Los electores de 18 a 29 años representan el 24,29% del padrón. Esta excelente elección de Milei no se explica si no se entiende que hay una mayoría, inmensa, que sobrepasa a esos pibes y que hoy eligió a un nuevo gobierno que es un mix de Macri y Videla.
En su acto de cierre, en la ciudad de Córdoba, Milei hizo una mileiada: usó una foto de la Marcha del Orgullo para ilustrar la concurrencia a su propia convocatoria. La diferencia era abismal: en su acto se calculaba una asistencia de 10mil personas, mientras que a la marcha habían asistido más de 100 mil. Esta sobreactuación no tenía tanto que ver con una estrategia política como con una construcción de narrativa propia de Milei: con el todo es exagerado, exacerbado, excesivo.
No le hacía falta. Contaba con el voto de aquellos que no fueron a sus actos, que nunca irían, y que hoy no festejan (a pesar de haberlo votado). Su propia inseguridad no le permitía verlo.
En las últimas semanas de militar en cuanto espacio social se habilitara, quizás se pasó por alto un tipo de votante, uno que aguardaba agazapado en todos los rincones de la Patria, uno que no hizo más que pasar desapercibido en estos días. Ese votante, de mirada esquiva y comentario por lo bajo, es el que hoy definió la elección. Ese que la pintó de indeciso porque no quería tragarse las intensidades militantes, ni responsabilizarse por su decisión. Ese que hoy, quizás, esquivó un poco la mirada al poner el voto en la urna.
A ese, a esos miles o millones, se les presenta el escenario más fácil, más simple, casi perfecto: pueden arrogarse en un futuro las victorias del gobierno mileimacrista, o desentenderse por completo e incluso destruirlo si la cosa no sale bien (o si sale muy, muy mal). Hay una suerte de gesto en esto que se nos escapa. La única palabra que se nos viene a la mente es “cobardía”. No es la única, pero es la más sutil.
Durante estos últimos meses de campaña le endilgamos el buen resultado electoral de Milei a la generación de TikTok y las fiestas clandestinas, a esa que quiere laburar desde casa y cobrar en dólares. Eso explica, si, su piso. Pero no toda su extensión.
Los electores y electoras de 18 a 29 años son un total de 8.337.914 y representan el 24,29% del padrón. El 36% de jóvenes del padrón nacional se concentra en la provincia de Buenos Aires, siendo un total de 3.039.904, seguida por las provincias de Córdoba (8%), Santa Fe (8%) y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (5%).
Esos votos no son todos de Milei. Y los votos de Milei no vienen todos de esa facción. Quiero remarcar esto: no gana Milei la elección porque tu primo de veinte años no entendió muy bien que era la dolarización. Gana porque hay gente que lo sabe, que lo entiende, y que lo voto igual.
Hay una autocrítica que debe hacer el sistema político argentino todo frente a esto. El peronismo, si y principalmente, debe darse una discusión. Pero no es el único: más de la mitad del país cree que todos los políticos son lo mismo, que no sirven, y que son dispensables. Ahí ellos no entienden de las sutilezas que distinguen a un maoista de un radical, a un peronista de un trotskista. Millones de argentinos prefieren alguien sin historia (o con historia dudosa) porque todo lo demás no sólo que no los interpela, si no que los cansó. A la hora de elegir poco importan los derechos colectivos por sobre las libertades individuales. Y esas, sobre todo, son personalísimas. Cuesta creer que dos votantes de Milei lo hayan elegido por lo mismo. Quizás a todos los interpeló la propuesta económica, la posibilidad de patear el avispero, aunque eso siempre signifique que las abejas se te vengan encima.
Los jóvenes pueden no verlo. A ellos les podemos permitir el error. Hay gente que hoy fue a votar que nació cuando la convertibilidad se había terminado, y las esquirlas del 2001 ya no lastimaban. Pero hay generaciones enteras que en silencio, sin memes y sin tiktoks, sin compartir un solo pensamiento en Facebook, en los grupos de Whatsapp, en las mesas familiares y las peñas de amigos, con la piba que les gusta o los compañeros de trabajo, fueron a votar a un economista flojo de papeles y a una mujer que reivindica la última dictadura. En silencio, casi con vergüenza, prepararon y cocinaron esta victoria. ¿Adonde están? ¿Quiénes son? Y, sobre todo, ¿cómo podemos hacer para que en los próximos cuatro años, pase lo que pase, esto no nos devore? ¿Cómo volvemos a construir ese consenso mínimo, básico, de que ciertas cosas no pueden tocarse, no deben entregarse, no tienen discusión?
¿Cómo hacemos para hablar con esos que se negaron a escuchar a Estela de Carlotto, a las madres de los chicos con cardiopatías congénitas, a las personas del colectivo LGBTIQ+, a los ex-combatientes de Malvinas?
Las respuestas, como se imaginan, están en el aire. Lo único claro, por estas horas, son los resultados.