El gran ganador del domingo no fue Milei: fue Macri. En definitiva, la victoria es de quien entendió que las derechas separadas pierden, y que lo vio venir hace cuatro años: el gradualismo ya no va más.
La única certeza era la incertidumbre. Pero el camino estuvo marcado 48 horas luego de las generales con una reunión privada entre Mauricio Macri, Javier Milei y Patricia Bullrich en la que determinaron el destino del balotaje: tenemos que estar juntos por el cambio. Y lo lograron porque Milei se podrá sentar en el sillón de Rivadavia.
En definitiva, el resultado de las elecciones era más previsible en términos matemáticos: sumados los votos de Milei y Bullrich se llega al apoyo electoral del primero en el balotaje. Lo que no imaginamos fue la incapacidad de la más amplia gama de organizaciones sociales, instituciones, partidos y dirigentes políticos para evitar el apoyo a Milei.
Podríamos decir que la temporada de las elecciones presidenciales tuvo tres capítulos: el resultado de las PASO, la recuperación de Sergio Massa en las generales de octubre y el pacto entre derechas de los dirigentes del PRO y Javier Milei hasta el balotaje.
En el PRO no tuvieron en cuenta las trayectorias políticas, el apoyo electoral, las bancas y gobernaciones renovadas ni las recientemente ganadas, las diferencias ideológicas internas en Juntos por el Cambio, el peso político de los distintos socios de la coalición o los incentivos de volver a ser un espacio opositor en la próxima gestión presidencial. Lo importante fue que la elección quedara entre derechas.
Quienes estudian las derechas a nivel internacional vienen observando el modo en el que comienzan a comportarse cuando emergen nuevos actores más radicalizados en el campo político. Esto es, una derecha radicalizada tiende a poner en conflicto a la derecha tradicional o mainstream y comienza a darse una porosidad, una sinergia, una mutua influencia en sus posicionamientos ideológicos.
Tal como se anticipaba en las elecciones legislativas de 2021, la emergencia de Milei como actor competitivo a nivel electoral tuvo un gran impacto sobre el establecimiento de la agenda política y su giro cada vez más hacia la derecha. A pesar de su pequeño impacto electoral circunscrito al distrito de CABA, fue muy remarcable su incidencia sobre la discusión y el debate político, tanto por su contenido como por sus modos, su estética, su autopresentación.
Desde hace por lo menos dos años estamos discutiendo cada uno de los temas que el libertario propone: ya sea su denuncia constante a la elitización de la política, la posibilidad de privatizar la educación y la salud pública, la perversión de la justicia social, la concepción de los derechos como privilegios y demás. Todos y cada uno de estos temas fueron debatidos y discutidos por derecha y por izquierda.
También el estilo libertario de debatir con violencia, con agresividad, con un tono elevado, con la descalificación constante, con la deslegitimación del adversario, fue siendo adoptado por otros actores y actrices políticas de la derecha. Pedir “el fin del kirchnerismo” o “terminar con el kirchnerismo para siempre” es uno de los ladrillos que construye ese muro entre un nosotros/ellos, y no fueron declaraciones justamente del candidato libertario.
Un capítulo que demostró está fortaleza de los discursos de derecha en circulación fue la interna de Juntos por el Cambio. La victoria de Patricia Bullrich demostró que la vertiente más radicalizada de la coalición, la que pedía “mano dura” y gritaba a viva voz el fin de la tibieza y del “gradualismo”, era la que conseguía un amplio apoyo electoral. Cabe destacar que este mismo aspecto fue rescatado por Milei en su primer discurso como presidente electo al mencionar que “no hay lugar para gradualismos”.
En todo caso, la presencia de una derecha radicalizada vino a reforzar esta tendencia presente ya desde la gestión Cambiemos: se terminó el “gradualismo”. Esta fue una de las críticas por derecha al reformismo de Mauricio Macri y, por lo tanto, la emergencia de un nuevo actor con una promesa de dejar atrás un “kirchnerismo de buenos modales” reafirmó la intención de abandonar los consensos y la cautela para apretar el acelerador en las medidas que pueden resultar impopulares.
Este aprendizaje fue parte de la división de Juntos por el Cambio entre “halcones” y “palomas”, representados por Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta respectivamente. Macri apostó por la vía de los halcones, es decir, le puso la firma a todo lo que se encuadrara dentro del camino más radicalizado. Por eso no puede sorprender su constante coqueteo posterior con Javier Milei durante la campaña luego de las PASO y la posterior alianza con el libertario.
Porque, de nuevo, el camino ya estaba marcado y lo había anunciado Macri en su campaña presidencial de 2019: “Si ganamos iremos en la misma dirección, pero lo más rápido posible". La evidencia de que ese sería el camino hacia el éxito electoral fue el desempeño sumado entre Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza: conquistaron más del 50% de los votos tanto en las PASO como en las generales.
En efecto, Macri interpretó mejor que nadie dos cuestiones: los votantes de JxC responden a él y no al resto de los socios de la coalición; y había que hacer la estrategia a la santafesina: separados, perdemos. Así como también, Milei lo entendió de su adorado Murray Rothbard: la clave está en un populismo de derecha y con la unión de las nuevas y las viejas derechas. Entonces, aliarse con la hasta hace dos días casta política de Mauricio Macri y Patricia Bullrich era un paso ineludible para la victoria.
Esto es parte de lo que investigadores de las ciencias sociales como Sergio Morresi y Martín Vicente vienen señalando sobre una “convergencia de las derechas” en el campo político argentino.
La experiencia macrista fracasó con la fuga de apoyos por derecha hacia otras candidaturas con menor éxito, pero por derecha también: José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión. Llegada la gestión del Frente de Todos, en las calles las manifestaciones contra la cuarentena aunaron aún más a sectores de lo más diversos de las derechas. No olvidemos que Milei y Bullrich ya se abrazaban en los canales de televisión, y esta última le daba también su apoyo a influencers radicalizados como “El Presto”, que también habían crecido al calor de la gestión macrista.
Todos estos momentos sirven para avizorar que el resultado del balotaje es la consecuencia de un proceso político que viene siendo alertado por algunos y subestimado por otros. Por último, no es un dato menor pensar dos dimensiones más: el rearmado político post-2001 y la insatisfacción democrática.
La crisis económica, política y social del 2001 produjo lo que Juan Carlos Torre había llamado “los huérfanos de la política de partidos”, es decir, los sectores que impugnaban el sistema político eran de la centro-derecha y la centro-izquierda. Sumado a este aspecto, ese recuerdo latente en las generaciones que atravesaron esa crisis y perviven con esa desconfianza sobre un establishment político fue combinado con ocho años de decadencia económica y de deterioro profundo de la situación socioeconómica. Cuando la democracia pierde su sustancia y queda desnuda en su aspecto más procedimental, pierde la capacidad de funcionar de “cordón sanitario” de los candidatos más radicalizados.
Sin embargo, a la luz de los acontecimientos actuales, el logro de las derechas unidas en el balotaje plantea un escenario que plantea cualquier tipo de coalición: cómo se distribuye el poder luego de un acuerdo político. Nadie será ingenuo de creer el apoyo desinteresado de Macri tal como lo ha dicho públicamente Milei. Entonces, por un lado, habrá que observar detenidamente qué beneficios obtendrán los nuevos socios del ejercicio de una agenda más radicalizada y, por otro lado, hasta qué punto podrán contar los libertarios con un apoyo irrestricto si su aventura comenzara a fracasar.
Por lo tanto, hoy las derechas van tomadas de la mano, ¿pero hasta cuándo?