El plan era que este comentario sobre “La muerte de César Aira” de Francisco Bitar fuera escrito antes de que se presentara el libro. La tardanza es el único y repetido sueño de Aira. Su muerte llega demasiado temprano o Aira, una vez más, no llega a tiempo. Mientras tanto, la reciente y promisoria editorial 7 Vidas, ingeniosa y atinada, elige nacer con este título que es al mismo tiempo, final y principio.
Diciembre siempre es una pesadilla, pero éste es otra cosa, mucho peor. “No puedo dimensionar lo que viene. No encuentro el verosímil que abarque al terraplanero presidente. Si la vida tiende a parecerse al arte no sé qué arte es ese, a lo mejor el arte del grupo de whatsapp de mi edificio o de cualquier edificio”. Me escribe un amigo.
César Aira muere dos veces, el título nos anoticia o recuerda el suceso. La primera oración, nos hace testigos del anunciado hecho. “Muere, mientras duerme, César Aira”. Es la primera línea de este relato/ensayo, preciso como la muerte y condensado como aire comprimido.
Cinco palabras sobran para dar plena existencia a las unidades aristotélicas del relato. Para encerrarnos en un cuarto a presenciar impunemente su intangible devenir en lecho de muerte. El momento exacto en que se separan por fin y para siempre el nombre y el cuerpo del escritor. Los objetos antes cotidianos, útiles u ornamentales, asumen, refractariamente, nueva materialidad y sentido. Afuera todo sigue su curso sin ningún efecto del suceso, nadie más lo sabe aún, nadie sabrá jamás que nosotros estamos ahí, sin poder hacer otra cosa que sentirnos solos, intrusos, y quizás aterrados por esa nítida alucinación de estar atrapados en un instante sin tiempo, en un suceso sin relato. Hay un objeto que no se nombra y preferimos no ver, pero cuya presencia podemos adivinar o decidir como punto de fuga. Un espejo.
Esa ilusión de abismo, requiere, diría el propio Aira, de una ligera pero perceptible divergencia. La imposible superposición de dos planos, de realidades simultáneas. Algo que solo es (o era) posible en la representación, en el pensamiento, en el simulacro de la ficción. Volviendo sobre la huella de la escritura que nos puso ahí, mitigamos el vértigo. Podemos replegarnos, violar el pacto de ficción, reparar en los mecanismos narrativos. Recordarnos que solo es un relato, aunque dicha acción jamás nos liberará de nada. Salirnos del relato, solo nos devuelve a la realidad, a la terrible transparencia de lo inexorable, diría también César. El presente del cuerpo donde tampoco hay suceso ni sentido sin narración. ¿Qué tipo de espejo es un relato que no supone experiencia alguna?
Quizás la muerte no sea desagradable, dice Borges, pero no podemos transmitir esa experiencia. Las palabras suponen una experiencia compartida, con esa única excepción. Las cuerdas que nos sostienen están hechas de palabras y cosas que no podemos nombrar.
Leo el libro varias veces de distintas formas, de un tirón, deteniéndome y perdiéndome en las tantas tramas que sugiere y no sigue, tomando fragmentos al azar. Nada funciona, no logro escribir y el tiempo corre. De pronto me asiste una inquietud que no sé si definir como elemental, superflua o absurda. ¿Cuándo murió Aira? ¿Murió de verdad?
Por un lado, creo tener el recuerdo de esa noticia, por otro me pregunto si no es algo que di por hecho la primera vez que supe del título del libro. Me da un poco de vergüenza preguntar. Google me saca de la cándida y retardada duda. Se trata entonces de un falso recuerdo del futuro. En este caso, mi desinformación es lo que funda el improcedente carácter de falso. Se supone que la literatura no es capaz de mentir. ¿Sigue siendo cierto ese axioma?
La ficción y la realidad insisten en su enredo, en mi breve incursión por el mundo fáctico, no es la ausencia de noticias de la muerte de Aira lo que me saca del engaño, sino el encuentro con una falsa noticia de su muerte, difundida casual en inverosímilmente en estos días. Recalculo, vuelvo a leer, sin poder dejar de preguntarme ahora cuál es la diferencia entre un relato y otro, cuál es el lugar de la ficción en el tiempo de la virtualidad, la postverdad o el terraplanismo. ¿Puede todavía la ficción como mero simulacro marcar alguna diferencia, vivencia y sentido o los memes desplazaron irremediablemente su función y estatuto?
Me detengo otra vez en ese cuarto, frente a ese muerto, la historia sigue siendo conjetural, contundente y múltiple. La muerte de Aira pronto será la bola de billar que golpee a todas las otras que ocupan el paño: amigos, críticos, jóvenes aspirantes a escritores y anónimos curiosos serán impulsados a una nueva órbita que generará otras, pero eso no sucede todavía. Falta la noticia, el chisme, el rumor. Falta el relato que materialice la bola cuya onda expansiva tomará forma de chistes, análisis, réquiems, testimonios y múltiples y multiplicados derroteros materiales y mentales.
No hay manera de que la noticia se haya separado del piso levantándose a sí misma de los pelos, nos dice como al pasar el narrador para luego hipotetizar formas más realistas. Aunque sabe que seguimos viendo la noticia levantándose del pelo, como las gotas de pintura desprenderse de la Gioconda y no podemos evitar que esa historia siga su curso paralela a las otras.
Virgilio la llamó Fama. La soñó dotada de mil ojos y oídos, alada y con el poder de la tormenta. Fama vuela sobra la ciudad escondiendo su cabeza en las nubes al tiempo que desparrama por igual lo falso, lo malo y la verdad. ¿Hay verdad posible fuera del discurso que la enuncia? ¿Sigue siendo pertinente esta pregunta?
Me atrevo a decir que la escritura como materia del relato es la verdadera protagonista de La muerte de César Aira y es justicia que así sea. La escritura como tema y materia ya no se mueve entre el relato y el ensayo sino que avanza triunfal marcando el exacto punto de fusión de ambas, ya desdibujados, diluidos, devenidos en ecos apenas perceptibles. La ficción se sostiene en la conjetura y viceversa, quizás buscando un rumbo posible, o intentando advertir el derrumbe de los caminos que transitamos hasta acá.
¿Qué es escribir? ¿Para qué escribimos? ¿Para quién? ¿Qué es leer? ¿Por qué y para qué lo hacemos? Quienes conviven con esas preguntas deberían encontrarse con este libro lo más pronto que puedan.
César Aira, el de carne y hueso, contó más de una vez, que desde hace un tiempo solo tiene variaciones de un mismo sueño: distintos escenarios y situaciones en las que siempre está llegando tarde a algún lado. Uno de los asuntos recurrentes en la obra de Francisco Bitar es todo aquello que termina o está por terminar. Aira no logra soñar su propia muerte, la escritura de Bitar sabe mucho de ese sueño que es también espejo que nos alimenta y acecha, que nos desafía y perturba, y que a pesar de lo que sea, jamás logramos dejar de soñar.