Frente a estas elecciones presidenciales que se presentan como binarias, hay quienes deciden optar por la tercera vía de la abstención. Por eso, proponemos algunas reflexiones sobre lo que significa hacerlo.
Estamos a cada vez menos días de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales 2023. En este caso, para quienes nos sentimos de alguna manera involucrados e interpelados por la política, percibimos a este escenario como un parteaguas para el Ejecutivo que viene.
En este sentido, desde que finalizaron las elecciones generales, nos encontramos evaluando, leyendo y analizando los posicionamientos tanto individuales como colectivos frente a la oferta política de Sergio Massa vs. Javier Milei. Sin embargo, está de más decir que la reducción de las candidaturas elegibles no suele ser fácilmente adaptable para grandes porciones del electorado. Tampoco la dirigencia política proveniente de distintos partidos tanto del polo izquierdo como de la derecha de la política nacional se acomoda con liviandad.
La rapidez con la que Mauricio Macri acordó el apoyo a la candidatura de Javier Milei, arrastrando bajo su ala a la derrotada Patricia Bullrich, dejó a algunos boquiabiertos y a otros desconfiados sobre la supuesta precipitación de la decisión. Lo más seguro es que dejó desconcertada a la coalición Juntos por el Cambio que aún intenta acomodar sus piezas para pensar en su propio futuro.
En este contexto, el amplio abanico de partidos y dirigentes han ido delineando sus apoyos por una candidatura u otra. Pero comienza a gravitar más la presencia del voto en blanco como una salida “accesible” a la dicotomía del balotaje. Y por accesible no me refiero a viable, sino más bien a su disponibilidad, ya que nuestro sistema electoral nos permite optar por el voto en blanco como voto afirmativo.
Para quienes entendemos que hay una de las dos opciones que pone en riesgo las instituciones democráticas consolidadas que tenemos en nuestro país, el voto en blanco no es una posibilidad ni un derecho, sino una opción impensable.
Sin ánimos de desincentivar esta herramienta ni las convicciones más íntimas de cada votante que son sumamente respetables, es que me propongo también preguntarme a mí mismo por qué el voto en blanco no. Y por qué, en caso de que hubiera sido el balotaje entre Bullrich y Milei, no hubiera optado por ese método más sencillo.
El abstencionismo
En los estudios vinculados a la participación política hay quienes incluyen al voto en blanco dentro de las formas de abstencionismo que se pueden dar. Esta inclusión se da bajo una comprensión de la idea de abstencionismo como un concepto más amplio, que no está vinculado sencillamente a la participación o no del acto electoral.
En el caso de Argentina, solemos referirnos al voto como un derecho, aunque el ejercicio es obligatorio. A pesar de la normativa, la realidad es que el costo de la no emisión del voto es muy bajo, por lo que a efectos prácticos hoy en día podríamos decir que no hay una plena obligatoriedad del voto.
La participación política constituye diversas modalidades de involucramiento y la participación electoral es uno de ellos. Sin embargo, el voto sigue siendo la dimensión más relevante por su masividad. En este aspecto algunos encuentran su dimensión más democrática, ya que en la participación electoral se moviliza la mayor cantidad de ciudadanos frente a otras formas de participación, además de ser la más igualitaria en su ejercicio.
De forma sintética, los estudios teóricos-conceptuales de la participación electoral se pueden dividir en dos grandes campos: el liberal y el republicano. En el segundo se encuadra nuestra legislación electoral, que considera al abstencionismo como la dificultad más profunda para la consolidación de la democracia.
A pesar de ello, en estos días comenzamos a observar que el abstencionismo más que de carácter electoral será de carácter político, es decir, más que cuantitativo será cualitativo. Esta abstención manifestada en el voto en blanco intentará expresar algo así como indiferencia, apatía o expresión de inconformidad con la oferta política.
En el Estado contemporáneo el abstencionismo debe ser abordado como un fenómeno de alta complejidad compuesto de múltiples factores, ya que está influenciado por crisis económicas, sociales, políticas y culturales.
Se podría entender al abstencionismo como parte de una crisis sistémica que atraviesa al Estado contemporáneo, o más bien, como alguna especie de crisis cultural. Y si bien esto es algo debatible, es reconocible la dificultad de la democracia representativa de escapar a la famosa “ley de hierro de la oligarquía” de Robert Michels, en la que el gobierno de las mayorías reduce el número a unos pocos que gobiernan y puede degenerar en una oligarquía. Por esta razón, hay quienes están cada vez más preocupados por afianzar los mecanismos de participación pública en instancias deliberativas para reforzar la legitimidad de la democracia.
¿Por qué no votaría en blanco?
Hasta aquí intenté plasmar muy superficialmente algunas dimensiones desde las cuales se piensa y se ha pensado el abstencionismo. Sin embargo, ¿por qué considero que no es una opción en lo individual?
Para responder a la pregunta propongo olvidarnos por un momento de la oferta actual y supongamos que el balotaje hubiera sido entre Patricia Bullrich y Javier Milei. Para quienes no creemos que sea todo lo mismo a pesar de nuestras profundas diferencias ideológicas (y olvidando la “mimosidad” de Macri con Milei), no es una opción el voto en blanco.
Esa decisión está en que ese tipo de voto aglutina en su interior tanto a quienes desconfían de las instituciones políticas y del modelo democrático como a quienes no apoyan ninguna de las candidaturas. De algún modo, ese voto en blanco se presenta como “antisistémico”.
Pero lo que considero más importante es que el voto en blanco es una falsa delegación de la responsabilidad, al resto del electorado, de asumir las consecuencias de la elección porque el hecho de delegar responsabiliza al que ejecuta el acto sobre el delegado. No hay margen de desapego sobre las consecuencias.
También considero que el voto en blanco en un balotaje suma un aspecto más preocupante que es la evasión del momento de la decisión en la democracia. ¿Por qué quienes se encargan de dirigir el aparato estatal deben afrontar situaciones de elección dicotómica entre males mayores y menores y yo como votante, si considero que mi oferta política se encuadra en estos términos, tengo la posibilidad de delegar mi elección?
En la democracia hay momentos de cierre, de clausura de la discusión, de establecimiento de un consenso sobre lo que no hay consenso. Entonces, ¿por qué las elecciones no pueden ser uno de esos momentos? No creo que hubiera sido incompatible elegir a Bullrich por sobre Milei y luego ser la oposición más firme desde el primer día. Porque hay quienes entendemos que hay adversarios políticos que tienen la convicción de pelear dentro de las mismas reglas democráticas. O por lo menos, hasta las generales.
Pero esta decisión se enmarca en unos principios mayores y orientadores de nuestro accionar que tienen que ver con aquella perspectiva de la participación política como algo deseable, necesario y de gran impacto sobre la consolidación democrática. Por lo tanto, no tendría sentido participar de un acto electoral y abstenerse.
Por último, entiendo que en el escenario próximo quienes piensan votar en blanco en base al mensaje político y a la intencionalidad declarativa del mismo a nivel cuantitativo, la pregunta más pertinente sería hacia quién dirigen ese mensaje. Es decir, quién se supone que debe hacer la lectura del contexto para traducir esa “queja” en una mejor oferta electoral. Sobre todo, hoy cuando no hay un ejemplo más claro de proyectos políticos diferentes que entre Massa y Milei.