación democrática y no tiene gobernadores propios– son los otros desafíos del nuevo gobierno.
La Libertad Avanza contará con un relativo margen de “paciencia” para sobrepasar las primeras medidas impopulares, como ocurre con cualquier gestión recién llegada al poder. Lo que siga después, cuando la economía haya empeorado y quede vieja la excusa de la “pesada herencia”, es pura incertidumbre.
Por qué ganó Milei
La mayor paradoja del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner es haber sostenido la economía, que a pesar de los problemas internos y externos creció en dos de los primeros tres años del mandato, con trabajadores cada vez más pobres. Algo que no pudo revertir Sergio Massa como ministro de Economía.
Profundizar los análisis en base a la interna del oficialismo y su fracaso como coalición de gobierno no tiene mayor sentido ahora. La “casta” que rotuló Milei cayó en las urnas y no llamó la atención que en el bunker del libertario hayan cantado “que se vayan todos”. La política ahora deberá resetearse para, primero, entender lo que pasó y, luego, ponerle límites a un ajuste feroz que solo puede conducir a una crisis de dimensiones colosales.
El agravamiento de la situación social, imposible de minimizar, le permitió al candidato que hizo campaña contra las leyes laborales capturar el voto de los trabajadores. El investigador Daniel Schteingart publicó un estudio reciente que indica que a Milei lo votaron trabajadores formales e informales, cuentapropistas y trabajadores de la industria: uno de los sectores que será inevitablemente perjudicado por las políticas de La Libertad Avanza.
Milei no solo ganó por los votos del PRO y de una buena parte de la UCR; también catalizó a esa inmensa masa de personas desesperadas que no llegan a fin de mes y que, en otros momentos políticos, apoyaron al peronismo, como en 2019 después de la experiencia macrista.
¿Y ahora?
La etapa que inicia es desconocida. Javier Milei asumirá como presidente y pondrá en marcha un programa de ajuste con los instrumentos que tiene a mano y con el aval parlamentario que pueda construir para sus reformas más profundas.
La hoja de ruta del nuevo gobierno incluye para la primera etapa de la gestión una política de shock que implica flexibilización laboral, reformas tributaria y financiera, apertura del comercio internacional y un fuerte recorte del gasto público que impactará directo en precios, salarios y tarifas. Esas son las medidas que Milei considera urgentes.
Luego buscará imponer una serie de cambios que, según su plataforma electoral, dejará para una segunda: la reforma jubilatoria, el achicamiento del Estado, la eliminación de los planes sociales y la anunciada “liquidación” del Banco Central, que el nuevo presidente observa como el principal factor de la inflación.
Si esas medidas avanzan sin estallar en un colapso social, la tercera etapa del gobierno de Milei será la más dura ya que implica “la reforma profunda del sistema de salud con impulso del sistema privado, una reforma del sistema educativo y la eliminación de la coparticipación”.
Huelga repetir que para poder aplicar ese programa Milei deberá contar con un capital político que va mucho más allá del 55% de las adhesiones logradas en el balotaje. La elección no fue un cheque en blanco y, como prueba, allí están sus votantes: convencidos de que no va a hacer todo lo que, efectivamente, prometió hacer.
Milei puede avanzar por decreto con algunas medidas puntuales: tarifazos, recortes de subsidios, liberación del dólar (en criollo: devaluación), recortes en las transferencias a las provincias y desfinanciamiento de las empresas estatales y de la obra pública.
Pero, para lograr sus reformas más profundas, necesitará de un amplio apoyo político en el Congreso y en los gobiernos locales. Es impensable –en el marco institucional vigente– que el nuevo presidente consiga los acuerdos necesarios para eliminar la coparticipación y dejar a las provincias libradas a su suerte, algo que en el corto plazo provocaría un aumento incalculable de las asimetrías entre las zonas más ricas del país y las más desfavorecidas.
“Dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”, prometió Milei en su primer discurso como presidente electo. Es una primera autolimitación en su afán de hacer menemismo sin un partido político como respaldo, aunque al día siguiente también prometió derogar la ley de alquileres de un plumazo y repitió como mantra el credo neoliberal que gobernó los 90: “Todo lo que pueda estar en las manos del sector privado, va a estar en las manos del sector privado”.
Lo que viene será para todos por igual: para los que lo votaron y para los que no.
A diferencia de Menem en 1989 y de Macri en 2015, la campaña de Milei fue transparente hasta la médula: dijo todo lo que pretende hacer, incluso lo que sabe que no va a poder hacer debido a los límites institucionales que le impone el sistema republicano y democrático.
Lo dijimos antes y lo repetimos ahora: con Milei como presidente están en peligro la educación y la salud pública, las políticas de asistencia social, de defensa del empleo, de fomento a la producción y de ampliación de derechos. La democracia argentina deberá saber tramitar también esta experiencia.