Contramar Editora presenta “Acá abajo hay sótanos”, con seis textos de Analía Giordanino y Florencia Ordiz que recuperan relatos y personajes de la tradición terrorífica de la ciudad.
“El calor en la ciudad imponía un efecto marioneta a los cuerpos”, describe uno de los seis cuentos de Acá abajo hay sótanos de Analía Giordanino y Florencia Ordiz. Desde la tapa del libro, con una obra de Martina Koch que muestra un titiritero hecho de sombra -quizá una entidad realmente maligna que controla a un espíritu más débil, como en la casa poseída de El conjuro II- las historias del libro se mueven en la dimensión de lo subterráneo. Entre la frontera indómita de Graciela Montes y el Upside Down de Stranger Things, el mapa de la ciudad se da vuelta y los barrios sueltan sus fantasmas. O como dice Fabio Morábito en El idioma materno, vemos la ciudad a través de una ventana de doble vidrio que nos ayuda a callar el ruido, un fuego que nos protege del terror.
La obra surgió de la amistad entre Analía y Florencia y el gusto por encontrar y compartir historias de miedo, ese placer que también el libro nombra como una lengua que prende fuego a la imaginación. Publicó Contramar Editora que amplía así su catálogo de narrativa santafesina junto a otrxs como Mercedes Bisordi, Juanjo Conti y Pablo Cruz.
La presentación es este viernes 24 de noviembre a las 20 en Del Otro Lado Libros (25 de mayo 2867), junto a las autoras y un convite musical de Mariano Rinaldi de Cazadores Recolectores. También participará la escritora Carina Radilov Chirov, que comentó que los seis relatos del libro “pueden leerse como las ramas ocultas de un árbol mítico que persiste, sobreviviendo y alimentándose de las vidas de los de arriba, para enfocar en un primer plano umbrío, el entramado fantasmagórico de un territorio desolado, pero no deshabitado. Un árbol que nos abraza para iluminar las visiones conjuradas por la cópula entre la improbable realidad y los fluidos de lo que está enterrado, latente, resonando como el tambor que siente en su pecho el niño con la máscara de payaso”.
“¿A qué le tenemos miedo quienes vivimos en la ciudad de Santa Fe?”, se preguntaron Analía y Florencia para escribir, y su pregunta está ligada a otras. A por qué en todo el continente desde México hasta acá tenemos seres como La llorona, que se multiplica en versiones tan distintas como La Llorona de Gálvez, que avisaba por Facebook cuando iba a salir a recorrer las calles, o las Lloronas que se pelean por ser la original de la ciudad en un cuento de Beatriz Actis. ¿Cómo conviven en nuestro imaginario con el fantasma del Teatro Municipal que escribió Enrique Butti, el Loco de los Techos que aparecía después de la inundación del 2003 y la casa embrujada del sur?
En el inicio de su proyecto de escribir terror a cuatro manos, las autoras tomaron una selección de noticias que sirvieron como disparadores para ficcionalizar, al mejor estilo de Stephen King en Carrie o Gabriel García Márquez en Doce cuentos peregrinos. Contaron con el incentivo de una beca del Fondo Regionales de las Artes y la Transformación Social de Santa Fe junto al Fondo Nacional de las Artes, que lamentablemente tuvo una sola convocatoria. “Una vez que tuvimos un corpus, no fuimos a buscar testimonios ni a investigar, sino que hemos leído bastante desde la palabra marginal: los comentarios de las noticias nos llevaban por ejemplo a sitios sobre Santa Fe que recopilan historias antiguas y extrañas de Santa Fe, gente de hoy que recuerda cosas de otra época en redes”, explica Analía, que ya publicó la reedición de Fantasmas (2019) en Contramar.
En ese boca a boca digital se dan cita hoy los fantasmas del mundo, que son cientos. Desde los que inventariaron Cecilia Moscovich y Mariana Reyes en el Bestiario de las islas hasta la chica sin cara de un relato pandémico de avenida Blas Parera que tiene su par en creepypasta.“Son historias que parecen ser tomadas como basura, que solo tienen un impacto de humor o de espanto, pero que cobraban cierta densidad para nosotras porque la construcción del hecho terrorístico la hacían los comentarios a la noticia. Nos pusimos a pensar qué era lo que pasaba en Santa Fe desde sus inicios en adelante, esto de ‘abrir puertas a la tierra’ que está en el acta de fundación, si los agujeros y los sótanos tenían que ver con el terror urbano. Nos hicimos la pregunta de qué cosas les dan miedo a los que a habitan la ciudad de Santa Fe y nos interesó pensar el territorio de la ciudad, de la urbe y se fueron decantando historias de algunas zonas que nos divertían más”, cuenta Analía.
Como siempre que empezamos a contar cuentos de miedo, la lengua se expande y busca más. Ana y Flor despliegan sobre la cartografía urbana su mapa de lecturas que incluye obviamente a King junto a Edgar Allan Poe como a Butti, Henry James, la Condensa Sangrienta de Alejandra Pizarnik. Clásicos del cine y la literatura como los vampiros o los revinientes, que se reinventan en series como Les revenants (2012). ¿Será que en el fondo nos dan miedo siempre las mismas cosas?
“Los poetas románticos como Baudelaire en mí han sido marca de lo siniestro urbano, el mal callejero de la urbe” comenta Analía. “Hablamos mucho de cómo una llegaba al género, de cómo en el medio de la pandemia yo me acuerdo que empecé a ver The walking dead y pensaba no puede ser ver esto justo ahora. Así como podríamos decir que Mariana Enríquez contribuyó a que el gusto por el género de terror no sea un nicho, hizo una operación de tomar ciertos lugares, del conurbano por ejemplo, y su historia, que es lo que hace Stephen King cuando juega con los imaginarios y la historia de los lugares, tira muchos dardos a Estados Unidos en relación a la falta de respeto con los pueblos originarios, en Cementerio de animales por ejemplo”, continúa Flor.
“Nosotros no nos metemos con nadie, menos con los muertos”, aclara uno de los primeros personajes. “Santa Fe se va a inundar, está agujereada por dentro”, advierte otro. En los seis cuentos de Acá abajo hay sótanos hay tanto túneles ocultos como funcionarios municipales merqueros, niños malditos, gualichos indios, trabajadoras sexuales, ahogados y fantasmas que quedaron penando hasta saldar sus deudas con patriarcas, esclavistas y jesuitas. Seres que habitan la humedad, fuerzas del río y otros personajes que pueblan la mitología de una ciudad que se nos está llenando de socavones. En Santa Fe como en todo el mundo, tenemos almas en pena que buscan venganza por el territorio que los poderosos roban, porque como dice otro de los personajes, siempre el progreso necesita “cuerpos que le yuguen”.